Yukio Mishima es quizá el máximo representante de la literatura japonesa de la postguerra. Con solo 45 años, cometió haraquiri, un ritual de suicidio japonés para morir con honor. A partir de entonces, se han elaborado teorías para entender el porqué de su decisión.
Por: Álvaro Cáceres
Portada: Eikoh Hosoe
El 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima cometió haraquiri o seppuku (ritual de suicidio japonés para morir con honor). El hecho ocurrió en el interior de un cuartel militar en Tokio después de secuestrar al general en jefe de las Fuerzas de Autodefensa japonesas en su intento por restaurar la figura del emperador sin alcanzar mayor éxito. Desde entonces se han esbozado muchas teorías para comprender semejante acción.
A través de diálogo por videollamada, Lenin Altuve Hernández, licenciado en Historia por la Universidad de los Andes de Mérida, Venezuela; Oscar Rondan, licenciado en Literatura por la PUCP y coordinador general de la “Asociación Cultural Satori” y Matías Chiappe, profesor de Literatura Japonesa en traducción en las universidades de Kyoritsu y Waseda, en Japón, precisan algunas de las razones para entender por qué un escritor tan prolífico y brillante como Mishima acabó con su vida con un acto descabellado cuando tenía 45 años de edad.
1. Contexto histórico y crítica a la occidentalización
“Luego de la segunda guerra mundial (1945), en Japón se inicia un gran proceso de apertura a lo occidental, pero esta vez con un fuerte tinte de la cultura “pop” (popular) norteamericana”, señala el historiador Altuve. Esta irrupción americana se explica ya que, en plena Guerra Fría, Estados Unidos tenía un fuerte interés en posicionarse en Asia debido a razones geopolíticas, explica Chiappe.
Pero Japón ya había pasado por muchos procesos de occidentalización en el pasado, con la diferencia de que siempre había decidido qué aspectos dejar entrar en su cultura y qué otros no. Todo con el objetivo de conservar su esencia cultural. En esta etapa, sin embargo, el país asiático no pudo escoger. No tuvo esa opción debido a que había perdido la guerra contra el bloque aliado. “Japón se volvió más gaseoso, Japón esencial dejó de existir”, sostiene Rondan.
Fue una época y un terreno perfecto para la occidentalización de Japón debido también a que sus habitantes no mostraron mayor resistencia a la influencia norteamericana al estar cansados de conflictos bélicos. Como lo explica Altuve: “Era un Japón de postguerra que estaba tratando de cicatrizar las heridas del conflicto, eran eventos bastante traumáticos para la población, no solamente a nivel bélico, sino también a nivel psicológico”. Además, la presencia estadounidense fue muy buena económicamente. Según Rondan: “Fue un impulso para una sociedad que ya quería modernizarse y que había olvidado el orgullo japonés”.
2. Crónica de una muerte anunciada
A pesar de que Mishima murió denunciando la occidentalización de su nación y la pérdida de los valores japoneses tradicionales, paradójicamente él también se consideraba muy occidental. Por contradictorio que parezca, esta precisión es clave para comprender la mentalidad del escritor. “La occidentalización de Mishima desde el punto de vista intelectual viene de la vertiente europea antigua. Él admiraba, sobre todo, a la Grecia clásica. Esa era su corriente intelectual de Occidente y no la cultura popular norteamericana”, señala el historiador Altuve.
Sin embargo, en su condición de ciudadano japonés de postguerra, no escapó a su contexto histórico y también se vio imbuido de las banalidades del consumismo occidental de la época”, señala Altuve. De hecho, el escritor supo aprovechar también esta vertiente para hacerse más conocido en Occidente. “Mishima, además de escribir géneros literarios japoneses muy tradicionales, también adoptó figuras literarias occidentales, como la novela y el cuento, para que más gente lo lea”, según el literato Rondan. Por otro lado, el escritor también realizó películas al estilo de Hollywood. “Le gustaba mucho este mundo, por lo que se generó una suerte de ambivalencia en Mishima: fascinación por las novedades occidentales y nostalgia por la destrucción de un Japón premoderno y preoccidentalizado”, según Chiappe.
