90 minutos de odio en Santiago

En los últimos treinta y cuatro años Perú nunca estuvo más cerca de clasificar a un mundial de fútbol como en las eliminatorias de 1997. El partido decisivo se jugaba contra Chile y en su cancha. Protagonistas y testigos de ese encuentro recuerdan lo que vivieron la noche en que nuestra selección cayó abatida en medio de una ola de agresiones físicas e insultos racistas.

Por: Elvis Jáuregui
Portada: La República


Antes de salir de los camarines, Juan Carlos Oblitas reunió al equipo en un círculo. “Somos nosotros contra todos ellos”, sentenció el entrenador con voz firme y mirada severa. Carabineros armados y reporteros ansiosos de arrancar una declaración al vuelo obstaculizaban los pasadizos que conducían a la cancha. A cada paso el abucheo de los aficionados se hacía más intenso. En la entrada del túnel la selección chilena esperaba alineada con la terna arbitral a la cabeza. No cruzaron miradas, tampoco se escucharon saludos protocolares, pero sí agravios que resumían el clima de animadversión contra los peruanos: “Te vamos a matar, indio culiao”, fue una de las frases que más veces se repitió ese domingo de octubre. En las tribunas del viejo Estadio Nacional de Santiago, 75 mil hinchas aguardaban, ansiosos, el inicio del partido que definiría el último cupo de Sudamérica al Mundial de Francia 1998.

Cuando los jugadores de los dos equipos pisaron el gramado, miles de banderolas chilenas flameaban en las tribunas, bengalas rojizas se encendieron en las graderías y el estruendo de las bombardas estremeció el recinto. En la tribuna de oriente, exactamente frente a la banca de suplentes, se distinguía una tortuga gigante. Era un muñeco inflable embutido en la camiseta peruana; una bandera chilena le cubría la cabeza.

Un minuto después ambos equipos se alinearon frente a la tribuna oficial. Desde allí los observaba el presidente de Chile, Eduardo Frei. El momento más solemne del fútbol había llegado. El himno chileno brotó de miles de gargantas con una mezcla de furia y fervor. El himno peruano apenas se escuchó unos segundos. El estruendo de una rechifla lo silenció. La banda de música de los Carabineros tocaba las dos primeras estrofas, pero ningún jugador conseguía sincronizar la letra con la melodía. “No sabíamos si estábamos en el somos libres o en el largo tiempo el peruano oprimido”, recuerda Alfonso ‘Pocho’ Dulanto, integrante de aquella selección.

En las tribunas los chilenos se cogían los testículos con banderines blanquirrojos. Los insultos no cesaban. Julio César Balerio, el arquero, se colocó la mano izquierda detrás de la oreja para fingir que no alcanzaba a escucharlos. Juan Reynoso, el capitán peruano, miraba al cielo tratando de encontrar una respuesta. Desconcertados, sus compañeros solo atinaban a sonreír. No podían escuchar sus propias palabras. Las lágrimas contenidas en los ojos de ‘El Chorri’ Palacios reflejaban la humillación.

El primer gol de la noche llegaría por un descuido de Percy Olivares. Dejó descubierta la banda izquierda y Rodrigo Barrera recibió un balón al borde del área. Aunque el ‘Chino’ Pereda logró alcanzarlo, el chileno lo enganchó con sutileza, alzó la mirada y lanzó un centro a la cabeza de Marcelo Salas. El Matador la metió dentro del arco. Un segundo después Balerio reclamaba un offside inexistente. En las tribunas se vivía un júbilo espectacular. César Aquije, reportero gráfico de La República, recuerda que estaba detrás del arco chileno cuando fue víctima de una agresión. “Los colegas chilenos me empujaron, me mentaron la madre y me gritaron el gol en la cara”. El segundo gol chileno llegó en el minuto 12 del complemento. Balerio intentó atajar un córner, pero falló y el balón saltó a los pies del defensa Pedro Reyes. Con dos toques, Reyes lo introdujo entre las piernas del portero. Era un domingo de octubre y a Perú le caía la noche…

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Dos días antes, en Lima, una caravana con miles de hinchas acompañó a la selección desde la Videna hasta al aeropuerto Jorge Chávez. Un Fujimori radiante los despidió allí. Su hija Keiko viajó con la delegación peruana. “A Santiago llegaron aviones fletados con dirigentes, empresarios, artistas y políticos. Mucha gente se subió al carro”, recuerda el periodista Pedro Ortiz Bisso, de El Comercio.

Los futbolistas peruanos arribaron al aeropuerto de Pudahuel a las 8 de la noche del viernes 10 de octubre de 1997. En el hotel los recibieron con una frase envenenada de odio: ¡Peruano maricón! Una turba de hinchas chilenos golpeó a los peruanos que habían llegado para alentar a sus paisanos. “Al aeropuerto tuvimos que ir en grupos de cinco, teníamos que protegernos”, recuerda Luis Oyola, enviado especial de La República.

