¿Existe igualdad de género en los medios de comunicación? ¿Las periodistas son víctimas de acoso en su trabajo cotidiano? ¿Cómo se relacionan con sus fuentes? Formulamos estas y otras preguntas a las periodistas Patricia del Río, Juana Gallegos y Doris Aguirre.
Por: Suny Sime
Portada: Punto Edu
Patricia del Río empezó a trabajar en un diario a los 19 años. Allí padeció el asedio de su editor, un hombre mucho mayor, casado y con hijos, quien la persiguió hasta obligarla a renunciar. “No me iba a dejar tranquila”, recuerda. Del Río tuvo que abandonar su primer empleo a causa del acoso sexual. “Ese día descubrí que las mujeres no la tenemos fácil”, admite.
El 64.5% de las casi 1000 periodistas encuestadas para un estudio elaborado por la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios (IWMF por sus siglas en inglés) y el Instituto Internacional de Seguridad en las Noticias, afirmó haber sido acosada en su trabajo. El acoso sexual laboral en los medios de comunicación es un tema del que mucho se habla entre colegas, pero del que se dice poco públicamente.
En la columna que escribe en la revista Viù de El Comercio, la periodista Verónica Linares denunció hace unos meses que un político hizo un comentario sexista respecto a su apariencia segundos antes de que su programa saliera al aire. Cuando terminó la entrevista, ella quiso increparle su comportamiento. El político, según Linares, “prefirió utilizar la frase favorita de los machistas que se quedan sin argumentos cuando debaten con una mujer. Tomó del hombro a mi compañero —lo encontró en el pasadizo— y le dijo: ‘Bueno, hermano, a las bonitas se les perdona todo”.
En muchos casos, la valoración del trabajo de una mujer periodista pasa además por el filtro de la belleza. “El hombre vale por lo que sabe, la mujer vale por lo que sabe y por lo que aparenta físicamente”, precisa Patricia del Río mientras la maquillan antes de grabar el programa Sin Pauta de TV PUCP. Del Río tiene que llegar a las cinco de la mañana a RPP para conducir el noticiero matutino, mientras que sus compañeros pueden llegar tranquilamente minutos antes de salir al aire. Ella madruga porque tienen que peinarla, maquillarla y ver cada detalle de la vestimenta que usará frente a cámaras. “Es una joda”, sintetiza la periodista.
Esta exigencia con el look de las mujeres se evidencia más en televisión. Hace tres años Del Río tuvo que renunciar de nuevo a su empleo en ATV por sexismo. “Mi mala experiencia en señal abierta fue porque el 90% de las discusiones tenían que ver con lo corta que debía ser mi minifalda”. En un año nunca discutió con el director del noticiero por la calidad de la información, discutían por la ropa y el peinado que debía llevar. Y si el rating caía, la minifalda —que esa noche probablemente no era tan corta— era la culpable. “Fue una locura de la que no pienso formar parte nunca más en mi vida. Prefiero ganar la mitad en señal de cable que ganar el doble en señal abierta con ese nivel de presión absurda”.
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Juana Gallegos, cronista de la revista Domingo de La República, recuerda el día en que el editor de un conocido semanario limeño le encargó una nota sobre lo que dicen los conductores ebrios a la policía cuando son detenidos. Ella visitó varias comisarías para buscar frases graciosas en los archivos policiales. En Miraflores, el comisario apareció después de haberla hecho esperar un buen rato.
—¿Quién me está esperando? —le preguntó al subalterno. Y este señaló con el mentón a la periodista.
—Ah, tú. Ven para acá, negrita. Yo te voy a aleccionar.
Al escucharlo, ella no supo si expresar su fastidio o actuar como si nada hubiera pasado. Se decidió por lo segundo. Para acceder a toda la información que necesitaba tuvo que callar. En un país como el nuestro, donde el sexismo y el racismo se han mimetizado tan bien en la cotidianidad, la frase que soltó este comisario podría sonar hasta inofensiva, pero, en definitiva es hiriente.
Cuando Doris Aguirre, reportera de la Unidad de Investigación de La República, se inició cubriendo notas policiales frecuentaba comisarías para buscar información y conseguir fuentes propias. Doris trataba de generar un vínculo con los policías para ser la primera en enterarse de las últimas noticias. Muchas veces estos acercamientos se suelen malinterpretar. Aguirre recuerda que buscaba a un oficial que tenía información sobre un caso de narcotráfico que ella estaba investigando. Se reunían en cafés porque quería ganar su confianza y lograr que él cuente todo lo que sabía del caso. Una vez este policía le preguntó: “¿Y por qué me invitas, tienes algunas intenciones conmigo?”. “No, mis intenciones son netamente de trabajo”, le respondió Aguirre.
