El uso del velo en Francia, y en todo el mundo, es un asunto que desata controversia. Este es el retrato de Inès Taleb, una joven musulmana franco-argelina que ha decidido combinar su religión con sus ideales feministas.
Por: Elisa Garreau
Empujando la puerta del apartamento de Inès Taleb, se siente inmediatamente la suavidad y la atmósfera calurosa del lugar. Destaca una alfombra oriental en el suelo, el espejo obsequiado por sus tías y la pintura para la gloria de Alá. Con pequeños toques discretos y estéticos, aquí los orígenes de la inquilina son recordados constantemente al visitante. Cuando uno entra en su habitación, penetra en un universo artístico, atípico y encantador, donde se amontonan las obras de arte que hizo de niña, su guitarra y todo tipo de baratijas, que a menudo se encuentran en las ventas de garaje que le encantan. En la pared, la mujer del póster We can do it! de J.Howard Miller ostenta con orgullo un velo de lunares y los brazos cubiertos por mangas largas, tiene una mirada decidida. Una ligera brisa levanta las cortinas mientras la voz encantadora de Edith Piaf se escapa del viejo tocadiscos colocado sobre el mueble repleto de libros. Si uno se asoma a la ventana, sobre el alféizar, puede ver las plantas verdes, el pequeño patio interior del edificio parisino y escuchar a lo lejos los sonidos de la Ciudad Luz.
Inès tiene veinte años, doble nacionalidad: francesa y argelina, el pelo y los ojos negros como el carbón, una sonrisa irresistible y una franqueza que desestabiliza a mucha gente. Brillante, luminosa, esta joven musulmana de estilo elegante y pulcro y sofisticado maquillaje, llama la atención. Pero no se equivoque, bajo esta delicada apariencia y rasgos angelicales, se esconde una verdadera luchadora de un carácter fuerte, decidida a no dejarse pisotear y a defender sus ideales. Feminista, apasionada por la moda y la filosofía árabe, hace seis meses esta joven decidió enviar un mensaje a su entorno social al tomar la decisión de llevar el velo o hijab, esta prenda de mujer musulmana que cubre la cabeza dejando el rostro visible, a diferencia del velo completo, la burqa.
Es un día de noviembre, los árboles han perdido todas sus hojas, el frío pica las mejillas, pero el sol brilla y las calles ya empiezan a estar decoradas con adornos navideños. Hay un ambiente muy festivo. En su apartamento, Inès se prepara para reunirse con sus primas con las que tiene previsto pasar el día en la ciudad para disfrutar del buen tiempo. Vestida y con un lindo maquillaje, la chica está de frente a su espejo, con un chal en la mano y preguntas que le mueven la cabeza. ¿Es realmente el momento? ¿Podré asumirlo? ¿Qué pensará la gente? Es una elección importante y está llena de incertidumbres. Sin embargo, ella ha estado pensando en eso desde hace algún tiempo. Al principio, tomó esta decisión con su prima Soraya, quien lo ha estado haciendo durante meses, y la ha apoyado en su elección. No, ella no quiere retroceder, no importa lo que la gente piense, no importa que les moleste a algunos, es su elección. Inès respira hondo y luego, lentamente y con mucha aplicación, empieza a enrollar la estola verde, salpicada de flores anaranjadas, alrededor de su cabeza. Cuando vuelve a mirarse en el espejo, le gusta su reflejo. Se sonríe a sí misma. Eso es, lleva el velo.
En la calle, camina con paso firme, con el corazón alegre y una sonrisa en la cara. Encuentra a sus primas, que están encantadas con su nuevo look, van al parque, se ríen, disfrutan. Todo tiene sentido, la llena una gran serenidad, finalmente puede ser ella misma.
