Estudió periodismo en la PUCP, fue reportero y editor gráfico de La República, ahora es un fotoperiodista independiente. Con más de doce años de experiencia, dirige la academia Perú Fotodocumental. Hoy, a las 7 p.m., en el Lugar de la Memoria, Miguel Mejía presentará ‘El dolor del retorno’, un libro sobre la exhumación y entrega de víctimas de la violencia política en el Perú.
Por: Julio Huamán Cabello
Portada: Victoria Lezama
Nunca terminaremos de mostrar lo que pasó en el país durante los veinte años que duró la guerra interna. Siempre habrá una historia que desenterrar, y esta es una tarea dolorosa. En 2013 el fotoperiodista Miguel Mejía Castro viajó a Chungui, en la provincia de La Mar, Ayacucho, para registrar la exhumación de 19 fosas en las cuales se ocultaban los restos de 56 personas torturadas y asesinadas a mediados de los ochenta. Las escenas que captó aparecen en “El dolor del retorno”, libro que se estará presentando el martes 19 de diciembre a las 7 p.m. en el Lugar de la Memoria.
Son 85 fotografías respaldadas por textos introductorios que explican cada imagen y la sitúan en un contexto específico. Estas también aparecen en un libro que exhibe el mismo título y que da cuenta de lo que el autor vio y retrató con las víctimas de Chungui y sus deudos.
Mejía accedió a esta cobertura cuando acompañó a una comisión del Equipo Forense Especializado del Ministerio Público (EFE). Diferentes especialistas como arqueólogos, biólogos, odontólogos y fotógrafos se adentraron durante dos semanas en las lejanías de Chungui, un distrito rural, para rescatar una verdad oculta durante aproximadamente treinta años.
Chungui está en la provincia de La Mar, cerca de la zona geográfica conocida como “oreja de perro”, en la convergencia entre el río Pampas y el río Apurímac.
A casi 3500 metros sobre el nivel del mar, este pequeño distrito, ahora con 6.311 habitantes, en sus 11 comunidades campesinas, figura en el informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) por la alta mortandad que se registró allí durante el periodo de guerra interna: 1.381 personas fueron reportadas muertas y desaparecidas. Sus viviendas, incendiadas; sus caminos, destruidos y el pueblo de Chungui, inhabitable.
Mejía llevaba años enfocado en esta temática. Su interés surgió de a pocos, mientras estudiaba periodismo en las aulas de la PUCP. En 2005, poco después de haber concluido la carrera, viajó a Sicuani, Cusco, para trabajar en la revista Willanakuy, una publicación dedicada a la defensa de los derechos humanos.
Allí permaneció un año dedicado a la cobertura gráfica del sur andino. De Sicuani partió a Chiclayo para incorporarse al plantel de La República edición norte. En 2010 fue promovido a la redacción central del periódico, en Lima. En el local de Camaná 330 primero se desempeñó como reportero y más tarde como editor gráfico.
A principios de este año Mejía dejó el diario para abocarse a un emprendimiento personal. Ahora, con toda la experiencia acumulada en más de una década de reportería, dirige la escuela de fotografía Perú Fotodocumental.
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-¿Cómo comenzó esta expedición hacia Chungui?
-La cobertura gráfica que La República hacía de las exhumaciones en Ayacucho no era buena. Yo me empecé a preocupar por el tema. Por eso me contacté con el Equipo Forense Especializado del Ministerio Público. Busqué al director del equipo, fue difícil, pero le expliqué lo que quería hacer. Para suerte mía en dos meses estaba programada una expedición. Regresé en dos ocasiones para entrevistar al director sobre un tema entonces reservado: ellos iban a abrir fosas de gente asesinada por otros que están vivos, por militares que están vivos. Llegamos a una zona de montaña. Después del último rastro de trocha caminamos 24 horas para llegar a un pueblito que se llama Huallhua. Ese iba a ser el centro de operaciones. Esa expedición duró catorce días.
-¿Y qué pasaba cuando estaban exhumando y los familiares se acercaban a las fosas?
-Era un momento muy triste, porque incluso uno de los arrieros estaba desenterrando a su madre. Es decir, cumplía el papel de arriero colaborando con los del EFE, trabajando para subir todo el material, las cajas, las herramientas y abriendo el monte. De pronto abrió la fosa y descubrió dos huesitos con los anillos que eran de su madre, ella los usaba cuando estaba viva. Ese fue uno de los momentos más tristes. He visto a ese hombre al pie de la fosa donde encontró su madre. Y ya no lloraba, me decía que ya lo había hecho tanto que no le quedan lágrimas.
