Muchas relaciones de pareja entraron en crisis a causa de la cuarentena y el aislamiento social. Hubo quienes no pudieron verse ni tocarse durante meses para evitar contagios y proteger a familiares vulnerables. Parejas estables estuvieron a punto de desbaratar sus sueños y proyectos de vida. El encierro forzoso de la convivencia acarreó un cúmulo de conflictos y decepciones. El fantasma de la ruptura ha estado rondando, pero no logró su objetivo en las historias que a continuación presentamos.
Por: Patricia Ramírez
Portada: Gerald Espinoza
omina tiene 24 años y está en octavo ciclo de Obstetricia en la Universidad de San Martín de Porres. Jericó ha cumplido 27 y cursa el último ciclo de Ingeniería de Minas en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Ambos tenían planes y rutinas definidas hasta que llegó el coronavirus y les cambió la vida de enamorados que compartían desde hace cinco años. La principal preocupación de la pareja se empezó a centrar en las actividades que ella realizaba: Romina hacía sus prácticas en el Hospital Hipólito Unanue.
A pesar de que ellos viven a diez minutos de distancia en auto por la Av. Perú en San Martín de Porres, las actividades laborales y académicas no permitían que se vieran constantemente antes de la pandemia. Y esa distancia se agravó con la crisis sanitaria. En otras palabras, seguían juntos, pero dejaron de verse por buen tiempo.
“Muchas parejas jóvenes ya estaban cultivando una relación en base a cierto distanciamiento, y esa experiencia ha jugado a favor de aquellas parejas que han mantenido su relación, aunque se vean muy poco o, incluso, no se vean desde marzo”, explica la antropóloga Gisela Cánepa, profesora de la PUCP.
Las relaciones de pareja suelen ser complementarias. En este caso, Jericó cuenta que su “chinita”, como le dice a Romina de cariño, era la más emocional y él era quien debía añadir lógica y sentido común a las cosas. Él insistía en los motivos por los que no podían verse durante los primeros meses de la cuarentena. El principal, sin duda, era que esos encuentros ponían en riesgo la vida de sus padres.
Durante el largo periodo de distanciamiento social, las videollamadas han sido esenciales. Romina y Jericó aprendieron a incluir al otro en las actividades que realizaban, como cocinar, ver películas y acompañarse durante las rutinas del día y de la noche.
Ángel Paz, psicólogo clínico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, afirma que para mantener una relación a distancia “se requiere actividades que compensen la ausencia del contacto. Y la manera más eficaz de hacerlo es a través del encuentro virtual”.
Romina y Jericó tuvieron una buena comunicación desde el inicio del aislamiento, por lo que no hubo problemas para continuar la relación. En agosto, después de cinco meses de separación física, volvieron a estar juntos, volvieron a tocarse. “Al principio fue difícil porque me gusta verle el rostro a Romina y a ella le pasa lo mismo, pero entendemos que es para cuidar nuestra salud” comenta Jericó.
Ocurrió el sábado 15 de agosto. Jericó parecía preparado para escalar una montaña. Llevaba un traje especial, una mochila llena de implementos de protección y desinfección. Y así subió al taxi que lo llevaría a la casa de su enamorada. Romina lo esperaba detrás de la puerta. Habían previsto que él ingresara directamente al baño para ducharse. Pasaron dos horas juntos y, pensando en sus padres, optaron por cubrir sus rostros con mascarillas. Desde entonces ambos siguen un protocolo estricto.
Fue así como retomaron los encuentros que tenían antes de la cuarentena. La confianza, la complicidad y la comunión entre ambos estaba intacta. Seguían juntos, seguían enamorados, habían superado el reto de adaptarse a una nueva normalidad.
Romina y Jericó han decidido poner en primer lugar la salud de sus familias y limitar la cercanía física entre ambos. Una decisión muy difícil de afrontar tratándose de una pareja de jóvenes. Ambos dicen que es cuestión de motivación e imaginación, y que entre ellos no hay lugar para el aburrimiento. Ellos asumen que esta es una etapa pasajera y de la cual extraen muchas lecciones de vida.