El día de esta entrevista, que se hace con pantallas interpuestas por la distancia espacial y temporal que nos separa, mientras descuelga, la imagen se despeja y los píxeles se disipan, descubro con estupefacción una magnífica mecha roja ornando su cabello de ébano. Se echa a reír, muy orgullosa de su efecto sorpresa. Ella me dice que fue un verdadero shock para su madre cuando lo vio, mientras que su padre permaneció impasible frente al nuevo peinado de su hija. Incluso me anima a afeitarme la cabeza un día, dice riendo. En todos los casos, le guste o no a la gente, a Inès no le importa, hace lo que quiere.
Huyendo de la guerra de Argelia, los padres de Brahim Taleb se instalan en Francia. Primero llega el padre para buscar trabajo y mantener a su familia. Luego lo seguirán su esposa e hijos. Tuvieron que afrontar el racismo de los franceses y las duras condiciones de trabajo, particularmente en los ferrocarriles donde trabaja el padre, que arruinan su salud. Fátima Bekkouche, por su parte, crece en Argelia en una familia burguesa, hija de un director de escuela y de una madre ama de casa, libre de las consecuencias de la guerra. Las dos familias viven en dos colinas vecinas en Argelia y son muy unidas. Por eso, las alianzas florecen con frecuencia, muy nutridas en ambos lados. Por lo tanto, es durante el matrimonio de una de sus hermanas con un Bekkouche que Brahim ve a Fátima y cae bajo los encantos de la muchacha. Luego se organiza una reunión formal de acuerdo con las tradiciones, el futuro esposo debe conocer a los padres de su futura esposa y debe dar una buena impresión si quiere obtener su mano. Este tipo de flechazo provocado es muy común en las familias musulmanas, ninguna de las partes tiene realmente una opción y la voluntad familiar prevalece. Sin embargo, los dos jóvenes se escriben cartas y finalmente se enamoran. El matrimonio se celebra en Argelia, luego los dos cónyuges se trasladan a Francia. Brahim, como profesor de economía y gestión y Fátima, como técnica de laboratorio. Unos años después, nace una niña de pelo rizado y con mirada muy determinada, Inès.
Ella recibió una educación musulmana tradicional, basada en la religión y el respeto a las figuras paternas y maternas. Durante los debates familiares, puedes dar tu opinión, pero no demasiado, y cuando los padres hablan, te quedas callado. Hija única, Inès, es objeto de toda la atención de sus padres, es su verdadero bebé y este amor protector es a veces un poco sofocante. Incluso si es mayor de edad, no se le permite salir de noche, hablar con los niños, tener relaciones sexuales antes del matrimonio, y mucho menos beber o fumar. De hecho, aunque son muy abiertos y le dan mucha libertad a diferencia de otros jóvenes musulmanes, sus padres siguen siendo estrictos y hay muchos tabúes y secretos entre ellos. No hablamos de amor, y mucho menos de sexo, todo eso no existe, explica la joven con una sonrisa impasible.
Como no puede obtener respuestas a todas sus preguntas mediante su familia, su madre la impulsa a estudiar para alimentar su mente y encontrar sus propias explicaciones. Y, de hecho, la joven parece predestinada al estudio, porque en árabe, taleb significa el que estudia y en particular el que estudia religión. Creo que está en mis genes, se ríe Inès. Después de una brillante secundaria coronada por un exitoso bachillerato, Inès entra a una preparatoria para acceder a las grandes escuelas especializada en literatura y arte, lo que le permite obtener, después de dos años, una equivalencia en filosofía y entrar directamente en la prestigiosa Universidad de la Sorbona. Luego elige estudiar filosofía árabe medieval y es una revelación. Me di cuenta de que esta era mi vía, es exactamente lo que quiero hacer después, explica la joven, que ve en ello la oportunidad de estudiar sus orígenes, pero también de ampliar sus horizontes abriéndose a cuestiones morales y metafísicas sobre su religión. Elegir este camino es también una forma de valorar la cultura y la ciencia árabe, que a menudo se pasan por alto en los estudios occidentales. En Francia, no estudiamos a los filósofos árabes, que son tan importantes como Aristóteles o Descartes, se lamenta Inès, cuyo proyecto a largo plazo es realzar el lugar de estos estudiosos en los libros de texto publicado en Francia.
