El camino para llegar a ser un crack está lleno de privaciones y dificultades. Cristiano Ronaldo y Messi son dos reveladores ejemplos del sacrificado estilo de vida al que son sometidos miles de niños, con la ilusión de convertirlos en las nuevas estrellas. Se trata de una dramática travesía en la que solo uno de cada 85 mil casos termina como futbolista profesional y donde el niño importa más como mercancía que como persona.
Por: Somos Periodismo
Portada: Erick Nazario
Escribe: Victoria Pardo
¿Qué niño no quiere ser hoy como Cristiano Ronaldo o Messi? ¿Qué familia no sueña con un hijo que triunfe como futbolista profesional? Jugar en el Camp Nou con más de 90 mil hinchas vitoreando tu nombre, acaparar portadas y ser la principal noticia de los programas deportivos, firmar contratos millonarios y generar exuberantes ganancias por publicidad. ¿Quién no sueña con eso?
Atrás quedaron las épocas donde ser futbolista era una actividad relegada a las clases sociales medias y bajas. Hoy en día la práctica de este deporte es una aspiración interclasista a raíz de la consolidación del fútbol como una industria. Vivimos encantados con los partidos de la Champions League, pero a muy pocos les interesa que los niños futbolistas sean tratados como mercancías.
Desde el momento en el que el niño empieza a demostrar aptitudes para el fútbol ya tiene un precio. Su valor aumenta a medida que es federado (registrado por la federación de su país), va mejorando y es contratado. Además, los precios también varían de acuerdo a la nacionalidad del pequeño: el brasileño es el mejor cotizado.
Solo uno de cada 85 mil niños llega a convertirse en un futbolista profesional exitoso según la organización no gubernamental Save The Children.
El niño futbolista es una inversión con retorno asegurado. Es la posibilidad de una compra barata que generará una alta ganancia. Una inversión a largo plazo que, de funcionar, se convierte en una mina de oro. Será el nuevo héroe y podrá cambiar la historia de su familia, equipo e, incluso, la de su país. Por eso, los clubes se la tienen que jugar, sino que lo diga el Barcelona y Lionel Messi. Ni el argentino ni su familia podían pagar una terapia de crecimiento de mil dólares mensuales y, actualmente, según Forbes, el rosarino es el deportista menor de 30 años más rico del mundo: gana 81 millones de dólares al año.
La globalización del fútbol ha ido en aumento con la creación y desarrollo de la tecnología. Sin embargo, el quiebre significativo para su explosión se produjo en los noventa cuando aparecieron las televisoras privadas. Este suceso acabó con el monopolio de las televisoras públicas y empezó una pugna por los derechos de transmisión y retransmisión de los partidos. Desde entonces, los ingresos de los clubes han crecido de manera exponencial. Por ejemplo, este año el Real Madrid se embolsará 142 millones de euros por la transmisión de sus partidos en la liga española.
“Desde el momento en el que el niño empieza a demostrar aptitudes para el fútbol ya tiene un precio.”
Esto trajo varias consecuencias, entre ellas una inflación en los precios de los fichajes y salarios. El francés Paul Pogba, contratado por el Manchester United en el último mercado de pases, es el traspaso más caro en la historia del fútbol: costó 120 millones de dólares y recibe 19.8 por temporada.
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Hoy todos los niños quieren jugar en los mejores clubes de Europa. La industrialización de este deporte ha provocado ellos, a diferencia de generaciones anteriores, no sueñen con jugar por amor a su equipo, sino en ser fichados por clubes competitivos y con solvencia económica.
La consolidación de la industria del fútbol ha permitido el afianzamiento de una división internacional de trabajo, donde América Latina, África y Asia producen jugadores y Europa los consolida como mercancía. En la actualidad, hay una permanente cacería entre los clubes, quienes con academias, agentes y ‘ojeadores’ dispersos por todo el mundo, buscan contratar a sus “jóvenes promesas” a edades de cinco, siete y nueve años, sin importar la reglamentación de la FIFA, que prohíbe y sanciona esto.
Se sabe que en el sistema actual de fútbol latinoamericano el negocio no consiste en ganar campeonatos o pelear por el título, sino en la venta de jugadores; por eso, no extraña que Danilo sea el vigésimo cuarto jugador brasileño en el Real Madrid; James Rodríguez, el quinto colombiano; o que Ángel Di María fuera el trigésimo primer argentino.
Neymar Jr. se convirtió en el vigésimo cuarto jugador brasileño en el Barcelona. 25 argentinos han formado parte de la plantilla azulgrana. Y Luis Suárez es el décimo séptimo uruguayo en el club. En total, los culés han contratado a 96 latinoamericanos a lo largo de su historia.
Desde hace seis años, Argentina es el país que más futbolistas ha exportado al mundo. En el 2015, vendieron más de 6344 jugadores que generaron ingresos por 3 400 millones de dólares. Una cifra que aumentó en un 66% a comparación del año anterior, en el cual se exportó 2 576 futbolistas. El 84% de ellos acabó en Europa.