De la noche a la mañana, juntos todo el tiempo
Rosa es una administradora de 43 años que trabaja en la organización de proyectos de agricultura. Pedro tiene 45 años, es psicólogo y labora en un consultorio terapéutico. Desde hace seis años ambos viven juntos en Tacna. Antes de la cuarentena cada uno tenía una rutina planificada fuera de casa. Desde que se desató la pandemia, a mediados de marzo, ambos se vieron obligados a acomodar sus vidas laborales dentro de cuatro paredes. Los proyectos de Rosa se suspendieron, al igual que las citas en el consultorio de Pedro. Ahora tenían que hacerlo todo de manera virtual y estar juntos las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
El psicólogo Ángel Paz afirma que “es en este proceso de adaptación en el cual el estrés de la pareja aumenta, cuando se ponen a prueba las habilidades de ambos para negociar, llegar a acuerdos, verbalizar el malestar con el otro y compartirlo”.
Con el pasar de las semanas, las tareas domésticas aumentaron, la preocupación por el contagio era inevitable, cada salida para ir de compras se convertía en una situación estresante. En abril, Pedro comenzó a realizar consultas psicológicas de manera virtual y Rosa debió esperar hasta agosto para retomar la organización de sus proyectos a través de charlas virtuales.
“El trabajo remoto es un nuevo modelo laboral y va a mantenerse vigente en el largo plazo. Por ello es necesario que las normas de convivencia respondan a esta necesidad de hacer un trabajo eficiente desde casa”, explica el psicólogo Ángel Paz.
Durante los primeros meses, la adaptación a esta convivencia, que implicaba verse las caras todo el día, fue muy difícil para Pedro y Rosa. De poco sirvió que se conocieran desde el colegio o que como pareja tuvieran más de seis años juntos. Como dice Rosa: “una nunca termina de conocer a la persona”. La cuarentena le pudo mostrar aspectos del carácter de él que ella desconocía.
Rosa expresa que “la convivencia fue muy difícil ya que el mayor reto fue aprender a separar las actividades familiares de las horas trabajo”. Y es que cuando no existen horarios de entrada ni de salida es difícil aislar la vida de pareja de la actividad laboral. A menudo esta última termina invadiendo la intimidad de las personas.
La antropóloga Gisella Canepa señala que en la convivencia también “influyen las condiciones espaciales del trabajo y el estudio en casa. Es necesario lograr momentos de soledad, porque si una persona no los tiene, ninguna relación, ya sea entre padres e hijos o entre marido y mujer, se pueden sostener con armonía”.
La falta de acuerdos entre Rosa y Pedro complicaron el comienzo de su convivencia en casa, pero durante los meses de este encierro se fueron conociendo mejor y descubrieron lo que el otro quería y lograron mejorar su comunicación. De esta manera crearon nuevas rutinas para el uso y disfrute del espacio y el tiempo libre en común.
Cruzando la cuerda floja
Valeria estudia Periodismo y Hans, Contabilidad en la PUCP, ambos tienen 21 años y son enamorados. Él es de Chimbote y hace tres años vino a Lima para estudiar. El pasado 14 de marzo fueron a Larcomar para celebrar su octavo mes de relación. Las noticias sobre el coronavirus y una posible cuarentena eran el tema principal de la conversación ese día. En medio de su cita especularon sobre cómo sería la vida cotidiana si el Perú entrase en cuarentena, de modo que se propusieron aprovechar todas las actividades nocturnas como si fuera la última vez que pudieran hacerlas. Así, fueron al cine, a los juegos, comieron en un bonito restaurante y al final caminaron por el malecón de Miraflores. Al día siguiente se cumplió la predicción: el país entraba en cuarentena obligatoria.
Durante los primeros meses de cuarentena se las ingeniaron para compartir actividades de pareja. Una de ellas era ver películas al mismo tiempo a través de Netflix Party y hacer una videollamada para que el acompañamiento virtual sea muy similar al encuentro presencial. También se organizaron para levantarse temprano algunos días de la semana y hacer una rutina de ejercicios en sus casas mientras se acompañaban por la pantalla del celular. Si bien las interacciones virtuales les recordaban los momentos juntos y fortalecían su vínculo, la carga académica, el estrés que desató la pandemia y la imposibilidad de contacto físico empezaron a crear problemas en la relación. Valeria se percataba de que cualquier discusión, por más pequeña e insignificante que sea, no podía ser solucionada. Antes se tomaban de la mano o se daban un abrazo y los problemas se desvanecían de pronto, pero ahora eso era imposible.
