El jugador más zurdo del Perú tiene una lesión en su pierna derecha. Promociona a Entel pero también usa Claro. En la televisión pide disculpas por una jugada añeja, aunque fuera de ella sostiene que sólo piensa en su presente. Sin embargo, el hincha es tan memorioso como ingrato: Andrés Mendoza no será recordado por sus logros, sino porque fue el protagonista de un fallo ya histórico que dejó al Perú sin chances de ir al mundial de Alemania 2006. Doce años después, el Cóndor no pasa de moda.
Por: Luis Francisco Palomino (Control Z)
Portada: Isabel Jave
Minuto 82. “¿Toño?”, es la voz del reportero al ras de cancha. “Adelante”, responde el narrador de América Televisión.
“Parece que han mandado a llamar a Andrés Mendoza”.
“Hace rato”, comenta Gonzalo Núñez. Perú está empatando a dos con Ecuador. El partido se juega en casa. Como siempre, Perú necesita ganar sí o sí para seguir con vida en las eliminatorias. Esta vez, el objetivo es Alemania 2006. Los otros resultados de la fecha 13 han sido favorables para los intereses de la blanquirroja, de modo tal que si Perú gana este encuentro se ubicará en zona de repechaje, quinto puesto, a tres puntos del cuarto que clasifica directamente al mundial.
Núñez analiza la táctica del entrenador de Perú, el brasileño Paulo Autuori. “Y bueno apuesta por sangre nueva, por más potencia y por un hombre [Mendoza] que ha sido muy resistido por la afición, pero que tiene una linda oportunidad para reencontrarse con la misma. Obviamente, marcando un gol, ¿no?”.
El reportero interrumpe: “Gonzalo, va a salir el número siete, Nolberto Solano”.
Hay unas 50 mil personas en el estadio. El sonido ambiental denota el aliento fogoso de los hinchas.
Toño Vargas mete presión: “Una oportunidad que tiene solo seis minutos. Seis minutos para que termine esta historia en el Nacional de Lima”.
Andrés Mendoza, en el borde de la cancha, hace 90 grados con su cuerpo y se levanta las medias blancas. Mendoza es chinchano y tiene la fisonomía de un afrodescendiente. A su lado, el cuarto árbitro mantiene en lo alto un tablero electrónico con el número 7. Nolberto Solano le choca la mano a Andrés, quien viste la camiseta 16, pisa el gramado con pie izquierdo y trota persignándose. El juego se reanuda y el balón le llega de inmediato. Hace la recepción con la cabeza en alto, avanza unos pasos hacia la izquierda –dejando en evidencia que es demasiado zurdo– y da un pase con sus llamativos chimpunes naranjas. “Andrés Mendoza lleva once goles en el fútbol de Ucrania”, dice el reportero del canal 4. El delantero del Metalurg Donetsk ya sabe lo que es anotar en estas eliminatorias: en la primera fecha le metió un golazo a Paraguay. “Esos zapatos marcan hoy, creo”, acota Gonzalo Núñez.
Mendoza está por cumplir los 27, la edad maldita.
Y solo la tocará una vez más antes de esa jugada que lo metió en la historia del fútbol peruano.
Minuto 88. El “Chorri” Palacios domina la pelota en el mediocampo. Todos los jugadores excepto Óscar Ibáñez están en cancha ecuatoriana. Palacios se toma un tiempo tan breve como exacto para leer la diagonal que le marca uno de los atacantes de la blanquirroja. Lanza el balón a espaldas de la defensa rival. Una precisión de cirujano. Mendoza, que es rápido, logra anticiparse a su marca y se apodera de la pelota con el pecho; no solo eso, en la disputa, arquero y zaguero ecuatorianos han chocado y han quedado tirados en el césped. El arco está vacío. La afición nacional adelanta el grito de gol. 30 de marzo del 2005: el nacimiento de un héroe.
“Ataque Perú. Ataque Mendoza”, se anima Toño Vargas.
