Estamos acostumbrados a escuchar en televisión a politólogos que guardan la debida compostura y aparentan objetividad cuando nos explican lo que está pasando en el país. El bachiller en Ciencia Política por la PUCP, magíster en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York y columnista de Hildebrandt en sus Trece, Carlos León Moya, o simplemente Moya, reitera que es de izquierda y raja de los involucrados en las noticias con ironías, remedos, apodos y hasta insultos. Todo como streamer en su canal de Youtube, que tiene 24 mil suscriptores y acumula cerca de 3 millones de visualizaciones. Otro espacio de transgresión es Twitter, donde, ganándose la fama de respondón, tiene más de 125 mil seguidores. En enero anunció allí que iba a postular a la alcaldía de Lima. Su broma llegó muy lejos. Estuvo varios días en tendencia y le crearon spots y eslóganes de campaña. Debido a la decepcionante oferta política del momento, hasta él llegó a tomárselo en serio. Pero no estaba afiliado a ningún partido y ya se habían vencido los plazos. Su deseo de expropiar el Golf y el Regatas, al que pensaba convertir en el Club Zonal Juan Velasco Alvarado, se esfumó. Aún así, apareció con 0.3% en la última encuesta de intención de voto de CPI. Conoce más de este melenudo personaje cuya filosofía consiste en “dar la contra” a todo el mundo.
Por: Jhúda Castro
Portada: Mariajosé Fernández-Plenge
Es la noche del 29 de noviembre de 2021. Cuarto Poder revela que Pedro Castillo venía reuniéndose a escondidas con funcionarios y empresarios en la casa de la calle Sarratea, en Breña. Una semana después se votaría en el Congreso la admisión a debate del primer intento de vacancia presidencial. La oposición más recalcitrante estaba a la expectativa de que el dominical lance un audio que sería el detonante para la caída del Gobierno. Se trataba de una conversación inocua entre Christian Sotomayor, el productor del programa, y Alejandro Sánchez, el dueño del inmueble bajo la lupa. Este último le ofreció primicias a cambio de que deje tranquilo a Castillo, mientras Sotomayor pedía con insistencia que le conceda una entrevista. No había más. La “bomba” fue apagada en el acto por los televidentes. Hasta el conflictivo Beto Ortiz lo minimizó. Y el presidente permaneció en el cargo. Ahora sí, quiero presentarles a Carlos León Moya en la noche en que Cuarto Poder volvió a decepcionar:
“Yaaaaaa, conchatumare, yaaaaa, yaaa, huevón, ese es el audio, huevón. Señora, usted que me está viendo, ¿por qué digo lisuras?, ¿por qué insulto? Por esto, pues. Por esto es que tengo tantas vistas en Youtube tristemente, porque el periodismo está tan hasta las huevas en televisión que nos da material. Cómo puede ser que un audio, huevón, sea la mitad un producto diciendo oe, pero mi entrevista, pe, yo quiero mi entrevista con el presidente, putamadre”.
¿Qué te escandaliza más? ¿La nota inflada de un dominical? ¿O las palabrotas de Moya? ¿Saben que a César Acuña le apodó ‘Petipan’; a Vladimir Cerrón, ‘Tapir 590’; a Maricarmen Alva, ‘profe Gareca’; a Mirtha Vásquez, ‘Baby Yoda’? “Con el político hay una horizontalidad en el sentido de que lo bajo del pedestal en que está. Por ejemplo, en vez de decirle ‘congresista’, le digo ‘mejor cállate’”, apunta. Es consciente de que no puede expresarse así en TV Perú, RPP TV, La República TV, Ideele Radio o Sálvese Quien Pueda, medios que lo han invitado para analizar la coyuntura política. Quién pensaría que este irreverente personaje de 36 años pertenece a una generación de destacados politólogos peruanos.
En el reportaje Nuevos politólogos peruanos: la generación post-Tanaka, aparecido en el suplemento Domingo de La República el 26 de diciembre de 2011, su autor, Óscar Miranda, señalaba que hay un “tridente de avanzada” conformado por Alberto Vergara, Eduardo Dargent y Carlos Meléndez, y que lo secundan Adriana Urrutia, Rodrigo Barrenechea y Carlos León Moya: “Una nueva hornada de científicos sociales que, para escribir sobre política peruana, salen a la calle, entrevistan a los líderes y cuadros de los partidos y, en algunos casos, se involucran en sus actividades partidarias”.