Mishima incluyó muchos conceptos grecorromanos no solo en su literatura, sino también en su forma de ver y entender el mundo. Quizá los más importantes para el autor fueron la estética clásica, la figura del héroe trágico y entender la muerte como una visión de erotismo, tres tópicos que se conjugaron en el momento de su suicidio. En el primero de ellos, Mishima se concentró en la admiración por los cuerpos perfectos, tanto así que el escritor era fisicoculturista. “En un ensayo, El sol y el acero, él dio a entender la relación entre la construcción corpórea y los libros. Allí dice que el cuerpo debiese ser un reflejo del intelecto. Es así que comenzó con un arduo entrenamiento físico y pareciese que lo hizo preparándose para morir como un héroe griego, construyéndose un cuerpo para la muerte”, indica Altuve.
Otra de las constantes en los libros de Mishima es la figura del héroe trágico que nunca triunfa. “Para Mishima la belleza es el fracaso y no el triunfo, el fracaso erótico y estético”, sostiene el historiador Altuve. Sin embargo, al ser el escritor japonés más reconocido en Occidente en su época, no se ajustaba a esa visión de tragedia que tanto anhelaba. Posiblemente tuvo que fabricársela. “Hay especialistas que afirman que Mishima quiso dar un golpe de Estado porque sabía que nunca iba a tener éxito. Y tal vez era lo que él quería, un fracaso heroico y bello”, relata Altuve.
Mishima persiguió esta figura de héroe trágico durante toda su vida, usando muchos mitos clásicos para construirse como individuo. “En su adolescencia, el escritor se identificó particularmente con “Salomé” una obra de Oscar Wilde signada por el suicidio y el asesinato de los protagonistas. Mishima, entonces, ya estaba presentándose como un santo en sacrificio, como un mártir. En su juventud, ya se había identificado con San Sebastián, quien fue atravesado por una descarga de flechas por orden del rey romano Diocleciano, según cuenta la historia. Fue tanta su identificación que el escritor recreó la famosa imagen del santo atado a un árbol en el momento del ataque.
En el final de sus días Mishima adoptó la figura del Samurái (guerrero japonés que vive y muere por servir al emperador). Se trató de un gesto sumamente simbólico para los japoneses, en un periodo donde era muy difícil hacer aquello. “Era una sociedad derrotista y la gente no quería aferrarse a valores tradicionales porque lo único que eso les había traído era desgracia”, explica Rondan.
Posiblemente fue esta última figura del Samurái la que más quedó en el recuerdo de Occidente. Pero según Chiappe, no se trata solo de la adopción de la figura del Samurái. Es una multiplicidad de figuras que Mishima encontró y con las cuales construyó su vida. Por lo que más que la figura del samurái, hablar de la figura del héroe trágico sería mucho más adecuado. De hecho, en Japón, la imagen de Mishima que se recuerda más posiblemente es la de San Sebastián porque al ser una figura cristiana, resulta rara para los orientales.
Finalmente, el tema de la muerte siempre estuvo muy presente en la vida y obra de Mishima. En el segundo libro de su última tetralogía, “Caballos desbocados”, el personaje es un joven contestatario al orden establecido que termina haciéndose haraquiri. “Es un reflejo de Mishima”, señala Altuve. El escritor escribió y realizó también muchas otras obras literarias y artísticas relacionadas con la muerte, como fotografías que él mismo diseñaba donde salía haciéndose haraquiri. “Lo hizo por un gran periodo de tiempo, pero no lo tomaron en serio hasta que finalmente lo logró”, sentencia el historiador Altuve.
3. ¿A qué Japón es el que apela Mishima?