“Liquide, Mendoza. Es el gol, Mendoza”.
Muchos ya se han levantado de sus asientos. Abren la boca. Van a gritar gol, pero no: les sale un puta madre.
En ese segundo y medio que tuvo para decidir con qué pie empujar el globo hacia el arco vacío –la pelota dando botes a un metro de la raya–, el cerebro binario de Andrés Mendoza escogió su mejor pierna: la izquierda. Debía ser gol. Pero su caprichosa zurda dejó en pindinga a todo el país. El “Cóndor” alzó su botín naranja, mas no alcanzó a impactar el balón. Un blooper.
América Televisión repite la jugada un par de veces. Luego, una cámara poncha a Mendoza, quien sonríe inexplicablemente. A su lado, el “Chorri” Palacios y Jefferson Farfán tienen las manos en la cintura.
“¡No!”, grita Gonzalo Núñez.
“Increíble. No lo entiendo. No lo puedo entender. Sufrimos todos. Sufrimos todos”, Toño Vargas parece en busca de un mantra que lo ayude a mitigar su amargura.
“Si no entra esta, no entra nada”, concluye Núñez. “Nuevamente, los problemas de Mendoza por la falta de confianza para usar la otra pierna. Era una jugada que estaba sin arquero, con un ángulo no tan fácil, pero no era para cachetearla con la pierna contraria. Es la que más domina, pero hay que manejar la derecha también… se perdió Perú la ocasión de oro”.
Faltaba muy poco para el final del partido y el estadio reaccionó. De las tribunas surgió el “Sí–se–puede–Sí–se–puede”.
Pero Núñez tuvo razón. No entraría nada en valla ecuatoriana.
Esa vez –por enésima– tampoco se pudo.
Después de este partido, el entrenador Paulo Autuori fue citado al Congreso de la República, donde se había creado una comisión que investigaba presuntos actos delictivos por parte de la Federación Peruana de Fútbol que en ese entonces era presidida por Manuel Burga Seoane –hoy en juicio por un caso de corrupción que también involucra a la FIFA–.
Autuori, campeón de la Copa Libertadores en 1997, prefirió guardar el secreto de su sueldo ante los legisladores –supuestamente, US$40 mil al mes– y renunció tres días después del interrogatorio.
A mediados del 2005, Andrés Mendoza fichó por el Olympique de Marsella, uno de los clubes más ganadores de Francia, pero no le fue bien. Igual se quedó un tiempo importante en Europa. Luego, viajó a México y en el 2011 se puso la camiseta del Columbus Crew de los Estados Unidos.
Nadie lo quería en el Perú.
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Según Mendoza, no hubo recriminaciones en el vestuario después del Perú – Ecuador del 2005. “Oe’, Andrés, tranquilo, nomás, no pasa nada. Ya, ya se falló y listo”, dice que le dijeron sus compañeros. “Pero cuando salí del estadio, la gente… ‘Ta que… Bueno, la gente de Perú, la hinchada comenzó a insultar. Se habían quedado los que siempre insultan”, se carcajea. “Después me fui y me quedé en mi casa, ¿ya qué iba a salir?”.
Sentado en la banca de un parque de Jesús María, Mendoza dice sin culpa que esa noche la pasó con su familia y, cuando termina de decirlo, está a punto de reírse otra vez. “Yo tranquilo, yo no voa estar triste por un gol que me fallé. Sólo fastidiado por no hacerlo, nada más”, dice con sincero cinismo y cuenta que no durmió después del partido, pero por motivos ajenos a los que uno podría imaginar. Se desveló porque al día siguiente, muy temprano, Mendoza debía volar a Donetsk y Mendoza nunca duerme cuando está a punto de viajar.
“Si en el avión voa dormir 11 horas”, se vuelve a reír de esa forma mecánica, un jajajá que se parece al jejejé de los personajes de Carlos Álvarez.