Paralelamente a sus estudios, la joven se inspira en las ideas feministas extraídas de sus lecturas y también de sus descubrimientos en las redes sociales, en particular Instagram. Entonces descubre un nuevo universo en el que las mujeres, incluso las musulmanas, son liberadas y emancipadas, iguales a los hombres y poseedoras de su propia voluntad. Esto le permite tomar distancia con su educación y salir del lastre familiar tradicional, para vivir su vida y probar cosas que siempre le han sido prohibidas. Sin decírselo a sus padres, sale, frecuenta a chicos y vive sus propias experiencias libremente, jugando a los tabúes. Me digo a mí misma que cuanto menos sepan, mejor soy yo, admite la joven. Un día encuentra un artículo titulado What Young Arabs Hide from their Parents y descubre con emoción que algunos jóvenes árabes llegan a ocultar sus verdaderos estudios a sus padres, pero también cosas a veces más serias como su intento de suicidio. Estaba llorando. Me di cuenta de que a veces los tabúes pueden llevar a extremos realmente serios, confiesa.
La cuestión del aborto en una familia musulmana, por ejemplo, sigue siendo imposible de abordar en Francia hoy en día. Sin embargo, toda mujer debería poder disponer libremente de su cuerpo, dice Inès con firmeza. Defender los derechos de las mujeres es lo que ella quiere hacer, mientras lleva el velo. Quiere demostrar que la religión musulmana no es incompatible con el feminismo, ni mucho menos el Islam, que incluso lo alienta. Por ejemplo, fue la primera religión en destacar el hecho de que una mujer puede heredar, poseer sus bienes y su propio negocio sin tener que pedir permiso a su marido. El Corán incluso indica que cuando un hombre y una mujer se casan, el marido debe cubrir todas las necesidades de la casa mientras la mujer puede usar su dinero como quiere. De hecho, es aún más que el feminismo, ¡La mujer es realmente más alta que el hombre!, bromea la chica. Desafortunadamente, muchos hombres musulmanes parecen olvidar lo que el Corán recomienda, especialmente en Francia. De niña, Inès sabía pequeñas cosas sobre su familia. Descubrir con horror que la vida cotidiana de muchas de las mujeres de su familia implica ser golpeadas por sus maridos. Y lejos de tratar de ayudarlas, sus madres las exhortan a guardar silencio y aceptar su destino en silencio. Les rompe el corazón, pero no hacen nada porque ellas también han pasado por eso y piensan que una vez que se casan, no pueden hacer nada, explica la joven con tristeza.
Para Inès, el Islam no significa el encarcelamiento de las mujeres musulmanas, sino su libertad. En Argelia, por ejemplo, las mujeres tienen su tiempo y sus cuerpos a su disposición, pueden salir por la noche, viajar, elegir a sus maridos y recibir un salario igual al de los hombres. Usando el velo, estos son los valores que ella afirma y desea resaltar. Quiere recordarnos que, con el velo, no se le quita nada a la mujer, ni su inteligencia ni su libertad de movimiento y elección, le pese a quien le pese, particularmente a los hombres y a los viejos conservadores recalcitrantes. A través del uso del hijab, ella desea mostrar que todas las mujeres son dignas de respeto, independientemente de su sexualidad, su forma de vida y, por lo tanto, de eso deriva su libertad. Puedes ser feminista, árabe, musulmana y perfectamente feliz, dice.
La joven quiere enviar un mensaje a la sociedad patriarcal que moldea tanto a hombres como a mujeres, que predica el machismo y la masculinidad en particular. Siempre queremos que los hombres sean fuertes, valientes, pero también tienen su sensibilidad, tienen derecho a llorar, a tener miedo…, explica Inès.
