Irradia carisma y fuerza tan solo con escucharla. Ella es una de las trabajadoras de limpieza pública cuya labor es esencial en la lucha para frenar la pandemia. Pero su lucha no es solo contra el virus letal, también se enfrenta a un Estado y una administración edil indiferentes, que ven a las obreras, a su sindicato, y a sus compañeras despedidas, como enemigas. Esta es la historia de una mujer para quien las calles no son solo pistas y veredas que limpiar, sino espacios de lucha contra el abuso y la indiferencia.
Por: Jimmy Leonardo
Portada: Luis Javier Maguiña
6 de julio de 2020. Ochenta trabajadoras de limpieza pública realizan un plantón frente a la Municipalidad de Lima. Exigen conversar con el alcalde Jorge Muñoz para evitar que 500 compañeras suyas sean despedidas. No hay diálogo, pero sí agresiones y maltratos: un ‘rochabus’ expulsa chorros de agua que impactan en el cuerpo de las obreras, ellas huyen para evitar el ataque. Sin embargo, tres mujeres son detenidas por efectivos policiales.
Una de ellas es arrastrada por los policías en medio de la pista y luego se resiste a ser introducida en un patrullero. La mujer se aferra con todas sus fuerzas a una de las puertas del automóvil, pero no logra su cometido: la superan en número; es conducida junto a sus “hermanas” a la Comisaría de Monserrat. Su nombre es Isabel Cortez, trabajadora de limpieza pública y dirigente sindical.
En la dependencia policial, Isabel pregunta por qué la detuvieron. “Sólo cumplimos órdenes», le responde un oficial. No le sorprende la insensible y escueta respuesta, es la misma que recibe cada vez que es detenida. Se siente abandonada por el Estado, siempre lo ha sentido, desde que dejó su natal Oxapampa y fue recibida por una Lima indiferente.
Un sueño frustrado
Isabel Cortez nació en Oxapampa, Cerro de Pasco. Es la mayor de seis hermanos y los cuidó desde muy pequeña, cada vez que sus padres iban a trabajar a las chacras. Cuando tenía nueve años su padre perdió la vista a causa de un glaucoma y no pudo trabajar más en los cultivos. La precariedad llegó a su hogar y con ello la rutina cambió: todas las tardes llevaba a su padre y a sus cinco hermanos al comedor de la casa hogar que los colonos administraban. Recuerda, agradecida, a la monja alemana que cocinaba y repartía los almuerzos. “Fue muy generosa con nosotros”, refiere.
Su madre no podía solventar los gastos de una familia tan vasta. Isabel decidió contribuir con algo de dinero y trabajó cocinando, lavando y limpiando en la casa de los colonos. Le gustaba ir a casa de los “gringos” porque siempre había revistas que leer, un día la portada de una de ellas captó su atención. Observó a unas mujeres que vestían trajes azules y pañuelos rojos que rodeaban sus cuellos.
—¿Quiénes son estas chicas elegantes, señora?
—Son aeromozas.
—¿Qué hacen?
—Viajan en aviones, van de un país a otro.
Se propuso ser aeromoza y usar esos elegantes vestidos: se volvió su anhelo. Los años pasaron y el sueño parecía volverse una utopía, Isabel sabía que debía intentarlo y tomar una decisión. Así se lo hizo saber a su madre.
—Viajo a Lima. Voy a trabajar y voy a estudiar para ser igual que la señorita que aparece en la foto de portada –le dijo a su madre mientras sostenía la revista que había guardado.
—¡Cómo vas a ir a esa ciudad ¡Está muy lejana!
Poco pudo hacer doña Nicolasa. Su hija ya tenía decidido lo que iba a hacer. Isabel viajó a Lima a los quince años, en contra de la voluntad de su madre, junto a unas amigas de Oxapampa. Al llegar encontró el abandono de un país inmerso en el caos total: la crisis económica y el terrorismo azotaban al Perú.
Recibió hospedaje en la casa de una tía que vivía en Campoy, en San Juan de Lurigancho. Para costear su educación consiguió trabajo en el mercado de Campoy. Limpiaba el lugar de lunes a domingo, mientras seguía pensando en ser azafata. Pensó que sería un trabajo temporal, pero se quedó cuatro años allí. “Según pasaba el tiempo, se esfumaba también mi sueño y veía la realidad. No tenía posibilidades”, recuerda con desilusión.