31 de marzo. Mientras el “Cóndor” atravesaba los cielos con rumbo a Ucrania, el teléfono de la casa de Manuel sonó algunas veces. Esa mañana, atendió cuatro llamadas de personas que le pidieron hablar con su padre. Manuel, un adolescente limeño, les contestó a todos con lo mismo: que su papá estaba ocupado, que le dejaran el recado. Las voces del otro lado de la línea también tuvieron un comportamiento homogéneo. Antes de colgar, lo llenaron de insultos.
El padre de Manuel se llama Andrés Mendoza. Pero este es un Andrés Mendoza que nunca jugó fútbol, aunque su nombre haya ilusionado o les haya bastado –aun conscientes de la confusión– a quienes buscaron en la guía telefónica un número para maldecir al atacante nacional.
Para Manuel, que también vio el partido, el “Cóndor” era un jugador incompleto. “Solo podía patear bien con su zurda”, recuerda.
El historiador y periodista deportivo Jaime Pulgar Vidal le quita parte de la culpa al chinchano. “Muchos jugadores salen de la calle o de la zona rural, como en el caso de Andrés. Lamentablemente, los clubes, que deberían formar, no forman. Si no formas técnicamente a un jugador, no le pidas luego que haga lo que nunca le enseñaron”, dice.
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Una camioneta blanca de vidrios completamente polarizados se ha estacionado en una esquina de Jesús María. La puerta del conductor se abre y se mantiene estirada durante casi medio minuto. No es un vehículo lujoso, pero sí llamativo. Una nave de la que saldrá Andrés Mendoza –el mero mero–, vestido con un polo negro en cuello V, un short del mismo color y unas zapatillas blancas.
Andrés todavía pelotea. En octubre del 2016 levantó la Copa América de Fútbol 7 con la selección de Perú. También se gana la vida jugando en amistosos pagados con otros exfutbolistas. En dos días viajará al interior del país. Pero está sentido y hoy lunes le toca su terapia de rehabilitación.
Entra en una casa de dos pisos, en cuyo interior, una salita de espera donde deambula un hombre en muletas, se pueden apreciar camisetas autografiadas del Sporting Cristal enmarcadas en todo lo alto y fotografías de futbolistas como Waldir Sáenz, Miguel Rebosio, Pepe Soto, Iván Bulos, Ronaldinho, César Cueto, Teófilo Cubillas, de cómicos como Carlos Álvarez y Carlos Vílchez, de exministros como José Luis Pérez Guadulupe, todos ellos acompañados del doctor Cotillo.
Andrés sube por unas escaleras.
Tiene una molestia en la parte posterior de su muslo derecho. Una lesión acaso recurrente. En el 2009, Andrés rescindió su contrato con el Morelia de México por este motivo. En Estados Unidos padeció sus secuelas. En el 2013, jugando por el torneo local, Mendoza tuvo que abandonar la cancha por un tirón en la misma zona de su pierna derecha.
Su pierna derecha.
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Lo primero que notas al hablar con el “Cóndor” es que tiene un gesto peculiar. En cada abrir y cerrar de ojos, sus globos oculares se quedan fugazmente en blanco, como si sus músculos se esforzasen para levantar los párpados.
Mendoza dice que no piensa en ese partido contra Ecuador, que vive el día a día. “Acá es otra mentalidad, si hubiese sido en Europa no pasaba nada. Pero acá la gente… que es malo, que esto, que el otro. No agarré la pelota y se me fue pe’, ¿qué puedo hacer? Ya no puedo hacer nada. Son cosas que pasan. Yo he fallado muchos goles peores que ese”, dice.
Como contra Colombia.
“¿Colombia?”, Mendoza se pone serio.
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El 31 de marzo del 2004, un año antes del partido con Ecuador, Perú empataba a cero contra Colombia. Claudio Pizarro –otro jugador “resistido por la afición”– hizo una buena jugada en tres cuartos de cancha y desde el borde del área cafetera metió un pase en profundidad. La pelota se filtró diagonalmente hasta donde la estaba esperando Andrés Mendoza, a 10 pasos del arco. Esa vez el ‘Cóndor’ sí le pegó con la derecha. Su disparo –¿con la canilla?– se fue desviado. Muy desviado.