-¿Qué pasó después de la primera expedición? ¿Cómo lograste hacerle seguimiento al tema de las exhumaciones?
-Un año después de la expedición, cuando se anunciaba la entrega de los cuerpos a sus familiares, mandé un correo para sustentar como periodista mi interés, quería estar allí. Me dijeron que no se podía, no había dinero. Una organización de derechos humanos me dio más datos para sustentar. Yo debía presentarme como un “vendedor” del impacto periodístico que podrían tener las exhumaciones. Tenía que hacerlo así, sino no me iban a permitir viajar con ellos. Me decían que era más de lo mismo. Pero cumplí con la expectativa de hacerlo distinto porque me sensibilizó mucho el tema. Volví el 2014 pero no solamente me quedé en la entrega de los restos, sino que acompañé a las familias a sus pueblos distantes de Huamanga. Me quedé en sus casas, comí con ellos, escuché lo que ellos decían, los entrevisté para redactar los textos que ahora aparecen en el libro. Cuando tú convives con la gente recién te das cuenta de la dimensión del problema. Para mí es un tema relevante, y seguirá siéndolo hasta que no se haya entregado el último cuerpo.
-¿Y allí surge el proyecto del libro?
-Exactamente. Yo me voy de La República en febrero con la intención de editar otro libro, dedicarme de lleno a la edición de un tema que trabajé seis años. Yo ya había hecho una primera edición de “El dolor del retorno” en la computadora, y de pronto pensé en darle una revisada. Cuando lo reviso, me digo: “No, no puedo postergar este tema”. Además, una noche soñé que estaba en un río con gente y el agua les llegaba hasta la mitad del cuerpo. En mis sueños vi a los desaparecidos. Recuerdo que me decían: “Miguel, aquí estamos”. Después de eso ya no lo dudé. Esa semana imprimí las mil fotos en mi impresora y llené tres paredes de la oficina que tengo en mi casa. Depuré 500, y las que sobraron me hicieron padecer durante dos semanas hasta llegar a 85 fotos, las que creo necesarias para contar cada una de las tres historias incluidas en el libro.
-¿De qué va cada historia? ¿Cómo las construiste?
-‘Rescate y esperanza’ es un capítulo que apela a la narrativa visual de la búsqueda. Cómo nos acercamos primero, se llega al lugar y se va encontrando. Las pruebas, los casquillos de bala. Están las rayas que dejan los golpes del machete que los militares usaban para matar a la gente. Los restos hallados son colocados en unas cajas. Los familiares toman las cajas y se van. Visualmente hago como un tránsito montañoso, pero si bien termina algo, está empezando otra cosa, que es la vida cotidiana, lo actual, lo que continúa. La esperanza de la nueva generación.
“El exhumador de los andes” es la historia de Danall Aramburú, miembro del Equipo Forense Especializado del Ministerio Público. Él es un arqueólogo que ha desenterrado 600 cuerpos aproximadamente en los cinco años que lleva trabajando para el EFE. Yo me dediqué también a fotografiarlo a él como personaje, lo comencé a seguir.
Luego viene “El dolor del retorno”. Esto es en Huanta y en Huamanga, ocurre en dos años distintos, pero corre igual, es narrativo. Da cuenta de la entrega de los restos. A pesar de que retornan, hay un dolor que no se cura. Y el Estado no hace nada por curarlo. No es que te entregan a tu muerto y ya. Pienso que debe haber una reparación. Hay una deuda con los hijos y los nietos de los desaparecidos porque también son víctimas.
-Luego de las exhumaciones fuiste a Chungui y tomaste fotos de los niños en la escuela, ¿por qué los incluiste en el libro?
-Ellos no eran noticia en ese momento. Pero tú sigues tu intuición. Uno ni siquiera dice: “Voy a tomar la foto de la escuela porque la quiero publicar en el libro que voy a sacar”. No, no, no. De pronto, tú dices: “Acá hay gente muerta pero no se estaría haciendo eso (las exhumaciones) si no hay gente viva a quien le importe”. Es más, yo fui a la escuela porque en algún momento dije que iba a plantear un reportaje o una pequeña nota sobre las escuelas rurales. Entonces, sigues tu intuición que te dice: “Oye esto es importante, dale”. Con escenas y escenarios que capté de manera intuitiva al final cerré la historia.