Hans decidió viajar a Chimbote para pasar con su familia los primeros meses de confinamiento. No sabía cuándo podría volver a ver a su enamorada. Los problemas crecían y las ganas de resolverlos disminuyeron. Valeria empezó a pensar que el mundo exterior no volvería a ser el mismo, se crearía una nueva normalidad y tal vez ya no deberían estar juntos. Al margen de las situaciones complicadas, ella siempre sintió la compañía y el apoyo de su familia en casa. También era consciente de que Hans necesitaba permanecer con la suya en Chimbote, aunque eso significara no verse más. En julio la cuarentena se levantó y Hans pudo venir a Lima para reencontrarse al fin con Valeria.
La separación había durado cuatro meses, los nervios también formaban parte de las emociones de ese día. Acordaron que esa primera vez se verían en la casa de Hans en Jesús María, así evitaban el contacto con otras personas. Apenas Valeria lo vio sintió que estaba frente a un extraño. Los cuatro meses se habían multiplicado por tres. Se sentaron en la sala con una dosis de temor y otra de expectativa. “Quería abrazarlo y no podía por temor a que sea perjudicial, sentía que hasta me había olvidado de su voz”, recuerda Valeria. Se miraron intentando reconocerse, hicieron preguntassimples y hubo silencios incómodos. Poco a poco encontraron en el otro a la persona de la que se habían enamorado.
Desde entonces comenzaron a visitarse, a veces en casa de él, a veces en casa de ella. Aprendieron a cocinar, tomaban juntos sus clases virtuales e incluso cuidaban a la hermana menor de Valeria cuando sus padres salían o estaban ocupados. Ella menciona que, “en el contexto actual hemos encontrado nuevas actividades que hacer juntos, ya no extraño lo de antes porque me acostumbré a planificar dentro de las posibilidades del presente”. Con el pasar del tiempo la idea de poner fin a la relación desapareció. Hans finalmente prefirió quedarse en Lima para continuar su relación con Valeria y concentrarse más en sus estudios.
Para Valeria y Hans ha sido un reto sostener su relación en medio de la pandemia. Si bien el fantasma de la ruptura estuvo rondando en los primeros meses, finalmente aprendieron a aceptar y amar la nueva versión de ellos mismos. El terapeuta Ángel Paz afirma que durante el confinamiento muchas personas han podido evaluar qué tan importante eran sus parejas en sus vidas y ahora buscan consolidar ese vínculo que los une.
El amor en medio de la pandemia
Thalía es una estudiante de 23 años de Obstetricia de la Universidad Privada del Norte. El verano pasado ella trabajó paseando perros y cuidando niños para ayudar a cubrir los gastos de su familia. En casa también trabajaban su madre y su hermana mayor. Ella buscaba trabajos de medio tiempo en vacaciones, pero se decidió por un empleo fijo cuando supo que debía pagar más por su pensión universitaria. Así, a finales de febrero ingresó a trabajar en la cadena de tiendas Tambo en Lince. Era la primera vez que tenía un trabajo con horario a tiempo completo y con muchas personas a su alrededor, por lo que, aprender a trabajar en equipo y bajo presión le resultaba complicado. Afortunadamente, uno de sus compañeros fue muy paciente y le enseñó cómo funcionaba el establecimiento, en poco tiempo se hicieron amigos.
Danny, de 25 años, estudiaba Administración en el instituto Cibertec y había comenzado a trabajar en la tienda en enero. Cuando conoció a Thalía tuvo la impresión de que era un poco tímida por lo que se ofreció a apoyarla para que se integre más rápido. Se entendían muy bien, pero solo eran amigos. Cuando llegó la cuarentena, en la segunda quincena de marzo, todo cambió en sus vidas personales. Danny tuvo que dejar los estudios y un mes después, Thalía también.
La pandemia dejó desempleadas a la hermana y a la madre de Thalía. De la noche a la mañana, la responsabilidad económica recayó en ella. “En los estudios también me afectó porque pagué mi primera cuota un día antes de la cuarentena y después tuve que dejarlo porque no me iba a alcanzar un sueldo para mantener mi casa y los estudios”, relata Thalía. El trabajo que sería un apoyo ahora se había convertido en indispensable para su familia. Danny se fue convirtiendo en un apoyo para Thalía. En algunas ocasiones para evitar el contagio en los buses, la llevaba a su casa en bicicleta al salir del trabajo. El 2 de junio Danny le propuso que sea su enamorada y ella aceptó.