Fue en ese mismo lugar donde vio por primera vez al hombre que sería el padre de sus tres hijos. «En el mercado lo conocí», confiesa una avergonzada Isabel, mientras sonríe. “Ya no estamos juntos, pero siempre ha sido responsable con sus hijos”, aclara. Del mercado pasó a laborar en una fábrica de zapatos y una empresa textil, las jornadas eran largas y agotadoras.
Marzo de 2000. Pilar, hermana de Isabel, se enferma constantemente, tiene diez años y sigue en Oxapampa. La pequeña necesita atención profesional y medicamentos para estabilizar su salud, pero la extrema pobreza de la familia le impide un tratamiento. Isabel decide llevarla a Lima y hacerse cargo de ella, ahora debe cuidar a cuatro niños, sus tres hijos y Pilar, su hermana menor. Opta por dejar de trabajar hasta que los pequeños crezcan.
El milagro de un nuevo sindicato
En octubre la procesión del Señor de los Milagros recorre calles y avenidas de Lima. Resulta habitual el despliegue de alfombras de flores, diseñadas sobre una capa de aserrín, sobre las cuales transita el Cristo Moreno y sus feligreses. El personal de limpieza pública se encarga de recoger lo que queda regado en las calles. En octubre se suele contratar personal extra para esta labor.
1 de octubre de 2004. Isabel lleva tres años en trabajos ocasionales, nada seguro, hasta que se topa con la convocatoria de la empresa Innova. Buscaban personal operativo de limpieza. Ella se presentó, consiguió el trabajo y firmó un contrato de tres meses que también incluía la campaña navideña.
Desde la primera jornada de trabajo, Isabel contó los días que faltaban para que su contrato termine, sabía que solo estaría ahí tres meses. Una tarde de octubre Isabel barría cerca de la avenida Tacna, cuando escuchó la comparsa que acompañaba al Señor de los Milagros mientras salía de la Iglesia de las Nazarenas. Isabel observó la imagen y le dijo con voz baja: «Hazme un milagro, quiero seguir trabajando más tiempo. Lo necesito. Ayúdame, Señor».
Las semanas pasaron y la temporada navideña llegó, solo quedaban dos días más de trabajo. Isabel vació el casillero en el que guardaba sus pertenencias y se las llevó a su casa, resignada. En la noche recibió una llamada de su supervisor. “Isabel, vas a quedarte seis meses más”, le dijo. Después de la grata noticia recordó lo que pidió aquella tarde de octubre, miró al cielo y dijo: «Gracias por el milagrito». Desde ese día lleva limpiando calles, avenidas, parques y plazas de Lima durante dieciséis años.
Desde 1995 la Municipalidad Metropolitana de Lima subcontrata el servicio de limpieza pública a diferentes empresas. Estas deben presentarse a un concurso público para obtener la concesión del servicio. Cuando un trabajador de limpieza pública lleva cinco años consecutivos en la empresa pasa a ser estable. Innova S.A. solía despedir a los obreros cuando les faltaban dos o tres meses para cumplir ese periodo de tiempo. Isabel fue víctima de esa indolente práctica laboral en septiembre de 2009, cuando le faltaba un mes para cumplir los cinco años ininterrumpidos de trabajo.
Isabel decidió recurrir al sindicato formado por los obreros que trabajaban en Innova, conocido como Sitobur, pero no recibió apoyo: no se afiliaba a contratados, solo a trabajadores estables. Ante la negativa de sus compañeros fue al Ministerio de Trabajo para pedir apoyo, pero tampoco lo recibió. «La ley faculta a la empresa a despedirla, no hay nada ilegal», le respondió un inspector. Salió indignada y con mucha preocupación. Días después sus preocupaciones fueron resueltas: conoció a una abogada en una ONG que le redactó un oficio y le dio instrucciones para recuperar su trabajo.
—Pide conversar con el gerente y dile que si no te devuelve tu trabajo lo vas a demandar.
—¿Si no me hace caso?
—Tienes que ser firme. Siempre con la voz serena.
“No tenemos cupo para Cercado de Lima, solo para San Isidro», le respondieron. Llamó a la abogada para contarle. «Acepta, hija. Una vez que estemos adentro vamos a sacar las garras», le aconsejó la letrada. Después de veintitrés tortuosos días Isabel recuperó su trabajo, nunca antes una obrera hizo frente a los gerentes, pero las trabas recién empezaban.
La empresa envió lejos a Isabel para forzarla a renunciar. Todos los días partía a las cuatro de la mañana desde Ventanilla con rumbo a Tomás Marsano, su base laboral. Tenía que tomar cuatro buses de líneas distintas para llegar a tiempo. A los tres meses la abogada le dijo que iba a ayudarla a retornar al Cercado de Lima, Isabel se negó.
—¿Por qué no quieres moverte?
—Quiero fortalecer el sindicato, voy a cambiar a los dirigentes. Deben ayudar a todos, no solo a los estables.
—Puedes hacerlo desde el Cercado.
—Allí hay afiliados. Acá ninguna de mis compañeras está afiliada, las contratadas son las más vulnerables.
Convencer a sus colegas no fue nada fácil, la mayoría de las obreras de San Isidro tenía miedo de pertenecer a un sindicato.
—¡La empresa nos va a marcar! ¡Nos van a despedir más rápido!
—Lo importante es estar unidas. Si tenemos una base podemos convocar una reunión para hacer llegar nuestras quejas y sacar a los antiguos dirigentes.
Fueron épocas de conflicto entre los propios trabajadores de limpieza pública. Muchas de sus compañeras de San Isidro eran hijas de las obreras de Cercado de Lima, por eso no decían nada. «Debe defender a sus hijas, ellas trabajan acá», les reprochaba Isabel. Así logró convencerlas, poco a poco, y en unos meses revocaron al dirigente y nombraron a Edgar Retuerto secretario general del gremio. Estables y contratados podían pertenecer al gremio, ya no había distinción.
Isabel se encargó de afiliar a “compañeras y compañeros” en otros distritos. Comenzaron con 270 inscritos y terminaron teniendo 850. En el proceso, Edgar Retuerto renunció para irse a trabajar a una mina. Isabel, junto a sus compañeras, buscaron a Raúl Oviedo para que sea el nuevo secretario general. «Siempre las compañeras mujeres buscamos a los compañeros varones para ser dirigentes. Algo curioso», reflexiona Isabel con sarcasmo.
La empresa vio lo que estaba haciendo Isabel y decidieron enviarla de regreso al Cercado de Lima, después de casi un año en la base de San Isidro. “Sin pedirles nada, compañerito”, responde la dirigente con picardía. Días después fue elegida presidenta del Comité de Damas por sus compañeras.
¡Tercerización nunca más!
A pesar de contar con un sindicato, los trabajadores de limpieza pública seguían siendo maltratados. No podían comer ni hidratarse en horas de trabajo, si lo hacían eran despedidos arbitrariamente. “En verano el calor es infernal, no entienden que trabajamos al aire libre. Tengo que tomar mi agua de manzana”, relata una indignada Isabel. Un abuso más grande les esperaba.
La concesión que Innova S.A. tenía con la Municipalidad de Lima terminaba en 2016. Alertadas ante un inminente despido masivo, los trabajadores de limpieza pública demandaron a Innova S.A. y a la Municipalidad de Lima. “Una gran parte no quería demandar, pero logramos convencer a todos”, recuerda Isabel. De los 850 obreros, 709 se sumaron y firmaron la denuncia. El 15 de enero de 2015 se presentó la demanda al Poder Judicial.
Los trabajadores sufrieron un duro revés. La Sala Laboral Penal falló en favor de la Municipalidad de Lima. Isabel les dijo a sus “camaradas” que apelen y así lo hicieron. Enviaron oficios a 113 congresistas para que se pronuncien y los orienten. “Estábamos en la nada, siempre contra la corriente”, relata ‘Chabelita’.
Un congresista atendió a las obreras en su despacho y les recomendó lo siguiente: «Tienen que protestar. El que no llora, no mama». Salieron de esa reunión con energía, dispuestas a hacerse escuchar: los plantones en la Municipalidad de Lima y el Poder Judicial se volvieron una rutina durante el proceso judicial.