El único de ellos que en esa época tenía militancia era Moya: entre 2005 y 2011 integró el Partido Socialista (PS), una pequeña organización liderada por Javier Diez Canseco, quien fue una de las figuras más importantes de la izquierda peruana. Además conoció in situ la Cuba socialista de Fidel Castro y la Venezuela bolivariana de Hugo Chávez. Se podría decir que su izquierdismo nació en las aulas de la PUCP. Como encargado de Juventudes del PS en la Católica, captó a una cachimba Sigrid Bazán, hoy congresista de la República. La formó políticamente durante al menos dos ciclos. Como vicepresidente del Centro Federado de Ciencias Sociales, osó confrontar en una asamblea de delegados al entonces rector Marcial Rubio Correa.
“Yo levanto mi manita por el tema del pago y del lucro, que no puede ser que a los alumnos se les cobre de esa manera, que las asistentas sociales traten así a los alumnos. Y me miró así como ‘este cholo’. La palabra lucro está mal utilizada, debo decirle, y empezó a hablar de que había cometido un error semántico, porque ellos no lucraban. Y todos los representantes universitarios en ese momento le dieron la razón, que cómo te vas a pelear con Marcial Rubio”, contó en el programa Trolea Nomás de Útero.pe.
La beligerancia puede recorrer toda tu vida o solo los años aurorales de tu formación universitaria. Cuando empezó la segunda década de este siglo, Moya empezó a dudar de algunas certezas que creía inconmovibles y decidió tomar distancia. Mantenía cierto espíritu transgresor, pero ya no se sentía un bolchevique, y tampoco uno de esos camaradas dispuestos a someterse a la disciplina partidaria.
—En la última línea de tu carta de renuncia al Partido Socialista dices que el tiempo te dará la razón. Una década después una izquierda que no es la tuya está en el poder. ¿Tuviste razón?
—Sí, porque lo que yo planteaba era un recambio generacional al interior del partido. Al pelear contra eso no tenía ninguna ganancia personal, sino un desgaste emocional. Me pareció que en esa época el Partido Socialista guardó demasiado silencio ante la “traición” de Humala. Es algo que ahora me disgusta de Juntos por el Perú. Sus miembros (incluidos los de Nuevo Perú) que participan (o han participado) del Gobierno de Castillo deberían criticar públicamente algunas cosas… Eso no quita que haya cambiado mi opinión sobre los actores de ese momento, Javier Diez Canseco, quien al final renunció (a la bancada de Gana Perú), y Aída García-Naranjo. Ahora soy menos severo con ellos y con Humala, soy un poco más comprensivo de lo que implica ser Gobierno: haber trabajado en Palacio me ha hecho ver las cosas con más cabeza fría.
Cuando Óscar Miranda terminó de entrevistarlo, le dijo: ”Escribes bien, tú podrías trabajar con Hildebrandt”. Poco después el director de Hildebrandt en sus Trece lo llamó para conversar. Hablaron de la Unión Soviética y de la izquierda peruana. Él le dijo que era viuda de José Carlos Mariátegui y Alfonso Barrantes. “¿No quieres dedicarte al periodismo? Ingresa al semanario, yo te hago reportero”, le ofreció el veterano periodista tras leer sus últimas columnas políticas.
—En 2012 voy a Venezuela como reportero y ya hay un uso grotesco de los recursos públicos a favor de la campaña de reelección de Hugo Chávez. Ahí me peleo con (Guillermo) Bermejo, que era mi amigo: me presentó gente creyendo que yo iba a hacer un tipo de reportaje e hice uno más, entre comillas, independiente. Mi corazón quería que gane Chávez, me parecía un personaje simpatiquísimo, yo he sido chavistón mucho tiempo. Entrevisté a la politóloga venezolana Margarita López Maya, quien me dijo: “Se muere Chávez y esto se derrumba”. Fue lo que pasó. También hablé con Teodoro Petkoff, opositor furibundo, y lo cité en mi reportaje: finalmente, mi labor era esa.
De la página 243 de Meche, la autobiografía de Mercedes Aráoz, entonces segunda vicepresidenta de la República, extraemos: “Los principales asesores políticos del premier Fernando Zavala terminaron siendo los comunicadores que llevó para que lo ayudaran en ese campo… David Rivera, Daniel Olivares, Carlos León Moya y José Alejandro Godoy, tienen una respetable posición política de izquierda, de la mano con un notorio antifujimorismo”. Dado el fuerte vínculo de Moya con la izquierda, el lector juzgará si haber servido al derechista Pedro Pablo Kuczynski —un claro representante del establishment al que decía enfrentar— en la Presidencia del Consejo de Ministros genera una contradicción.
