A dos años del inicio de una pandemia que paralizó al mundo entero, este lunes el campus de la universidad se volvió a llenar de estudiantes. Pero, ¿qué hemos perdido y qué hemos ganado en este tiempo? Alumnos, jefes de práctica y profesores de la PUCP responden.
Por: Natalia Huerta y Bárbara Contreras
Portada: Bárbara Contreras
Almorzar con tus amigos en el pasto. Las charlas luego de la clase. Los jueves culturales caminando por el Tontódromo. Jugar fútbol en el Polideportivo. Comprarte una dona en Plaza San Miguel. Quedarte dormido en un cubículo. Los pastitos y las mesitas de Letras. Las colinitas de Educa y las salchipapas de Refilo en Tinkuy. La Biblioteca Central y la de Ciencias Sociales. Las colas para calentar tu táper en el microondas. Encontrarte con tu profesor o con tu alumno. Las conversaciones espontáneas. La oportunidad de hacer nuevos amigos.
Durante dos largos años de pandemia, estos momentos quedaron relegados al espacio de la memoria y la añoranza. Los alumnos y profesores, que pasaban un promedio de diez horas en el campus, se resguardaron en sus casas. De un momento a otro, nuestros dormitorios, cocinas y comedores se convirtieron en salones de clase, y nuestros familiares en los compañeros de aula.
El 21 de marzo, el campus volvió a recibirnos. Las clases semipresenciales iniciaron y retornamos al espacio que, en otros tiempos, fue nuestro segundo hogar. Pero, ¿qué han significado estos dos años para alumnos y profesores? ¿Qué cosas rescatan y qué sienten que han perdido en el camino? ¿Y qué es lo que viene a continuación?
Confesiones tras dos años de encierro
Hasta el 15 de marzo del 2020, nadie podría haber imaginado que acabaríamos por conocer a nuestros compañeros a través de un rectángulo con un nombre. Mucho menos que pasaríamos cuatro semestres sin conocernos físicamente. La virtualidad irrumpió en nuestras vidas sin previo aviso y su efecto se hizo notar.
“Los primeros meses de clases virtuales me sentí bastante sola. Ya no había esos momentos de “vamos a almorzar” o de armar un plan para estudiar al salir de clases”, afirma Alejandra (21), estudiante de Psicología.
“Sentí que perdí a mis amistades porque ya no tenía esos espacios de interacción que salen de la espontaneidad. Los amigos también son parte de momentos, son circunstanciales”, reflexiona Nicole (22), estudiante de Ciencias Sociales.
Mario (21), futuro comunicador audiovisual, añade: “Extrañaba esa sensación de tener a mis compañeros allí conmigo, de sentir que avanzábamos juntos. Podía seguir aprobando los cursos y me iba bien, pero la sensación no era la misma”.
“Perdí la oportunidad de vivir experiencias presenciales, de conocer gente en cada curso al que asistía. Tampoco podía sentarme en pastitos a reír y hablar de la vida”, lamenta Daniela (22), estudiante de Sociología.
Junto con la tristeza de no poder relacionarnos como antes, nuestros hábitos de estudio también se resintieron. Gonzalo (23), futuro sociólogo, señala: “Si bien ahora tenía más información a la mano y era más fácil tomar apuntes, el rango de atención que tenía frente a la pantalla no era el mismo”.
Por su parte, María Fernanda (22), estudiante de Psicología, revela: “El hecho de tener que poner ‘pausa’ en cada grabación que veía, copiar lo que decía el profesor y volver a iniciar el video hacía que el curso me tomara el triple de tiempo”.
“Solía acordarme de los temas que habíamos visto a partir de alguna conversación que tuve ese día con un amigo. Ahora no podía retener la información de la misma manera”, agrega por su lado Daniela (22).
La necesidad de aprender al lado de sus compañeros era compartida por Nicole (22), quien cuenta: “Mis amigas y yo quedábamos para estudiar juntas porque de esa manera nos motivábamos unas a otras. Con la pandemia, la motivación solo provenía de mí y me costaba más ponerme manos a la obra”.
Y fue precisamente la motivación la que se vio más afectada durante estos dos años de encierro.
“Se me quitaron las ganas de estudiar. Y eso en una carrera que me gusta mucho. Solo iba a las clases necesarias y veía las grabaciones. No hacía nada más. Eso afectó a mis notas también”, confiesa Diego (21), estudiante de Sociología.
“Pensar que toda mi vida en la facultad se estaba pasando de manera virtual, en una sesión de Zoom tras otra, fue muy desalentador. Mi experiencia universitaria no podía ser solamente eso», afirma Gonzalo (23).
Del otro lado de la pantalla
“A ver, el alumno tal…, ¿está ahí?”, “¿Alguien que quiera participar?”, “¿Me están siguiendo?”, “¿Puede alguien darme alguna señal? La enseñanza en medio de una pandemia tampoco fue una tarea sencilla. Día tras día, los profesores se enfrentaron a los símbolos del micrófono y cámara apagados, y al silencio intimidante de una pantalla negra.
“Lo más difícil fue hablarle a veinte rectángulos”, confiesa Susana Pastor, docente de la Facultad de Comunicaciones. “Uno sabe que detrás de esa cámara apagada hay de todo, desde el estudiante que realmente tiene una mala señal hasta el que se fue porque se aburrió”, añade.