El 31 de marzo de 2017 la Sala Superior Laboral le dio la razón a los trabajadores de limpieza pública. Lamentablemente su alegría duró muy poco, la Municipalidad apeló y la sentencia no se pudo hacer efectiva. En respuesta, Isabel y sus compañeras fueron a la Plaza de Armas a protestar, la policía las empujó y usó los ‘rochabuses’ para intimidarlas, pero ellas permanecieron sentadas, solo los gases lacrimógenos lograron dispersarlas.
Julio de 2018. Se filtran los audios de los magistrados «Cuellos Blancos del Puerto». Las obreras de limpieza pensaron que las coimas iban a desechar todo su esfuerzo, Isabel les dijo que tenían que ir al Poder Judicial. Así lo hicieron: fueron con escobas y uniformes, disfrazaron a una rata de felpa «como juez» y se atrincheraron en el Palacio de Justicia. El hecho tuvo exposición mediática, la prensa las entrevistó y registró las agresiones que recibieron por parte de efectivos policiales que intentaron dispersarlas sin éxito alguno. “Fuimos visibles por primera vez”, cuenta una orgullosa Isabel.
16 de octubre de 2018. La sentencia se dictará el día siguiente. Los trabajadores de limpieza pública realizan una vigilia en el Palacio de Justicia, sostienen velas, cantan, bailan y lloran. Permanecieron ahí hasta el día siguiente. “No sabíamos quién iba a ganar”, relata Isabel.
Las congresistas Tatiana Pariona, Marissa Glave, Indira Huilca y Marco Arana estaban con ellas para apoyarlas. Isabel no pudo entrar a la audiencia, solo dejaron ingresar a dos congresistas y dos representantes del Sitobur. “Los jueces se pusieron nerviosos ante la presencia de los congresistas, se les caían los lapiceros y el papel, eso me contaron”, recuerda Isabel con una sonrisa en el rostro. A las 11 de la mañana del 17 de octubre de 2018, después de tanto sacrificio, la Corte Suprema le dio la razón al Sitobur. Isabel y sus compañeras siempre lloraban a causa de los gases lacrimógenos, los golpes de la policía y los chorros de agua lanzados por los rochabuses, que impactaban con violencia sobre sus cuerpos. Pero ese día lloraron de alegría, por primera vez. “Merecíamos un trabajo y una vida digna”, sentencia Isabel.
“Barrer” la corrupción del Congreso
Septiembre de 2020. Isabel llegó tarde dos minutos al trabajo, su supervisor quiso hacerla regresar a casa y no pagarle el salario de ese día, a ella no le pareció justo y reclamó. Después de la desafortunada conversación, Isabel limpiaba cerca del Mercado Central, molesta. “No pueden entendernos nunca”, pensaba. La llamada de un número desconocido interrumpió su reflexión, pensó que era su hijo, solo contestó por eso.
—Compañera Isabel, le habla Grasse Baquerizo.
La Comisión de la Mujer del Congreso iba a realizar un homenaje para reconocer la lucha de las obreras de limpieza pública después del juicio que le ganaron a la Municipalidad de Lima. Fue ahí donde Isabel conoció a Grasse Baquerizo.
—Queremos que postule en representación de ‘Juntos por el Perú’.
—Voy a consultar con mis compañeras.
En la tarde, la líder sindical reunió a dirigentes y compañeros, en la base de Cercado de Lima, para comunicarles la noticia.
—Es importante que participes, Chabelita. Te vamos a respaldar.
—¿De dónde voy a sacar dinero para la campaña?
—Isabel, acepta. Vamos a hacer polladas y rifas.
Las compañeras de Isabel hicieron una rifa de canastas navideñas, lograron recolectar sesenta soles. Isabel fue a imprimir volantes en hojas bond con ese dinero, se propuso recorrer las cuarenta y tres bases de servicio de limpieza pública que tiene Lima Metropolitana. “Hay compañeros míos que agarran una escoba y recogen la basura como yo, ellos necesitan apoyo», pensó. Su campaña acababa de empezar, pidió adelanto de sus vacaciones y un mes de permiso sin goce de haber para afrontarla.
Salir de su casa a las tres de la mañana se volvió rutina. Tomaba ‘combis’ para llegar a las bases de sus compañeros, durante el viaje hablaba con los pasajeros de la importancia de darle el voto a una obrera de limpieza pública. Muchos la apoyaron, pocos la rechazaron. «Qué has estudiado”, “Qué profesión tienes», le increparon.
