En alguna de las centenares de entrevistas que ha concedido Mario Vargas Llosa, dijo que la práctica del periodismo era una manera de estar al día, de intervenir en los debates de temas importantes de cualquier parte del mundo pero que, sobre todo, la actualidad era una de las fuentes más ricas para su trabajo.
Por: Juan Gargurevich
Portada: Carlos Rosillo/El País
Nuestro ya célebre escritor obtuvo el Premio Nobel por su obra literaria y a la vez no ha dejado de recibir reconocimientos por su trabajo periodístico, un oficio que adquirió de manera autodidacta, hace ya unos 54 años, cuando un jefe de redacción le indicó: “Joven, ese es su escritorio… y su máquina de escribir, revise el cuadro de comisiones a ver qué tarea tiene para el día”.
Y así, al lado de los ya experimentados Carlos Ney Barrionuevo y Milton von Hesse, se inició como reportero en La Crónica en enero de 1952 con apenas 15 años. Fue una etapa breve pues su padre se escandalizó porque el reportero adolescente se había sumado con entusiasmo a la bohemia periodística de entonces y lo sacó del diario a los dos meses. Pero aquellas intensas jornadas en las que estuvo más cerca que nunca al mundo de la crónica roja alimentarían a su poderosa imaginación que daría como fruto Conversación en la Catedral y su personaje central: el reportero Zavalita. No abandonó ya nunca más el periodismo. Luego se instaló una temporada en Piura donde también escribió para La Industria, después regresó a Lima para estudiar en la universidad a la vez que seguía redactando para una revista.
En sus memorias parciales, El pez en el agua, ha contado cómo llegó a dirigir el noticiero El Panamericano, en Panamericana de los hermanos Delgado Parker. Fue allí donde gracias a Carlos Paz Cafferata formé parte de su equipo de redacción.
Nos reuníamos antes de las siete de la mañana, revisábamos apresuradamente los diarios y a las ocho en punto el argentino Raúl Ferro Colton leía las noticias. La siguiente versión era a las ocho de la noche y teníamos más tiempo para que el noticiero fuera mejor, más elaborado, con secciones políticas que Vargas Llosa manejaba con cuidado para no cometer errores.
Era solo un veinteañero pero ya tenía una sólida experiencia y no era un desconocido en el mundo literario y periodístico. En los desayunos cotidianos, luego del cierre de la edición del noticiero, nos contaba de su viaje a París gracias al premio obtenido por su cuento Los jefes. El equipo se disolvió cuando viajó becado a España y se quedó finalmente en Europa y otros tomaron la posta del noticiero que duró muchos años.
Me he encontrado con Vargas Llosa varias veces: en su campaña política, en algunos eventos, y la última en Madrid donde tuve la satisfacción de que me dijera: “Oye, tu libro me hizo recordar muchas cosas que había olvidado”. Y es que hace ya más de diez años que conté la historia de su paso por La Crónica, un trabajo que editó el Fondo Editorial de nuestra universidad. Debo añadir, finalmente, que el libro Mario, periodista es una tarea pendiente para quien se anime a contar la frondosa travesía periodística de nuestro gran escritor.
*Esta columna fue publicada originalmente en PuntoEdu web, portal de noticias de la PUCP: https://goo.gl/F4UEIS