Todo esto no significa que abandone la religión, al contrario. Desde la infancia, esta última ha ocupado un lugar central en su vida y, aunque ha tenido dudas, ahora la considera una parte indispensable, una forma de realizarse a sí misma y de vivir su libertad. Me levanto, rezo, practico Ramadán, es una verdadera forma de vida, dice. Según ella, la práctica y el respeto de los dogmas es única para todos. Una mujer puede llevar velo, fumar, tener tantas parejas sexuales como quiera, pero eso no le impedirá ser piadosa, dice ella.
La joven también tiene una relación estética con el uso del hijab. Lo elige según sus trajes, cuida el maquillaje con el que la lleva…. Para ella es una forma de sublimar el cuerpo de una mujer. Ya sea azul, con lunares, flores, algodón o seda. Cualquiera que sea su forma y la manera en que se lleve; atado detrás del cuello al estilo bereber, como un turbante al igual que las mujeres africanas, o al costado como las mujeres sirias, el velo es un mensaje de libertad y belleza. El prejuicio de que el velo es una prisión que esconde la belleza de las mujeres musulmanas debe ser superado. Soy hermosa, tengo estilo y llevo el velo, declara orgullosa la joven. Además, no tiene ningún problema en usarlo con una camiseta, vestido o pantalones ajustados porque lo considera un medio de expresión.
Deseosa de difundir sus ideas al mayor número de personas posibles, la joven es muy activa en las redes sociales, comparte información que tiene sentido para ella y, durante los últimos meses, ha estado escribiendo artículos en una revista online en los que habla de feminismo, religión y cultura musulmana.
Desde temprana edad percibe su «diferencia» y desarrolla un verdadero complejo hacia sus orígenes. El mero hecho de ir a Argelia cada verano es un calvario para ella, lo percibe como un suplicio al que se añade el peso de la vergüenza. En Francia, país de derechos humanos y de igualdad, el 30% de la población es de extrema derecha y los actos de racismo han ido en aumento en los últimos años. Cuando Inès estaba en octavo grado de secundaria, en el autobús que iba a la clase de vela, habló con uno de sus amigos de origen judío y los compañeros de este lo reprendieron: ¿Qué estás haciendo, por qué hablas con esa árabe?. Inès regresa a casa, profundamente conmocionada. Sus padres también son víctimas de declaraciones xenófobas y en tres ocasiones Brahim se ve obligado a presentar denuncias por las agresiones que sufrió. A pesar de ello, Inès se siente de alguna manera protegida del racismo y el hecho de que no sea realmente del tipo «árabe» pesa en la balanza. Observa una discriminación positiva en la actitud que algunos de sus profesores siempre han adoptado hacia ella. Un profesor tenderá a presionar más a un estudiante francés que a un estudiante árabe, explica Inès, quien observa que estas distinciones son a menudo inconscientes pero muy reales en la sociedad francesa.
La lucha contra las estructuras de la sociedad patriarcal y las actitudes racistas también forma parte de su proyecto. La imposibilidad de que una mujer musulmana participe en un programa de televisión porque lleva el velo, o el pequeño porcentaje de negros y magrebís que tienen acceso a la educación superior le indigna. Hay un gran problema con las instituciones en Francia, es por eso que decidí llevar el velo, representar a mi comunidad y afirmar su presencia, explica la muchacha.
La joven pagó personalmente un precio muy alto en su lugar de trabajo.