Este fragmento le sirvió de munición a Aldo Mariátegui, el nieto de José Carlos Mariátegui y odiador de comunistas, en su diatriba contra la izquierda del 23 de diciembre de 2020 en Perú 21. Allí sostuvo que Zavala “agravó su situación al convocar a estos mercenarios izquierdistas” porque “le vendieron un libreto ajeno a la filosofía ppkausa, eran un trapo rojo frente al toro congresal naranja”. Líneas más abajo elogió al protagonista de esta nota: “León Moya es el mejor de ellos escribiendo y analizando”.
Ha trabajado escribiendo columnas de opinión para Lamula, Sudaca (sátira política) y las revistas Poder y Hildebrandt en sus Trece (desde 2014 a la fecha). Ahora lucha contra la procrastinación. Debe terminar, a como dé lugar, tres libros: una ucronía en la que Sendero Luminoso gana la guerra y asalta Lima, un reportaje sobre la semana de protestas contra Manuel Merino en noviembre de 2020 y, sobre todo, la biografía del dictador Juan Velasco Alvarado.
Cada vez que se encuentra con amigos —entre ellos Julio Villanueva Chang, fundador de las revistas Etiqueta Negra y Etiqueta Verde— le reclaman que termine el libro de Velasco. El proyecto se estancó en la etapa de investigación. Recuerda incluso que la editorial Penguin Random House le había pagado un adelanto. Moya tiende a posponer las cosas que se propone hacer y atribuye esa falta de voluntad al Síndrome del Impostor. Con base en una nota de la BBC, el que lo padece “tiene la sensación de no estar nunca a la altura; de no ser lo suficientemente bueno, competente o capaz; de ser un impostor, un fraude”. Para él, sus logros y los elogios que recibe —particularmente por un análisis político que fluye en una prosa entretenida y convincente— serían “cuestión de suerte”.
En 2014 viajó a los Estados Unidos para estudiar una maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York. Allí coincidió con Matteo Stiglich, encargado de la investigación del documental La revolución y la Tierra (2019). Cuando Nayo Aragón, gestor del material de archivo, se enteró de que tenía un texto acerca de la Reforma Agraria, se lo pidió y acordaron una entrevista. De alguna manera eso compensó el frustrado proyecto del libro sobre Velasco.
Antes de postular a la Universidad de Nueva York, lo habían aceptado en Oxford para llevar una maestría en Estudios Latinoamericanos. Pero llegó tarde a una cita de la Beca Chevening y perdió la subvención. “Fue una desazón muy grande que me acompañó mucho tiempo y, viéndolo en retrospectiva, fue lo que mejor me pudo pasar”. Sus tardanzas las aguantan desde hace un año quienes siguen sus transmisiones en Youtube, donde comenta a su estilo la coyuntura política. Financian sus chapas y lisuras con yapes, plines y, más que todo, superchats. Moya asegura que esos son sus principales ingresos porque las columnas no pagan mucho.
Su amigo Marco Sifuentes, conocedor de estos temas como director del mininoticiero digital La Encerrona, que se emite por Youtube, le recomendó que su programa cuente con un guion y pase por un proceso de edición. “¿Tengo que tener guion? No. ¿Tengo que tener pauta? No quiero. ¿Tengo que preparar el programa? No”, responde. “El psicólogo organizacional Adam Grant, autor del libro Originals, que me pareció bastante paja, tiene un podcast que se llama WorkLife. En el capítulo The creative power of misfits habla de que hay personas que tienen un acercamiento al trabajo como un buque pirata, que su motivación es dar la contra. Pueden fracasar, pero a veces les liga una, ¿no?”, explica.
Moya tenía entendido que Paco Sanseviero, el dueño de la librería El Virrey, estaba buscando colocar publicidad en programas de Youtube. Según él, La Encerrona le salía caro, mientras que su improvisado programa era barato. Así se convirtió en un influencer de libros. En el primer bloque, ofrece descuentos con el código VotoIrresponsable y, en ciertas ocasiones, ha realizado sorteos. Al bibliófilo le frustra que cada vez lea menos. Si bien siempre ha leído noticias por afición propia, actualmente consume más videos. “Compro, anhelo leerlo, digo ‘voy a leer durante diez días esto’, y al final no lo hago”, se lamenta.
Si lo que busca es retomar el hábito de la lectura, debería volver a una de las ideas fuerza de su columna del 27 de julio de 2018 en Lamula: una forma de rebelarse ante un Perú neoliberal es leer. Se lo enseñó Marco Aurelio Denegri, el hombre más erudito de la televisión peruana. Pero sobre todo le inculcó el “ir en contra del orden establecido”. Y Moya sí que lo puso en práctica. Es el único politólogo que se va a dirigir a un político así: