Juan Carlos Bello y Walter Ledgard fueron dos de los mejores nadadores peruanos. Aquí la historia de las extrañas circunstancias por las que no obtuvieron la gloria olímpica.
Por: Abelardo Sánchez León
Portada: La República
(*) ‘El Brujo’ fundó en 1954 la primera academia de natación en el Jr. Nicolás de Rivera en San Isidro.
Digamos que cada década nos brinda uno o dos buenos nadadores. En los ochenta debemos recordar a Ernesto Domenack y a Sandra Crousse; en los noventa a Alex Alvizuri; en el 2000 a Valeria Silva y, más recientemente, en estos años, a Mauricio Fiol. No son muchos, pero son. A pesar de tener un amplísimo litoral y contar con varias piscinas olímpicas, la natación en el Perú no es multitud. Antes, a finales de los cincuenta, los torneos programados en la piscina Nipón atraían a la gente de a pie que pugnaba por ver la clásica carrera de los 100 metros libre entre Eduardo Villarán e Ismael Merino.
Sin embargo, hay dos figuras previas, envueltas en sombras y convertidas en leyenda: Walter Ledgard y Juan Carlos Bello; ‘El Brujo’ y el famoso Johnny. Algunos estudiosos afirman que fue Ledgard quien introdujo la natación en el Perú después del fiasco que resultó ser la Olimpiada de Berlín de 1936, la llamada Olimpiada nazi, para los peruanos. Él ha asegurado siempre que, de haber podido competir, hubiese ganado los 400 metros libre, su prueba. No tenía ninguna duda. Había analizado científicamente a quien fue en definitiva el ganador, Jack Medica, pues en aquellos años había cuartos de final, semifinales y final. Sin duda, tuvo el tiempo necesario para obervarlo detenidamente. Walter Ledgard se quedó un poco antes de la semifinal porque la delegación peruana se retiró en su conjunto de la competición sin que la mayoría de nuestros deportistas pudiera participar. El motivo de nuestro retiro: el fútbol, el partido anulado contra Austria, a quien vencimos con relativa facilidad. Pudo haberse retirado solamente la delegación de fútbol. Pero no; lo hizo en su totalidad, se retiraron todos los deportistas.
El caso del box, por ejemplo, fue dramático. La mayoría de nuestros representantes se encontraba en los pesos más bajos, ligero, pluma, mosca, y debían cuidarse de no engordar. En la Olimpiada de Berlín, recordemos, la atención era de primera; mozos escrupulosamente vestidos, mesas con mantel, los países invitados eran pocos y los platos eran verdaderos potajes. Los boxeadores peruanos se relamían, pero no comían; miraban, pero no tocaban; olían, pero se abstenían. Al final, ni lo uno ni lo otro: no comieron como lo hubieran deseado y no llegaron a boxear. Tanto sacrificio por nada. Fueron y regresaron a Alemania en barco. Mantuvieron el peso y la línea, pero no subieron al ring.
Ese no fue el caso de Walter Ledgard. Él ya vivía en Alemania (en una ciudad que no tenía piscina) y fue el primero en abrir las puertas del recinto olímpico junto a los nadadores japoneses. Se puso al día, digamos. En la ciudad donde vivía entrenaba en seco, corriendo, saltando, trepándose a los árboles, haciendo pesas (fue el pionero en hacer esto en el Perú siendo nadador) y si hubiese sabido que para un nadador de fondo los piques de velocidad eran necesarios, hubiera batido el récord olímpico. ¡De solo haberlo sabido!
Cuando vio descender la bandera peruana, lloró de pena, de indignación, de cólera e impotencia. Él ya estaba en Alemania. Estudiaba medicina. El Perú no tuvo que pagarle el pasaje ni nada, pero no lo dejaron competir. Se había preparado a conciencia, sin entrenador, no le debía nada a nadie, pero ni por esas, no pudo sumergirse en la piscina, en aquella piscina que hasta el día de hoy se encuentra al lado del estadio olímpico de fútbol.
Luego de Walter Ledgard, varias décadas después, hizo su aparición Juan Carlos Bello. De físico dotado para la natación, estirado, largo, alto, delgado, nadaba los cuatro estilos a la perfección. Era un nadador completo. Brillaba en los estilos libre y mariposa, pero también nadaba el combinado. Estuvo en dos olimpiadas, en México 68 y en Munich 72. La carrera de los 200 metros combinado fue espectacular, pues iba primero, escoltado por tres estadounidenses, hasta los últimos 50 metros estilo libre. Había empezado rápido, quizá demasiado rápido en el primer 50 mariposa, su estilo, donde se desplazaba con naturalidad y ligereza. Iba bien, después venía espalda, luego pecho, el más técnico, donde muchos caen, pero no él, para rematar casi sin aire los 50 libre.
Allí fue que se quedó. Se ahogó. Lo pasaron los tres gringos y llegó cuarto. No obtuvo ni la medalla de bronce. Esa medalla sería la gran medalla peruana de natación en una olimpiada. Una medalla en natación no es nada fácil. El Perú solo tiene medallas olímpicas en tiro y una muy honrosa en vóley.
¿Qué pasó con Johnny?
Meses antes había competido con los mejores nadadores norteamericanos en una competencia de selección olímpica, uno de los eventos más rigorosos de la natación mundial. En esas clasificatorias internas se quedan fuera muchos grandes nadadores. Juan Carlos Bello, en esa oportunidad, derrotó a Mark Spitz. Johnny era lo máximo.
En los Juegos Bolivarianos previos había obtenido muchas medallas, en casi todas las pruebas. Pero una vez terminado ese torneo de los Estados Unidos, en lugar de ir a entrenar con los nadadores clasificados, vino solito al Perú. Y aquí nadaba sin entrenador, porque ni Walter Ledgard ni Johnny Bello, recordémoslo, tuvieron entrenadores en el Perú. Dicen que fue su padre quien asumió esa responsabilidad. El equipo olímpico de Estados Unidos entrenaba en Colorado y Johnny lo hacía, solo, en la piscina de Ismael Merino.
En la Olimpiada de Munich bajó todas sus marcas, en relación a lo que hizo en México, cuatro años antes, pero sus adversarios lo hicieron aún más; en esa oportunidad llegó a la final de los 200 metros combinados y fue el primer suplente en la carrera de los 200 metros libre. Cuenta la leyenda que un nadador clasificado no se presentó y que buscaban a Johnny por todo el recinto olímpico. Búsquedas, gritos, llamadas desesperadas, pero no se tenían noticias de él. Parece que se había encerrado con una deportista holandesa, hasta nacionalidad le habían encontrado, y no pudo participar de la prueba. ¡Se la perdió! Cosas de la vida, cosa de peruanos, cosas del destino: dicen que esa sí la ganaba, que se sacaba el clavo, que Johnny estaba hecho para los 200 metros libre, pero no llegó a escuchar a las atormentadas voces que clamaban por él, en aquella villa donde hubo disparos, sangre y muerte de varios deportistas inocentes.