“¡¿Cómo vas a perder ese gol, Andrés Mendoza?!”, le recriminó Toño Vargas. “¡Listo estaba el país para gritar tu tanto!”.
“Bueno, lamentablemente, la pelota le queda en la coja, ¿no?”, comentó Gonzalo Núñez. “Mendoza le pega muy fuerte y muy bien de izquierda; la derecha… solo la usa para subirse al micro”.
“Había que respirar nada más, ¡había que soplar esa pelota!”, apuntó Toño Vargas. “Andrés Mendoza desaprovecha una gran oportunidad que a veces en estos partidos no se presentan con frecuencia”.
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No deja de ser curioso que durante la transmisión de ese Perú – Ecuador del 2005 se estuviese realizando una campaña de intriga para el lanzamiento de Movistar. De rato en rato, una voz interrumpía a los locutores para informar que “numerosas M’s –emes– han aparecido por todo el Perú y Latinoamérica. Pronto sabremos de qué se trata”.
Tampoco deja de ser un curioso y patológico ejercicio de nostalgia ver otra vez ese Perú – Ecuador del 2005 y ponerle atención a las publicidades. En esa época, Raúl Romero estaba por cumplir mil programas con “Habacilar”, en Lima se vendían los jeans Belton’s y Gloria persuadía con falacias a los padres de familia: “Si quieres que tus hijos crezcan y sean campeones, dales 3 vasos de leche Gloria al día”.
Si de publicidades se trata, ¿quién iba a pensar entonces que Andrés Mendoza promocionaría a una nueva empresa de telefonía móvil, disculpándose por ese gol que no le metió a Ecuador?
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Estoy en la recepción de la agencia McCann, donde espero a Fernando Valladares, director de arte del spot de 40 segundos en el que Andrés Mendoza publicita las líneas prepago de Entel. La premisa es simple, pero ingeniosa. El “Cóndor” necesita realizar unas 30 millones de llamadas para disculparse con todo el Perú por haber fallado contra Ecuador. Si tiene un chip de Entel, podrá telefonear a cualquier operador y hablar ilimitadamente por solo cinco soles.
En el spot, Mendoza llama desde su sala, mientras observa unos recortes de periódicos en los que se puede leer “Mendoza se falló el gol”, “Mendoza no se lo puede creer” y “Nos quedamos fuera”. En McCann, un grupo de veinteañeros conversa. Los observo desde mi asiento. Uno de ellos habla sobre una marca de ropa feminista. Viste un polo blanco que dice The future is female. “Lo único malo es que no tienen tallas body positive [tallas para gorditas]. O sea, ¿las feministas sólo pueden ser flaquitas?”, se queja.
La moda nos consume a todos. Alguna vez estuvo de moda odiar a Andrés Mendoza. “Era lo políticamente correcto”, dice Pulgar Vidal.
Hoy el “Cóndor” está otra vez de moda. Su llamada –“Hola, soy Andrés”– suena hasta en cumpleaños infantiles, como broma de payasos, cada vez que un ringtone impertinente interrumpe su show.
Finalmente, aparece Fernando, con una casaca –chaleco de jean, mangas plomas– sobre un polo blanco de Nirvana que le queda grande. Lo sigo a una salita. Allí me cuenta detalles de la grabación que se realizó en una casa de Barranco.
Según él, la escena inicial donde Mendoza está de espaldas –diciendo “no sé, primo, no sé qué me pasó”– salió así porque el “Cóndor” se reía al mirar a la cámara. Y no podía dejar de reírse. “La toma no era así, pero debíamos encontrar una solución inmediata. Esa pequeña dificultad había que volverla positiva. Entonces, con el director decidimos ponerlo de espaldas. Y Andrés aceptó”, relata Fernando.
