Tenía 13 años cuando conoció el arte del retablo ayacuchano gracias a su padre. Desde ese momento supo que esa tradición no podía quedarse en el ingenio de su progenitor. Él debía continuar con su legado. En 2012 creó su empresa con la mira puesta en construir un museo-taller donde los visitantes aprecien la belleza de sus creaciones. La pandemia ha congelado su sueño por ahora. Con su arte relegado al último rincón de las obligaciones estatales, Arturo Ramos se vio obligado a reinventarse. En las siguientes líneas cuenta lo que hizo para sobrevivir durante esta cuarentena.
Por: Alessandro Azurín
Portada: Archivo personal
En marzo de 2020, cuando la cuarentena comenzó, los peruanos vimos el nacimiento de un nuevo programa que se volvió imperdible. Pegados a los televisores y con los oídos bien atentos, todos queríamos ver la conferencia del presidente Martín Vizcarra a la hora del almuerzo. La expectativa por las nuevas noticias que podían surgir en el combate contra el COVID-19 lo ameritaba. Desde Huamanga, Arturo Ramos, artesano de 37 años, formaba parte de los interesados. Mientras muchos se preguntaban si el presidente diría cuándo pondría fin a la inmovilización social y otros esperaban los números de los contagiados y fallecidos para analizar cómo nos iba, más allá del discurso, Ramos solo quería una cosa: una mención sobre la ayuda destinada para los artesanos como él. Esperó hasta comienzos de abril. Supo entonces que su expectativa fue en vano. Resignado, entendió que estaba solo en la misión de sacar adelante a su familia y a su empresa en este nuevo mundo.
“Yo creo que identificamos al Perú, somos alrededor de 70 mil artesanos a nivel nacional y para nosotros no hay ningún tipo de apoyo. Nos sentimos marginados”, explica. Abandonado a su suerte, Ramos tenía que encontrar una salida. En todos los rincones veía gastos, los números de sus ventas se habían desplomado a cero. Como le pasa a muchos artistas, las mejores ideas surgen cuando uno menos se lo espera. Rebuscando en su cajón cerebral, el artesano vio en las mascarillas una oportunidad.
Había llegado a la quincena de abril y Ramos ya tenía un nuevo objetivo: investigar todo lo posible sobre las mascarillas que protegen del COVID-19 y escoger el mejor camino para convertir su idea en realidad. En mayo consiguió lanzar a la venta el primer lote. Lo había conseguido. El diseño característico del retablo ayacuchano yacía frente a sus ojos en forma de barbijo.
Con sus cuatro locales cerrados, la empresa “Retablos Arturo Ramos” había encontrado un alivio frente a los golpes de la pandemia. El artesano había visto cómo sus 25 colaboradores, la mayoría jóvenes interesados en aprender el arte del retablo, se habían visto obligados a abandonar la artesanía para sobrevivir en otros oficios y alimentar a sus familias. Con los cubrebocas, Ramos encontró la salida que necesitaba para que su arte no pasara desapercibida en cuarentena.
Cada mascarilla esconde detrás un proceso minucioso de trabajo. A partir del diseño que pincela en una plantilla, el artesano lo traslada a la tela utilizando la técnica del sublimado –una especie de estampado– con la que consigue que sean lavables y reutilizables. Además, utiliza materiales como la tela taslan, notex y una parafina para que sus mascarillas “retabladas” tengan una triple protección contra el COVID-19. Ramos busca así que su producto sea sinónimo de calidad.
En esta iniciativa, Ramos no ha estado solo. Su esposa y su hija lo han ayudado en la administración de los pedidos y ventas. El éxito de las mascarillas retabladas se volvió una misión familiar. Además, el artesano se asoció con un taller de costura: si bien él domina la técnica ancestral del retablo, no es lo suyo el manejo del hilo y las agujas.
“Para nuestra satisfacción nos llamó mucha gente y gracias a Dios tuvimos muy buenos resultados”, cuenta aliviado. Hasta el momento, el artesano ya ha vendido más de 2000 mascarillas. Su arte trasladado a una diminuta pieza de tela no solo protege del COVID-19 a los ayacuchanos. Gracias a algunas agencias de encomiendas, sus packs de tres mascarillas con el nombre del cliente han salido listos de Huamanga en camiones y vehículos particulares. Los envíos ya llegaron a Lima, Trujillo, Chiclayo, Cusco y Huancayo. Sus colaboradores en cada región se encargan de entregar los paquetes con todos los protocolos de seguridad.
Si bien esta es una forma ingeniosa de hacer arte en este mundo enfermo de virus, no es la primera vez que el retablista intenta que sus creaciones sirvan para algo más que el deleite de los ojos. Antes de que la cuarentena paralizara sus ventas, Retablos Arturo Ramos ofrecía tres categorías de productos: los “tradicionales”, los “contemporáneos” y los “utilitarios”. Estos últimos reflejan los intentos del artista por diferenciarse del resto.
Bajo esa etiqueta, el artesano ofrece portavinos, espejos y vasos con los diseños clásicos del retablo. “De esa forma buscamos posicionarnos en el mercado, para que la gente conozca nuestro arte”, detalla con entusiasmo. Su talento e ingenio ayudaron a que su empresa tenga cuatro locales, uno de ellos en la sala de embarque del Aeropuerto Alfredo Mendívil Duarte de Ayacucho.
Lamentablemente, el COVID-19 lo obligó a cerrar sus tiendas. Ramos tiene claro que cuando la pandemia pase y las mascarillas retabladas ya no sean tan demandas como ahora, tendrá que comenzar de cero. Atrás quedaron la alta demanda de los retablos en el aeropuerto y el reconocimiento ganado en concursos locales y nacionales. “Eran tres vuelos diarios. Ahora, con todo este problema, probablemente sean dos vuelos a la semana. Igual nos vamos a preparar para lo que se viene”, asegura.
Con ese panorama en el horizonte, Ramos decidió acercarse a las autoridades encargadas del programa Reactiva Perú, pero no recibió una respuesta positiva. Sin opciones de préstamos, el artesano se presentó al concurso “Turismo Emprende” del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (MINCETUR).
Para él, concursar con otros maestros del arte no es una novedad, después de todo lo viene haciendo desde los 18 años. Sin embargo, hay una gran diferencia. Antes, más allá del dinero, ganar esas competencias significaba un reconocimiento al talento. Ahora Ramos tiene claro que es un concurso por la sobrevivencia. Una batalla entre artesanos para recibir ese salvataje económico que tanto necesitan.
Por ello, considera esta ayuda como injusta. El retablista piensa en sus colegas y se da cuenta de que los requisitos de los concursos del Mincetur son exagerados. “Exigen cosas que el artesano no cumple. Debe haber flexibilidad para que algunos puedan acceder a todo eso”, revela decepcionado.
Ramos, como todos los demás artesanos, se siente marginados. Le indigna y enfada ver cómo el Ministerio de Cultura destina 50 millones de soles para músicos, cineastas y actores, pero al artesano ni siquiera se le menciona. Bien por los otros, se aplaude el gesto. Mientras tanto ellos siguen borrados del mapa.
A pesar de todo, para el retablista una cosa es clara: a mal tiempo, buena cara. Cuando el COVID-19 tocó la puerta, Ramos se encontraba cerca de terminar los trabajos de exposición permanente para su museo-taller. Dice que no se rendirá a pesar de los pocos ingresos. Tampoco dejará de innovar en su manera de colorear y presentar el retablo ayacuchano. “El propósito que yo tengo es hacer cultura viva, enseñar lo que sé a las personas que quieran aprender”, explica. No habrá pandemia ni indiferencia de las autoridades que lo detenga.
Con 37 años, Arturo Ramos aún siente que tiene muchos años por delante para alcanzar su meta. Pero no por eso pierde el tiempo. Desde 2011, gracias a un taller de capacitación en docencia de la Universidad San Cristóbal de Huamanga (UNSCH), puede compartir lo que sabe. El artesano enseña a jóvenes y niños interesados en aprender el arte del retablo.
Su convicción es muy sólida, pero sabe que si está solo no podrá aguantar siempre. La artesanía es su oficio y su vocación, y no se alejará de ella por nada en el mundo. No se verá obligado a sacrificarla, como sus excolegas que ahora se dedican a la construcción para sobrevivir. Cuando la pandemia pierda fuerza y la venta de mascarillas empiece a disminuir, el ingenio y los retablos tradicionales de Ramos volverán a brillar, más coloridos que nunca.
En sus manos firmes y talentosas se sostiene el arte del retablo ayacuchano. A futuro, el artesano espera ver sus objetivos cumplidos; que nadie dude que la tradición popular, de la cual él es un digno heredero, sobrevivirá a todas las pandemias. Después de todo se trata de un fragmento de nuestra identidad nacional que continuará viva gracias a peruanos como Arturo Ramos, aunque las autoridades se olviden de ellos cuando las papas queman y no hay cámara a la cual posar para quedar bien.
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Si deseas apoyar al artesano Arturo Ramos comprando una de sus mascarillas, puedes escribir a su página de Facebook Retablos Ramos.