Como todas las mañanas, va al Museo Nacional de Historia de la Inmigración donde trabaja. Se acerca el mes de marzo y el museo acoge el Gran Festival contra el Racismo y el Antisemitismo. Inès saluda a sus colegas y se sienta en su escritorio para ponerse a trabajar, ya que los visitantes siguen viniendo, tiene mucho trabajo por delante. La mañana ya está muy avanzada cuando su manager viene a verla, avergonzada y molesta. Ella le informó que a la esposa del director le parecía chocante que una mujer llevara el velo en su lugar de trabajo, y que él le había pedido que dijera algo al respecto. Muy molesta y con una bola en el estómago, Inès decidió ignorarla y al día siguiente, con el apoyo de sus colegas, regresó con su hijab. Pero al mediodía su manager volvió a verla y le explicó que tenía que quitársela si quería seguir trabajando allí porque eso está consagrado en la ley. Todo el equipo lo desaprobó, el propio director estaba arrepentido, pero no se pudo hacer nada al respecto. Inès tuvo que quitárselo definitivamente. Estaba furiosa, ¿cómo puedes decirle a una mujer que deshacerse de su cuerpo?, pregunta.
Perturbada y profundamente entristecida por la idea de tener que renunciar a lo que finalmente la hizo sentirse ella misma, la joven entró en dudas. Una de sus tías la tranquilizó y le explicó que es libre de hacer lo que quiera, que llevar el velo un día no significa llevarlo toda la vida y que retirarlo del trabajo no significa que tenga que renunciar a él. Inès entonces dio un paso atrás, se dio cuenta de que, si bien tiene derecho a llevar el velo para reivindicar su identidad cultural y religiosa, no está obligada a exponerlo a los ojos de los demás como una bandera. Me di cuenta de que a veces necesitaba descansar de todo esto, que era pesado de llevar y que tenía que ver las cosas en perspectiva, explica la joven. Desde entonces, lo lleva menos y no en todas partes. En Niza, por ejemplo, una ciudad menos cosmopolita que París y conocida por su racismo, prefiere evitar y descansar de la carga mental que representa.
Cuando se le pregunta qué ha cambiado socialmente en su vida desde que usa el hijab, Inès se encoge de hombros y sacude la cabeza. Los chicos ya no se fijan en mí!, bromea. No, nada ha cambiado realmente, excepto algunas miradas a veces insistentes o algunas personas que, viendo que lleva el velo, se sienten obligadas a insistir en que no son racistas, lo que divierte a la joven. La mayoría de la gente hace abstracción por completo, un día cuando le toca su turno en la panadería, la tendera le sonríe y le dice: Eres muy guapa.
Sus padres están felices por ella y apoyan su decisión, aunque su madre no lleva el velo. Por el lado de sus amigos, las opiniones divergen. La mayoría la encuentra bella con eso, algunos son sin embargo más reacios y se preguntan sobre la coherencia de llevar el velo y llamarse feminista. Cualesquiera que sean las opiniones y dudas, Inès es muy abierta a la cuestión y acepta con gusto explicar sus opciones. Incluso si algunos de ellos tenían dudas al principio, hablamos y ellos entendieron mi elección, explica la joven.
Estar abierta al diálogo, estar de acuerdo en discutir sus ideas para que otros las entiendan es esencial para evitar prejuicios y confusiones.
Cuando se le preguntó sobre su nacionalidad, sus cejas fruncieron el ceño. Soy árabe, argelina, francesa, no puedo elegir y no quiero, es una riqueza, dice. Se niega a tomar una decisión y rechazar cualquier parte de sus antecedentes culturales, y considera que las paradojas y diferencias entre las dos culturas son una fortaleza.
Para ella, la palabra comunitarismo es ahora sinónimo de cosmopolitismo, es peligroso que un grupo pierda sus tradiciones y cultura porque es lo que permite la diversidad. No debemos obligar a la gente a olvidar sus orígenes, porque eso es lo que define nuestra identidad, dice. Formar parte de una comunidad no significa encerrarse o no mezclarse con nadie, sino compartir valores, costumbres, pasado y creencias comunes dentro de la sociedad, a fin de nutrirla en su variedad y pluralidad.
Con o sin velo en la cabeza, es por lo tanto llena de voluntad que la muchacha traza su propio camino, fuerte de sus orígenes e ideas y decidida a hacer llegar su mensaje.