Desde el segundo piso, sobre el hall por donde iban a salir los jugadores peruanos, se balanceaba un mono vestido con el uniforme de nuestra selección. Era un muñeco peruano y lucía una soga alrededor del cuello. Los hinchas chilenos mostraban pancartas con mensajes que recordaban la Guerra del Pacífico: “El Huáscar es chileno”, “Chile 3 (El Huáscar, Grau y Francia 98) – Perú 0”, “Vamos a volver a Lima a violar a las peruanitas”.

Afuera, muy cerca del bus que llevaría a la selección peruana al hotel, hinchas de las dos escuadras cantaban sus himnos en la calle y se agarraban a golpes ante la indiferencia de los Carabineros. Decenas de huevos y piedras impactaron en las lunas del transporte que llevaba a los dirigidos por Oblitas. “Quebraron casi todos los vidrios del bus”, recuerda ‘Pocho’ Dulanto.

La delegación peruana se concentró en el hotel Hyatt, en Las Condes, una de las zonas más exclusivas de Santiago. Allí también se alojaba Enrique Iglesias, el baladista español tenía previsto ofrecer un concierto la noche del sábado. El griterío que desataban sus fans fue otro motivo de perturbación para los pupilos de Oblitas. No podían dormir. “En la recepción y en los alrededores había chiquillas lanzando alaridos de admiración por el artista. Falló la logística de la federación”, crítica Ortiz Bisso, diecinueve años después de aquel desastre futbolístico del que fue testigo. ‘Pocho’ Dulanto no olvida el trato de los empleados del hotel y el servicio que les brindaron. “La verdad, nos trataron mal, no era lo que uno espera de un hotel de primera categoría”, asegura.

Más de cien periodistas peruanos habían sido acreditados para cubrir el partido. Entre ellos, Oyola, Aquije y Ortiz Bisso. Oyola, ahora jefe de prensa del club Sporting Cristal, recuerda que él y sus colegas estuvieron a punto de ser agredidos cuando se dirigían a cubrir la conferencia de prensa de la selección chilena. Por suerte, unos colegas de La Tercera aparecieron en el camino. “Nos reconocieron, nos llevaron en la unidad móvil del diario y entramos con ellos”. En la rueda de prensa Nelson Acosta, el entrenador de Chile, se negó a contestar las preguntas de los peruanos. Alegó una excusa que lo victimizaba y azuzaba el encono: los medios de prensa del Perú lo habían insultado llamándolo ‘roto’.

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En la mañana del sábado Oblitas también concedió una conferencia de prensa. De inmediato reconoció que los comentarios altisonantes de ambos lados habían creado un peligroso clima de confrontación. Hubo un tono conciliador en sus palabras y optó por ignorar el cruce de declaraciones desafiantes que había sostenido con el delantero chileno Iván Zamorano, lesionado para aquel partido.

Para la noche del sábado estaba previsto el reconocimiento de la cancha donde jugarían al día siguiente. Fue otra experiencia tortuosa, cargada de hostigamientos y obstáculos deliberados (el césped estaba cubierto de plástico y les advirtieron que cortarían la luz antes de una hora). Afuera les esperaba algo peor: hinchas chilenos se ubicaron alrededor del bus que los trasladaría de vuelta al hotel. Hubo insultos racistas, gestos obscenos y escupitajos.

Cuando el vehículo empezó a avanzar los jugadores vieron a una turba de hinchas prendiendo fuego a una bandera peruana. Jorge Chávez, un camarógrafo que registraba este acto de provocación, fue agredido por vándalos que intentaron robarle la cámara. “Esa noche nos tiraron bolsas con caca y botellas de vidrio. Los carabineros solo miraban, ellos permitieron la agresión”, relata ‘Pocho’ Dulanto.

EL EQUIPO DE AQUELLA NOCHE. De pie de izq. a der: Percy Olivares, Nolberto Solano, José Soto, Flavio Maestri, Julio César Balerio, Juan Reynoso. Agachados de izq. a der: Jorge Soto, Juan José Jayo, José Pereda, Roberto Palacios, Germán Carty.

“Ningún miembro del equipo peruano asistió a la conferencia de prensa después del partido. El vestuario parecía un velorio. Más de uno lloraba en silencio en los camarines”.

El calvario de ese sábado no había terminado. Cientos de hinchas merodeaban en las inmediaciones del hotel. Su objetivo era impedir el descanso de los futbolistas peruanos: bocinas de automóviles, bombardas y hasta bandas de música fueron utilizadas para perturbar el sueño de los jugadores. “Era como si hubiesen contratado a dos mil imbéciles para que hicieran una bulla infernal con sus bocinas”, reclamó José Luis ‘El Puma’ Carranza en una entrevista publicada en un diario limeño.