En todo el spot, Mendoza nunca hace contacto visual con el televidente. Mira los recortes de periódicos y mira un mapa. Con la información del making of, el acercamiento inicial es de culto.
La espalda de Mendoza. La nuca de Mendoza.
Las risas de nerviosismo del “Cóndor” –esas que enfurecieron al hincha peruano después de sus fallos– no fueron el único inconveniente durante el rodaje. “Fue difícil que se memorice los diálogos tal cual o por lo menos una base pre hecha con sus palabras”, dice Fernando. En el spot se llega a sentir una voz dubitativa. “De hecho, la pensábamos doblar, pero era irnos contra la parte original de lo que se quería. Sí hay partes donde él relocutó su voz”, dice.
Además, Fernando cuenta que la pareja y mánager de Andrés también participó en la grabación, y que era ella quien le decía “oye, suéltate, huevón”. Aun así, se necesitaron más que palabras para relajar al “Cóndor”. “A veces teníamos que dejar a bastantes personas afuera de la casa para que Mendoza no se sienta intimidado”, dice Fernando.
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Es la noche del jueves 14 de setiembre. La fecha es más que un detalle. Hace una semana, Perú le ha ganado a Ecuador en Quito después de algunas décadas y está cuarto, en zona de clasificación directa al mundial, a solo dos fechas del final de las eliminatorias para Rusia 2018.
Perú ganó por dos a uno, con goles de Edison Flores y Paolo Hurtado. Antes que ellos, el último peruano en marcarle a Ecuador en Quito fue, irónicamente, Andrés Mendoza. Un gol que solo sirvió para adornar el marcador. Los norteños vencieron por cinco a uno en el 2007.
En toda su carrera, Mendoza le metió tres a la tricolor. En 1999, incluso con pierna derecha. Pero nadie se acuerda. Este delantero no será recordado por los goles que hizo, sino por uno que no hizo.
Marco el número del “Cóndor”. Pongo el celular en mi oreja. Antes de oír las timbradas, escucho que una voz me dice “La nueva red Claro”. Dudo. Tal vez mi contacto me dio mal el teléfono. ¿O es que Andrés Mendoza no usa Entel?
Las timbradas continúan. Finalmente, alguien contesta. Pero nadie habla. Distingo de fondo la narración de un partido de fútbol. Mi interlocutor permanece en silencio.
Yo también.
Me animo a saludar. “Hola”. “¿Aló?”, es la inconfundible voz del “Cóndor”, la misma con que llama a todos los peruanos en el spot de Entel. Necesito la confirmación: “Buenas noches, ¿hablo con Andrés Mendoza?”.
“Sí”, responde. Entonces me presento y le digo que estoy escribiendo sobre él y que me gustaría entrevistarlo. Mendoza –con esa prosodia parsimoniosa– me dice que estará ocupado todo el fin de semana, que el próximo lunes me llamará. Me pregunta: “de qué vamos a hablar”. “De fútbol, ¿no?”, inquiere.
“Ya, yo te llamo el lunes a mediodía”, me asegura.
Luego, cuelga bruscamente.
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En 1997, Sporting Cristal goleó 4 a 1 al Racing Club de Argentina por las semifinales de la Copa Libertadores. Esa noche, Julinho bailó al defensor argentino Carlos McAllister y los entendidos del fútbol dicen que este partido apuró el retiro del colorado. O simplemente dicen que Julinho retiró a McAllister.
Un año antes, en 1996, Jean Ferrari era una promesa del fútbol local. Y se quedaría ahí. Los entendidos dicen que su carrera se vino en picada luego del 4 a 1 que Ecuador nos metió en Guayaquil, por las eliminatorias a Francia 98. Dicen que Ferrari “se hizo la pichi”.
Algunas veces el fútbol no perdona. Sospecho que para Andrés no debe ser divertido recibir llamadas de números desconocidos. Menos citarse con extraños o supuestos periodistas.