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Estas cifras impresionantes jalan el ojo a cualquiera. Pero ahora toca hablar de la otra cara del negocio. Aquella que todos ocultan y nadie quiere contar. Solo uno de cada 85 mil niños llega a convertirse en un futbolista profesional exitoso según la organización no gubernamental Save The Children. Para sobresalir y ser la excepción a la regla hay que tener una vida llena de sacrificios y momentos difíciles.
En los noventa, durante la época dorada del fútbol italiano, 57% de los niños que llegaron a dicho país para probarse en un equipo fueron menores de 12 años. 1360 tenían menos de 10 y 146 de ellos tenían entre seis y ocho. Según una investigación periodística del argentino Gustavo Londeix, quien era corresponsal de Clarín en Italia, cinco mil niños africanos, que fueron llevados con la expectativa de un futuro en el fútbol, terminaron deambulando en las calles de ese país.
Muchos niños son manipulados por falsos agentes que les llenan la cabeza de ilusiones. Familias humildes confían a sus hijos a estos extraños que les ofrecen un futuro promisorio en el fútbol profesional a cambio de una importante cifra de dinero. Pero una vez en Europa los abandonan.
“Es posible hacer llegar diariamente 150 africanos por avión, entrenarlos durante un par de días, elegir a los cinco mejores y a los demás enviarlos de vuelta con destino a África”, explicó Mogi Bayat, director general del Sporting Charleroi de Bélgica, en el 2015, sin saber que estaba siendo grabado por una cámara escondida de la BBC.
“Mi familia pagó por mi billete. Mi madre vendió nuestra casa y mis dos hermanos pequeños empezaron a trabajar a los 12 años para poder pagar mi viaje”, contó Bernard Bass de Guinea-Bissau a Save The Children. Tenía 14 años cuando luego de viajar por Ghana, Senegal y Tenerife llegó a Francia con la promesa de tener una prueba en el Metz. Todo fue falso. Bass vive en las calles de la ciudad francesa sin poder mandar 10 euros al día a su familia, según reportó esta ONG.
Esta situación se ha trasladado al fútbol español. Todos quieren jugar en el Real Madrid o Barcelona. De acuerdo al periodista Sergio Gómez, hoy en día nueve de cada diez niños acaban siendo víctima del tráfico de menores.
Durante el 2014, España fue el líder en el traspaso de jugadores menores de edad. Según la investigación de Gómez, este país intentó traer a más de 400 niños futbolistas y solo 48 solicitudes fueron rechazadas, muy por encima de las 188 aceptadas a Portugal.
¿Y dónde esta la FIFA? El máximo ente del fútbol prohíbe este tipo de contrataciones desde el 2009 cuando creó el primer Reglamento sobre el Estatuto y Transferencia de Jugadores. Un capítulo está dedicado a las transferencias internacionales de menores de edad con el objetivo de detener el tráfico de niños. El primer artículo establece que “las transferencias internacionales se permiten solo cuando el jugador alcanza la edad de 18 años”; sin embargo, plantea tres excepciones. La más importante señala que el niño podrá jugar, “si sus padres cambian su domicilio al país donde el nuevo club tiene su sede por razones no relacionadas con el fútbol”. Se trata de una excepción que permite que un club, en asociación con una empresa, contrate al familiar.
En el último año la mayoría de las peticiones de traspasos de menores en todo el mundo (1793) estuvo amparada en el traslado de los padres del jugador al mismo país por razones ajenas al fútbol. El 90% de las mismas fueron aceptadas. Una situación poco verosímil si recordamos la crisis económica que sufrió y sufre España.
Es posible hacer llegar diariamente 150 africanos por avión, entrenarlos durante un par de días, elegir a los cinco mejores y a los demás enviarlos de vuelta con destino a África
La FIFA ya ha sancionado al Chelsea y Barcelona por este motivo. Josep Maria Bartomeu, el presidente del club catalán, admitió la falta, pero advirtió que esta es una práctica extendida en el negocio del fútbol: “Sólo en Catalunya, se estima en 15 000 la cifra de jugadores menores de edad inscritos federativamente, que estarían en situación irregular por haber nacido fuera de España”
Los grandes clubes de Europa siguen contratando a niños futbolistas. Es el caso de Rashed Al-Hajjawi, un niño palestino de 10 años que acaba de ser adquirido por la Juventus gracias a un video de YouTube. Por su parte, el turco Mustafa Kapi debutó el pasado 8 de octubre con el Galatasaray, con tan solo 14 años.
Han pasado más de 20 años desde la primera regulación en contra del tráfico de niños sudamericanos y africanos, pero este delito se sigue presentando. Las “jóvenes promesas” han sido y son un negocio importante y, por ello, no importan las normativas porque siempre habrá una manera de que uno de ellos llegue a Europa, un intermediario gane dinero con la venta -a pesar de estar prohibido- y un club consiga a su próxima estrella.