Antonio García Pye, gerente del equipo, llamó a las autoridades chilenas y les pidió despejar los alrededores del hotel. Nadie le hizo caso. “Se hicieron los locos. Hasta los vecinos de Las Condes salían por sus ventanas tratando de botar a la gente”, refiere ‘Pocho’ Dulanto. La intimidación también se vivió adentro. “Pasaban por los cuartos y pateaban las puertas. Cuando salíamos a ver, ya no había nadie. Nos jodió mucho todo eso”, relata. El domingo en la mañana el acoso continuó. Llegaron más barristas para insultar a los peruanos. Era imposible ignorarlos, tenían megáfonos. El traslado al estadio fue una experiencia inolvidable. Prevista para las 5 de la tarde, la selección solo pudo partir una hora después porque la salida estaba bloqueada. Una vez en la autopista, según reportó la emisora chilena Radio Cooperativa, cinco piedras quebraron los vidrios del bus que trasladaba a los jugadores.

Cuando llegaron al estadio otra turba de hinchas los rodeó. Volvieron los insultos y las botellas contra las ventanas rotas. Los jugadores bajaron agachados y protegidos por un cordón de carabineros. Los hinchas chilenos lanzaban manotazos, querían golpearlos a toda costa. Una vez dentro de los vestuarios, otra sorpresa los esperaba: no había agua en los baños.

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Sergio Serga tenía 21 años y era un lector asiduo de El Bocón, un tabloide deportivo que entonces vendía medio millón de ejemplares. En la víspera del partido el diario lanzó una promoción para sus lectores: cinco entradas para el partido entre Chile y Perú, más estadía gratis en Santiago. Sergio fue uno de los ganadores. La mañana del domingo 12 de octubre cientos de compatriotas se reunieron en Plaza Italia, en el centro de Santiago. De allí partieron al estadio en una flota de veinte buses contratados. En el camino arreciaron los insultos, hinchas chilenos los despojaron de sus banderas peruanas y las pisotearon en público. Sergio contempló la escena con estupor.

A los hinchas peruanos les reservaron un espacio angosto entre las tribunas occidente y norte. Estaba cercado por vallas de metal y por el alambrado que colindaba con la pista atlética. Aproximadamente 3500 hinchas peruanos permanecieron allí hacinados durante poco más de dos horas. Para protegerlos, la policía no tuvo mejor idea que enjaularlos. Los escupían y les gritaban: “Cholos muertos de hambre”. “Me sentí asqueado de tanta xenofobia”, rememora Sergio, el lector de El Bocón quien viajó con tantas expectativas y regresó frustrado.

EL DUELO. Juan Reynoso en disputa con Marcelo Salas. El chileno marcó tres goles. Foto: La República.

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Diez minutos antes del final, Chile anotó por tercera vez. Fue el tanto que liquidó el partido. Empezó con un centro que Reynoso intentó dominar para jugarla en pared con Balerio. Marcelo Salas, detrás del defensa, se adelantó y logró patear el balón ante la tardía salida del portero. Chile sentenció el duelo a partir de equivocaciones con nombre propio.

Faltaban cinco minutos para el final, Perú perdía 3 a 0. En las cuatro tribunas se encendieron antorchas. De pie, el público chileno cantaba su himno cuando llegó el cuarto gol, otra vez de los pies de Marcelo Salas. El atacante no dudó en restregar su camiseta frente al rostro de Balerio. La sonrisa del delantero pulverizaba las ilusiones peruanas.

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Ningún miembro del equipo peruano asistió a la conferencia de prensa después del partido. El vestuario parecía un velorio. Más de uno lloraba en silencio. Los hinchas chilenos querían seguir hostigando a los derrotados. Esperaron a que abandonen el estadio y volvieron a descargar su repertorio. Balerio no se contuvo y casi se va a las manos con un hincha. Los camarógrafos peruanos que intentaron registrar las agresiones fueron golpeados por la policía. La selección de Oblitas debió esperar media hora la llegada de otro bus que los lleve al hotel. El anterior quedó inutilizado. Mientras aguardaban en la intemperie, un hincha chileno golpeó en el rostro a Juan Reynoso. El jugador peruano intentó defenderse, pero fue contenido inmediatamente por los policías. En lugar de un bus, las autoridades chilenas ordenaron que los futbolistas regresen en un camión cerrado y con rejillas. “Se los llevaron en un camión para trasladar delincuentes”, recuerda el fotógrafo César Aquije. No tuvieron un segundo de paz hasta las cuatro de la madrugada del lunes 13 de octubre, cuando abordaron el avión que los trajo de regreso a Lima. Más de uno debe haber recordado la frase de Oblitas antes de salir al gramado: “Somos nosotros contra todos ellos”.