El mayor miedo de Isabel era ser rechazada por sus propios compañeros. Coordinó con una amiga que trabaja en la base de Puente Piedra, pensó que le arrojarían tomates y agua. “Mucho rochabus me tiene así”, cuenta riendo. Estuvo equivocada, los obreros la recibieron con los brazos abiertos. “Eres una de nosotros”, le dijeron.
Después de completar las cuarenta y tres bases sus propias compañeras la llevaron a los mercados de sus barrios y la ayudaron a repartir volantes. «Fue muy lindo», recuerda. Un día cumplía su habitual ruta por mercados y fue abordada por un reportero de ATV que le hizo preguntas y ella quedó en blanco, atinó a decir su nombre y porqué postulaba. No estaba acostumbrada a esa exposición en los medios de comunicación, podía hablar con sus compañeras, pero las cámaras la intimidaban. «Siento como que la cámara me empujara», acota.
No tuvo asesor de imagen, practicó con sus compañeras y sus hijos las posibles respuestas que le harían en enlaces y entrevistas a los que fue invitada. Practicó sobre todo cuando era entrevistada por periodistas que representan los intereses de la derecha peruana. “Seguro me van a hacer preguntas para que quede mal”, le comentó a sus compañeras. Isabel obtuvo cerca de 25 mil votos, pero su partido no pasó la valla electoral y no pudo obtener una curul en el Congreso. “Siento que ayudé mucho a mis compañeras”, confiesa.
¿Primera línea de defensa?
Los trabajadores de limpieza pública son parte del grupo humano que conforma la primera línea de defensa contra el coronavirus, no han parado ni un solo día. La pandemia hizo que los ciudadanos se dieran cuenta de su importancia: Isabel observó anonadada como la gente la aplaudía. “Nos llamaron heroínas de la limpieza”, afirma con orgullo. Las obreras nunca habían sido llamadas así. «Hemos sido visibilizadas por una sociedad que era indiferente con nosotras», afirma una entusiasta Isabel.
Usan mascarillas, guantes y un traje de bioseguridad. Después de terminar sus labores pasan por una rutina de desinfección y cada quince días les realizan pruebas rápidas para descartar posibles contagios. Lamentablemente los protocolos e implementos no evitan que muchas compañeras se hayan infectado de COVID-19. “Un 30% de los trabajadores de Cercado de Lima han contraído el virus”, afirma.
El entusiasmo de Isabel se va apagando, la Municipalidad de Lima no las apoyó en ningún momento. “No hemos recibido ni las gracias”, responde con enfado. Sumada a esa indiferencia, el alcalde Jorge Muñoz convocó una licitación para el servicio de limpieza pública que amenaza con dejar sin trabajo a 500 obreros.
El alcalde declaró a la prensa que el 1 de agosto los trabajadores que tienen la sentencia de 2018 a su favor pasarán a las planillas de la Municipalidad de Lima. “En esa sentencia solo hay 300 trabajadores que son protegidos, los otros 500 obreros no son protegidos. De consumarse esa concesión, mis hermanas quedarán en la calle”, denuncia Isabel.
En la sentencia emitida el 17 de octubre de 2018 hay dos puntos que se deben cumplir: los obreros deben ser parte de la planilla de la Municipalidad de Lima y la tercerización de la limpieza pública queda desnaturalizada. “Muñoz quiere renovar esa tercerización al convocar una nueva licitación. Siempre es lo mismo”, sentencia Isabel con frustración.
El Sitobur exige que se incorpore una cláusula laboral en el concurso de licitación para garantizar la continuidad de los 500 trabajadores de limpieza pública. Ese es el motivo de los plantones que Isabel y sus compañeras realizan día a día frente a las inmediaciones de la Municipalidad, piden diálogo y les responden con agresiones, como ya es habitual.
La mayoría del personal de limpieza pública son mujeres independientes y valientes como Isabel. Ellas luchan ahora por reconocimiento y justicia. «Jorge Muñoz es el único alcalde en el mundo que está realizando un concurso público para la limpieza de una ciudad en plena pandemia. Por qué tanta prisa, compañerito», cuestiona Isabel con justificada suspicacia.