“Una mujer periodista es más vulnerable a ser acusada de estar implicada en algo sentimental, cuando en realidad solo está trabajando”, asegura Patricia del Río. Luego remarca: “A las mujeres todavía nos cuesta ser asumidas como simplemente profesionales y no como si estuviéramos buscando algo más”. Hasta los mismos colegas cuestionan la habilidad de una periodista para recabar datos. Preguntas como: ¿Y por qué te habrán entregado a ti esa información? o ¿qué habrás hecho para obtenerlo? son lanzadas tanto por hombres como mujeres.. “Si te haces respetar -que es algo que cuesta- es un trabajo magnífico porque tus compañeros te llegan a mirar de igual a igual”, agrega Del Río. En esta profesión hay que saber ganarse el respeto.
Antes de trabajar en la Unidad de Investigación de La República, Doris Aguirre fue reportera policial de El Popular. Escribía sobre asesinatos, asaltos, secuestros y suicidios. Cuando se inició, con apenas 19 años, Ernesto Salas, su editor, le decía cada vez que salía de comisión: “Tú no, porque ahí va a haber balacera”. Ante su justificado reclamo, Salas agregaba que ella era aún muy chica. Es cierto que recién comenzaba, pero también que su condición de mujer influía en la decisión de su jefe. Con los años, sus colegas se percataron que ella podía competir con ellos. Su agresividad a la hora de conseguir información y obtener primicias despertó los celos de sus propios compañeros. Un grupo de ellos intrigó para que la despidan del diario. Esta actitud aguerrida le ha servido a Doris para hacerse un nombre en el periodismo y obtener el respeto de sus colegas y fuentes.
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El informe The media gender gap (2015) del Woman Media Center, que midió la presencia de periodistas mujeres en los diez medios de mayor circulación de Estados Unidos, reveló que el 62% de las historias publicadas en prensa escrita fueron hechas por hombres, a pesar de que sólo representan la mitad de la población total. “La desigualdad define nuestros medios de comunicación”, sostuvo Julie Burton, presidenta de esta organización.
Hay periodistas que han destruido el prejuicio de creer que las mujeres no pueden ocupar altos cargos en la prensa. Un caso emblemático es Katharine Graham, quien convirtió a The Washington Post en una de las empresas de noticias más importantes del mundo. En 1940 su padre, que se había convertido dueño del diario, nombró director a su esposo y no a ella porque consideraba que no era un cargo adecuado para una mujer. Cuando su esposo se suicidó en 1963, Katharine asumió la dirección y sacó a la empresa de la ruina para convertirla en un exitoso conglomerado mediático.
Graham estuvo detrás de los dos episodios más memorables del periodismo norteamericano: la publicación de Los papeles del Pentágono y el caso Watergate. Ben Bradlee, el editor que la acompañó durante sus años en la dirección, la recordó como la líder que “llevó al diario a los primeros lugares del periodismo norteamericano tanto en principios, como en excelencia y equidad”.
“La poca presencia femenina en los altos cargos y la falta de avances en la paridad de género no está provocada por una escasa motivación, confianza o liderazgo en las mujeres. El problema es fruto de una cultura empresarial que no está adaptada a tener líderes de ambos sexos”, concluye un informe de la consultora KPMG, titulado Cracking the Code, que desmonta diez mitos sobre género y negocios.
Pero también hay otro problema tan importante como este. La maternidad es un obstáculo para que la mujer se desarrolle profesionalmente, señala la filósofa española Victoria Camps en un artículo de opinión en El País. “Se sigue entendiendo que el destino o la voluntad de ser madre es incompatible con escalar los peldaños de una profesión para la que una se ha preparado. (…) Si ser madre es una opción más, las mujeres tendrán que decidir: ser buenas profesionales o tener hijos”, afirma Camps. La maternidad se pospone cada vez más para no perder oportunidades laborales.
Juana Gallegos no tiene ni en sus planes más remotos ser madre. Piensa que con un hijo tendría que trabajar como freelance o desarrollar proyectos por su cuenta. Ella siente que por ahora la maternidad es incompatible con el ejercicio del periodísmo. “No podría, me volvería loca”, dice en una explosión de sinceridad. Sin embargo, a Doris Aguirre la maternidad —tiene tres hijas de 19, 17 y 14 años— nunca le impidió seguir con su trabajo. Mientras estuvo embarazada, cubrió ataques terroristas y otras comisiones peligrosas. Recuerda que las personas se admiraban de su desempeño y le decían indiscretamente: “Oye, tú estás haciendo policiales, ¿pero eso no es para varones?”.