Esta experiencia fue compartida por los jefes de práctica. “A menudo preguntábamos algo y nadie nos respondía”, admite Julia Romero, jefa de práctica de EE.GG.LL.
La pantalla se presentó como un obstáculo infranqueable, un muro que separaba a los profesores de sus estudiantes. Y esto se vio reflejado en la capacidad para acercarse a ellos.
“En una clase virtual uno no podía leer el rostro del estudiante. No podías saber si te estaban entendiendo, o si tenías que cambiar la forma en que explicabas algo”, lamenta Erick Nazario, jefe de práctica de fotografía.
“Tampoco sabíamos cómo estaban los jóvenes más allá del ámbito académico, si venían de buen humor o si tenían aspecto de tener algún problema”, agrega Julia Romero.
Pero había algo más que los profesores no encontraban en sus clases, algo no siempre tangible. Miguel Sánchez, profesor de la Facultad de Comunicaciones, lo define como: “La energía particular del aquí y el ahora, la que da la proximidad. Es una energía que se sentía en lo presencial y que nunca llegué a experimentar con lo virtual”.
No todo es color negro
Como todo en la vida, la virtualidad también tuvo un lado positivo. Permitió a muchos regresar a sus ciudades, crear nuevos vínculos con la familia y tener tiempo para reflexionar.
«La ventaja más grande para mí fue poder estudiar y ver a mi familia al mismo tiempo. Mi ciudad (Cusco) representa mi zona de confort. Estudiar desde aquí fue como si mis dos mundos se juntaran«, manifiesta Shachy (22), estudiante de Comunicación Audiovisual, quien, a pesar de todo, extraña el campus y espera volver pronto.
Por su parte, Tania (23), compañera de Shachy, reconoce que esconder su rostro tras la pantalla tuvo algunos beneficios. “Me ayudó mucho con mi ansiedad. No pensaba ‘todos me están mirando’ sino ‘tranquila, solo te están oyendo’. Poco a poco empecé a sentirme más cómoda compartiendo mis ideas”, confiesa.
Maria Fernanda (22), futura psicóloga, también señala: “Trabajar en grupo ha sido mucho más fácil y ventajoso gracias a las plataformas virtuales. A veces pasaba que teníamos que reunirnos en algún sitio del campus, pero no coincidíamos, o algunos vivían súper lejos”.
La grabación de las clases fue otra ventaja importante. “En la presencialidad uno tenía que tomar nota rápido, había que estar apuntando y apuntando y de todas formas, algunas cosas se perdían”, cuenta Salma (21), estudiante de Periodismo. “Que se pudiera volver a repetir algo en caso no te hubiera quedado claro te daba el tiempo para hacer otras actividades, como ayudar más en casa”, agrega por su parte Fiorella (19), estudiante de Publicidad.
La jefa de práctica Julia Romero admite además que la pandemia le permitió acercarse más al mundo digital. “Lo virtual me familiarizó con las propias herramientas y plataformas que utilizaban los jóvenes para hacer más activas y planificadas nuestras clases”, reflexiona.
Miguel Sánchez decidió abrir transmisiones directas vía Discord, grabar sus propios podcast e incluso crear listas de reproducción de música entre toda la clase. “La idea era acercarme a los estudiantes a través de sus propias prácticas de consumo cotidianas”, afirma.
Hay algo en lo que coinciden todos: la virtualidad ha llegado para quedarse. “Lo pienso como un complemento, una herramienta crucial para poder llegar a más personas”, opina Alejandra (21).
“Pienso que es un puntazo, hace todo más dinámico y nos permite explorar más allá de la enseñanza tradicional”, comenta por su lado Pamela (22), estudiante de Comunicaciones, quien se imagina terminando la carrera en un formato semipresencial.
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Tan emocionante como volver al campus es pisarlo por primera vez. “Siempre me imaginé mi primer día, mis cosas en la mochila, tomar el micro, llegar a la universidad, mostrar mi carné”, afirma Andrea (17), estudiante de tercer ciclo de EE.GG.LL, quien ingresó en plena pandemia.
Así como Andrea, otros cachimbos virtuales han vivido experiencias que aquellos que conocimos el campus no llegamos a imaginar. “He hecho unos cuantos amigos a los cuales nunca les he visto la cara”, confiesa Frescia (17), de EE.GG.LL. Perderse la oportunidad de participar de las famosas ‘cachimbadas’ también fue un duro golpe para Alejandra (17): “Eso me chocó en el corazón”, asegura.
Le preguntamos a los “cachimbos de la pandemia” qué es lo primero que harán cuando pisen el campus. “Iré tres horas antes de mi clase para poder pasear por todos los lugares de los que he escuchado hablar”, adelanta Gabriela (17), cachimba de Publicidad.
Ariana (17), quien este miércoles tuvo su primera clase, comenta: “Lo primero que hice fue abrir mi mapa virtual para no perderme”. “El campus es realmente una miniciudad”, añade Juliana (17), quien acaba de conocer a quienes podrían convertirse en sus mejores amigos.
Andrea (17), cachimba de Periodismo, transmite además su mayor aspiración: “Quiero sentir esa sensación de que lo lograste, de que puedes pisar la universidad porque te mereces estar ahí”.
Cientos de estudiantes que ingresaron durante la pandemia comparten ese anhelo. Y el campus los espera.