“Al ver que la sociedad se estaba contaminando de un clima político, económico y occidental, que según él banalizaba a la población, Mishima buscó recuperar ciertas prácticas japonesas como las del sintoísmo estatal, por ejemplo, donde el emperador es la cabeza del Estado, no solo nominalmente, sino también de manera fáctica”, precisa el historiador Altuve. Es decir, una vuelta a los usos y costumbres de lo que él llamaba el Japón clásico, la cual era una visión bastante particular de Mishima, según el historiador.
Más que a una etapa histórica en particular, Mishima apelaba al paradigma del emperador, el cual se replicó en diversos periodos históricos de Japón, por lo que adquirió mucha importancia en la sociedad. “Luego de perder la Segunda Guerra Mundial, lo que afectó más al pueblo japonés fue que el emperador, que era visto como un semidiós, tuviese que decir que no era una figura divina, sino un mortal común y corriente. Cuando esto sucedió, hubo suicidios en masa”, detalla Altuve. En un relato llamado “Patriotismo”, se puede apreciar cómo Mishima intenta visibilizar este importante papel que tiene el emperador para la identidad del pueblo japonés.
Frente a la visión de riqueza que instauraba el capitalismo, Mishima quería recuperar también el estilo de vida austero y reflexivo de la clase Samurái. “Paradójicamente, él no acató estos valores en vida, pero su visión literaria e ideológica apuntaban a ello. Mishima, como todo ser humano, tenía contradicciones, pero les guardaba un gran respeto a los samuráis”, sostiene el historiador Altuve.
Mishima apelaba a una parte mínima de la nación que estaba enojada desde la Segunda Guerra Mundial. Por ello fue muy inteligente en su selección de contenidos tradicionales. “Más que una conciencia histórica, Mishima tenía una conciencia literaria. Él recurrió a la narrativa para convencer a ciertos jóvenes de que lo que hacían era lo correcto. Por ello volvió a las figuras simbólicas, a los samuráis, por ejemplo, y no a la realidad histórica”, señala Rondan. Mishima siguió el ultranacionalismo propagandístico que se había utilizado para convencer a los guerreros de morir por su emperador, cuando en la realidad muchos samuráis no siguieron la tradición suicida. “Lo que Mishima adoptó fue la leyenda que se creó alrededor de ellos y no su historia real”, señala Rondan.
Estos elementos ideológicos se evidencian en su discurso a los militares de Tokio al momento de tomar la comandancia. “Él les reclama por su defensa a una Constitución que les niega el derecho a existir. Cuando Japón pierde la Segunda Guerra Mundial, los aliados le imponen una Constitución en la cual se le prohíbe a Japón tener Fuerzas Armadas. Solo se les permitió tener Fuerzas de Autodefensa. Mishima sostenía que siendo Japón un país milenariamente guerrerista, no podía tolerarse que ahora pretendiese ser un país pacifista”, sostiene Altuve.
Mishima no quiso ver la realidad, la mayoría de los japoneses no guardaban rencor por la derrota militar de la Segunda Guerra Mundial. Muchos ya habían forjado relaciones con estadounidenses que se establecieron en Japón. “Él se construye como un individuo basado en las letras. Él mismo se volvió un personaje de sus libros. Leyó mucha literatura griega y se transformó en un personaje que también llevó sus consecuencias hasta el final”, relata Rondan.
4. Mishima sabía que no iba a triunfar: más que un acto político, fue un acto literario
Para el crítico literario Matías Chiappe, en realidad, lo que Mishima intentó devolverle a Japón es el simbolismo del emperador. Es decir, la estructura que había perdido Japón después de la Segunda Guerra Mundial: un país ordenado alrededor de la figura del emperador. “Mishima sabía que el emperador no volvería a gobernar. Lo que se intenta reivindicar es la continuidad simbólica de la tradición japonesa. Mishima pretendía reordenar y reinventar la tradición, encontrando una identidad que los defina como antes. Buscaba darle una nueva presencia a la cultura japonesa ante la avasallante influencia del mundo norteamericano”, señala Chiappe.
En esta línea, cabe precisar que Mishima fue con un ejército paramilitar muy reducido y totalmente desarmado bautizado como “Sociedad del Escudo” al momento de tomar el cuartel. Altuve precisa que el asalto a la Comandancia General no consistió en un asalto como tal, sino más bien fue un secuestro. “Él fue a visitar al comandante general y después de unos minutos de conversación, les dio una señal a sus compañeros para que amordacen al Comandante”, detalla Altuve. En ese momento Mishima salió al balcón del local e hizo un llamado a la prensa y a los militares. En su discurso, resaltó la putrefacción del Japón y la necesidad de recuperar los valores tradicionales. Sin embargo, los militares no se lo tomaron en serio y lo comenzaron a abuchear. Después de tan grande deshonra, entró de nuevo a la oficina y realizó el ritual del haraquiri, sorprendiendo al mundo entero.
“Muchos estudiosos incluso consideran que este asalto a la Comandancia General de las Fuerzas de Autodefensa fue una mera excusa para que Mishima ideara esta visión de la vida imitando el arte”, sostiene el historiador Altuve. Mishima pretendía rescatar la figura del emperador como paradigma, la cual ya era una visión bastante anacrónica para ese entonces. “Desde el comienzo, su plan fue imposible de realizar. Aun así, logró su principal cometido: la culminación de toda una vida literaria transformada en realidad”, sostiene Altuve.
En esta misma línea, el crítico literario Chiappe considera que Mishima ya había tomado la decisión de suicidarse. El ritual del haraquiri no fue solamente el momento del suicidio, sino también todo el intento de tomar el cuartel. “El golpe de Estado fue la manera como Mishima reinterpretó todo este ritual”, señala Chiappe.
Vigencia actual
Como efecto positivo de este aparente fracaso, Mishima comenzó a ser leído masivamente luego de su muerte debido al morbo que generó su suicidio. “Muchas de sus obras son más leídas por la historia de la muerte de Mishima que por su literatura misma”, detalla Rondan.
A 50 años de su muerte, las letras japonesas hoy en día han tenido un auge y un repunte sobre todo en Latinoamérica. “Hay que precisar que el primer gran precursor es Mishima. Las letras japonesas le deben mucho. Mishima sigue siendo uno de los más leídos, pero también está Haruki Murakami que es uno de los más famosos en Occidente. Escritores como Yoshimoto, Kawabata y el mismo Murakami, le deben mucho a la obra literaria de Mishima, pero también a la forma en cómo terminó con su vida”, detalla el historiador Altuve.
Por otro lado, en cuanto a la vigencia de su ideología, Altuve señala que Japón aún está muy occidentalizado. “La gente no está dispuesta a adoptar una visión ultranacionalista. En su momento, el discurso de Mishima no tuvo mayor repercusión. Es comprensible porque era una sociedad que ya estaba cansada de las guerras y Mishima quería encarnar los valores guerreristas con su muerte”, señala Altuve.
“Su mayor vigencia definitivamente se encuentra en la literatura. Escribió obras muy serias y en su narrativa confluyen corrientes tradicionales de Japón, así como occidentales”, puntualiza Altuve. Por otro lado, para Chiappe, Mishima fue un gran esteta que continuamente estuvo transformándose.
Finalmente, el literato Rondan recomienda ver a Mishima como una puerta para entrar al mundo de la literatura japonesa. “En Mishima uno encuentra lo que espera de la cultura japonesa. Sin embargo, él no es el único exponente de la literatura japonesa. Hay autoras como Hiromi Kawakami y Sayaka Murata que no son muy exploradas aún, pero que muestran otra versión desconocida de la cultura japonesa”, finaliza Rondan.