Los hinchas peruanos solían criticar a Mendoza porque no cantaba el himno nacional, quizás todavía dolidos por la silbatina al “Somos libres” en el Monumental de Santiago, aquella odiosa noche de 1997 en la que Chile humilló con 4 goles violentos a Perú y nos dejó sin mundial. Mendoza afirma que no cantaba porque ponía toda su atención en lo que sería el partido.
En otra ocasión, un periodista le oyó decir que no metía goles con la selección porque no le pagaban. Mendoza sostiene que lo dijo de broma.
Como sea, esa pelota que no metió en el arco ecuatoriano fue la razón inapelable que necesitaba el patriótico hincha bipolar –que poco tiempo atrás había festejado su gol ante Paraguay– para lapidar a ese jugador que no cantaba el himno y que no metía goles con Perú porque no se le pagaba y que encima, ¡encima!, tenía la osadía de reírse cuando fallaba.
Además, circula otra historia que tampoco lo deja bien parado, un rumor que dice que Mendoza intentó llevarse uno de los trofeos de la Federación Peruana de Fútbol porque no quisieron pagarle un premio.
Andrés dice que no fue así, que él volvió de Japón con la copa Kirín 1999 entre sus brazos, un título menor –disputado por tres países– al que ninguno de los seleccionados le dio importancia. El equipo estaba integrado por Solano, Palacios y Maestri, entre otros jugadores que estuvieron a punto de clasificar al mundial de Francia 98.
“Como nadie me la pidió, yo me la estaba llevando”, dice con mucha naturalidad Andrés, quien salía de la Videna cargando el trofeo cuando el gerente deportivo de la selección Antonio García Pye se lo reclamó.
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En el 2011, Mendoza se ganó el rechazo de los seguidores yanquis del Columbus Crew. Su compañero de equipo, el jamaiquino Jeff Cunningham, estaba a un tanto de convertirse en el máximo goleador histórico de la liga estadounidense con 133 anotaciones.
La oportunidad le llegó como un regalo: penal a favor del Columbus Crew durante un partido que disputaban los amarillos contra el Real Salt Lake. Todo apuntaba a que Cunningham sería el ejecutor del disparo –él se encargaba de patear los penales–; sin embargo, Andrés Mendoza se interpuso obstinadamente: se apoderó del balón y metió posiblemente el único gol que varios hinchas del Columbus Crew no celebraron.
En el video de la jugada se puede ver a Andrés acomodando la pelota, con Jeff Cunningham –acaso alistándose– subiéndose las medias detrás de él, mientras el capitán del Columbus Crew le pide al “Cóndor” que le ceda el penal al jamaiquino.
Mendoza se niega y el intermediario sale del área meneando la cabeza con un gesto de decepción.
El “Cóndor” recuerda sus palabras de brazos cruzados. “El que patea el penal soy yo. Si él quiere hacer su gol, que lo busque de otra manera”.
¿Cómo quitarle una oportunidad de gol a ese jugador que fue insultado por toda una nación precisamente por no haber metido un gol?
Los periodistas deportivos especularon, dijeron que ese penal le costaría el puesto. Esa temporada, el “Cóndor” anotó 13 tantos y con ellos se ubicó cuarto en la tabla de goleadores. Sin embargo, el entrenador del Columbus Crew no lo quiso más. Para él, Mendoza no contaba con las características que buscaba en sus jugadores.
En el 2007 le pasó algo parecido. José Chemo Del Solar, en ese momento director técnico de la selección peruana, decidió que no convocaría más a Andrés Mendoza por una supuesta indisciplina que suena a película porno, cuando se esparció el chisme de que el “Cóndor” había tenido sexo dentro de su auto, en el estacionamiento del hotel El Golf de Los Incas, donde el equipo nacional estaba concentrándose para un partido contra Brasil por las eliminatorias.
Mendoza dice que no hablará del tema. Pero luego te mira fijamente a los ojos y con complicidad te pregunta: “¿Qué, tú quieres saber?”.