Era su primera relación seria y le parecía muy extraño vivirla en medio de una pandemia. En un año convencional, habrían podido ir a la playa, comer en restaurantes, ir al cine o a las discotecas a bailar. Pero le había tocado el 2020, un año en el que hasta para caminar con alguien debes mantener la “sana distancia”.
Poco después la cadena de tiendas donde trabajaban cerró el local en el que se conocieron. Hubo reducción de personal, pero a Thalía y a Danny no los despidieron, los enviaron a tiendas diferentes. A partir de ese momento, tuvieron que adaptar sus rutinas para pasar momentos juntos. Cuando podían, en sus días de descanso, iban a casa de ella para cocinar y ver películas, ya que era más seguro que ir a lugares públicos. Y, cuando no era posible verse, usaban aplicaciones de celular o la computadora para realizar actividades juntos. De esta forma lograron celebrar seis meses de relación en los que el distanciamiento y protocolos no han logrado disminuir su entusiasmo por continuar juntos.
A prueba de fronteras
Gabriela, de 24, y Wilson, de 25, se enamoraron en su Cusco natal, hace ocho años. En ese lapso lograron sostener una relación siempre marcada por la distancia. Él es ingeniero geólogo y trabaja en proyectos que lo llevan a distintas regiones del país, actualmente está en Ayacucho. Ella estudia Ciencias Políticas en la PUCP para lo cual se mudó a la capital hace tres años. Estas distancias no impidieron la comunicación fluida entre ellos. Wilson viajaba constantemente a Lima en sus días de descanso para estar con ella y Gabriela regresaba a Cusco durante las vacaciones para encontrarse con él allá. Ya tenían una manera de mantener viva su relación. Habían madurado con el tiempo y comprendían que vincular sus actividades laborales y académicas era parte de un futuro por construir. Mientras pudieran verse al menos dos veces al mes todo estaba bien.
Pero si algo ha demostrado el año 2020 es que toda la estabilidad le resulta peligrosa. Cuando se anunció la cuarentena, Wilson se encontraba trabajando en Ayacucho y Gabriela estaba en el Cusco, aún de vacaciones con su familia. Pensaba retornar a Lima para empezar un nuevo ciclo en la universidad, pero todo quedó en suspenso. A Wilson lo mandaron a casa por tiempo indefinido. Él viajó inmediatamente a la provincia de Espinar, en Cusco, donde vive su familia. Tenía que hacer una parada en la ciudad de Cusco y allí pudo ver a su enamorada por unos minutos. Luego se despidió de ella sin saber cuándo se volverían a ver.
Después cerraron las carreteras que unían las provincias y comenzó la incertidumbre dentro de la habitual relación a distancia que ambos mantenían. El efecto de la larga espera aumentaba la ilusión de un reencuentro. Si bien sus actividades virtuales los mantenían ocupados, siempre encontraban momentos en el día para hacer videollamadas y al menos conversar un momento. Cuando se levantó la cuarentena general, algunas regiones empezaron una cuarentena focalizada, una de estas fue Cusco. Los viajes de una provincia a otra continuaban prohibidos.
Pasaron seis meses hasta que a finales de septiembre las condiciones sanitarias permitieron que Wilson finalmente pudiera visitar Gabriela. Ella había hecho gestiones con su familia para que su enamorado se quede cuatro días en su casa, y así no tuviera la necesidad de alojarse en hoteles donde corría el riesgo de contagiarse. Cuando él llegó, Gabriela estaba muy emocionada, nunca habían permanecido tanto tiempo separados, no pudo evitar abrazarlo. “Después de no verlo por un tiempo, la sensación es extraña, estábamos un poco tímidos, luego empezamos a hablar y recuperamos la confianza habitual”, cuenta Gabriela.
Al día siguiente se fueron al Valle de Urubamba, disfrutaron del aire libre y conocieron lugares turísticos. El tiempo que tenían para verse era corto y deseaban aprovecharlo hasta el último minuto. Los cuatro días pasaron rápido y tuvieron que despedirse y otra vez los invadió la tristeza. Ahora saben que una frontera cerrada no los puede separar. Wilson visita a Gabriela cada vez que dispone de tiempo. Ambos han demostrado paciencia y continúan apostando por una relación que se nutre con cada reencuentro.
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