Según el psicólogo deportivo Giacomo Scerpella, lo que se busca en una concentración es que haya diálogo, conversaciones y amistad entre los miembros del equipo. “Tenerlos más tiempo también le da la posibilidad al cuerpo técnico de presentar el análisis del rival y de sus propios jugadores”, dice.
A Mendoza nunca le gustaron las concentraciones, esas privaciones de la libertad. Cuando era chico, el Sporting Cristal –su primer club– le ofreció un espacio para que viviese dentro de sus instalaciones. Andrés no aceptó porque nadie podía entrar ni salir del recinto del Rímac después de las 10 de la noche. Prefirió quedarse con su tía en su casa de Pizarro, en el Centro de Lima.
Poco tiempo después, el “Cóndor” recibió una bofetada de Alberto Gallardo, exjugador y exentrenador de los celestes. Fue en un partido en el Lawn Tennis. Gallardo le estaba haciendo reclamos crudos a Mendoza. Sentía que su delantero le tenía miedo a los rivales. Andrés, todavía un adolescente, le contestó de mala manera y el técnico le volteó la cara.
Hoy, el estadio rímense lleva su nombre: Alberto Gallardo. Mendoza no le guarda rencor, por el contrario, dice que la cachetada lo ayudó a despertar.
Después del Chemo, ningún seleccionador del Perú volvió a llamarlo.
Nadie lo reclamó. No hubo debates como con Claudio Pizarro.
¿Amigos en el fútbol? Mendoza sólo menciona dos: Leao Butrón y Jorge Soto.
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La camioneta del “Cóndor” se desluce por dentro. Su tablero crema está descascarándose como una pared. Escuchamos un rap francés. Bajo el timón, un muñequito rojo oscila entre las llaves del auto, que aumenta de velocidad intempestivamente, como si Mendoza no dominase bien la fuerza de su pierna derecha, con la que pisa el acelerador.
Andrés mueve una palanca de cambios automática y no lleva puesto el cinturón de seguridad. Entonces, llamo por teléfono a mi papá, que es un fanático enfermo del fútbol. Quiero que el “Cóndor” le pida disculpas por ese gol que no le metió a Ecuador, quiero que cumpla con la promesa de Entel.
Mi viejo no me contesta.
Pienso en otra opción. Abro mi WhatsApp y grabo un mensaje de voz que empieza así: “Hola, pa. Estoy acá con Andrés Mendoza, dice que te quiere mandar un saludo y unas disculpas por…”. A mi lado, el Cóndor se carcajea.
Acerco mi celular a su boca para que hable.
Ha sido una imprudencia. Casi chocamos.
Un conductor nos lanza una serie de improperios. No sé si puede vernos a través de los vidrios polarizados.
Mendoza mueve su camioneta y el tráfico se libera.
Mi papá me escribe: “Tremendo jugador”.
“La gente solamente ve lo malo, pero tiene que ver lo bueno también. Siempre he hecho goles con la selección, he sudado también”, dice Andrés.
Entonces, observo que en su muñeca cuelgan dos pulseras del Brujas de Bélgica, equipo con el que metió 77 goles en 173 partidos oficiales. Uno de ellos al poderoso AC Milán, en su propio estadio y por la Champions League. Mendoza también marcó en finales y alzó seis copas en el viejo continente. Hace poco fue homenajeado como una leyenda en la cancha del Brujas.
Fue su mejor época.
Cuando pedía medio millón de dólares por año.
Antes de.
Quizás lo más triste es que la historia de Mendoza no va a cambiar: lo que pasó quedará como un pudo ser y nunca será al infinito. Los videos, esas heridas sangrantes, nos mostrarán siempre al mismo Andrés Mendoza intentando patear el esférico con la parte externa de su pie izquierdo –con un gesto payasesco, con saltito incluido– sin jamás conseguirlo.
Un gif maligno. Unos segundos eternos.
Ay, Andrés, si hubieras metido ese gol…