Profesor, crítico de cine, investigador académico y conductor televisivo, Ricardo Bedoya ha entregado su vida al séptimo arte. Su erudición y capacidad para explicar la ficción cinematográfica lo han convertido en un referente insoslayable. Lleva quince años al frente de El placer de los ojos, programa de divulgación cultural que cumple un rol destacado en la promoción y difusión del cine en el Perú.
Por: Diego Olivas Arana
Portada: Asia Sur
Ricardo Bedoya está sentado en el café del Centro Cultural de la PUCP, junto a un joven que trabaja de asistente en la Muestra de Cine Independiente Peruano del MALI. Es agosto del 2013 y Bedoya, que había estado ausente en parte de la proyección, había pactado un encuentro con él para adquirir los cortometrajes que se había perdido una semana antes del 17 Festival de Cine de Lima. Mientras departía brevemente y auscultaba el DVD, recibe la llamada que estaba esperando y le pide al asistente que lo acompañe afuera. Santos Demonios Visuales, quien se hizo conocido como el antiguo vendedor de Mondo Trasho -en el pasaje 18 de Polvos Azules- lo esperaba en la entrada. Era el tiempo en el que acababa de iniciar su servicio de películas por delivery. Bedoya y el asistente permanecieron los minutos posteriores colocando en su vehículo alrededor de una decena de cajas llenas de DVD, de una infinidad de películas.
En Pulpotting, episodio de la micro-comedia web Los Cinéfilos, vemos a Santos Demonios Visuales entrar apremiado al departamento de los cinéfilos excusándose «disculpen la demora, tenía un pedido urgente de Ricardo Bedoya». Acaso la referencia se acercaba mucho a la realidad. Santos afirma ser un dealer de la ‘droga visual’. Bedoya cerró una transacción de una gran cantidad de películas en la calle. Un verdadero cinéfilo se las agencia como puede. ¿Qué relación tiene Bedoya con el cine? ¿Cuál es el alcance de su pasión?
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De pronto esta pasión tiene un reflejo fundamental en El placer de los ojos, espacio de TV Perú dedicado al séptimo arte que cumplirá quince años el próximo noviembre, dirigido y conducido por Ricardo Bedoya. El programa, planteado como un proyecto de crítica cinematográfica en el 2000, ha devenido en una suerte de magazine audiovisual tanto para cinéfilos como para espectadores corrientes que tienen cierto acercamiento al cine. Desde sus inicios, se ha diferenciado de otros programas de la televisión peruana como Charlas de Cine con el recordado Pepe Ludmir; Butaca N -con Alberto Servat y José Carlos Huayhuaca-; o Cinescape, con Bruno Pinasco. Cada sábado a las nueve de la noche, El placer de los ojos presenta informes especiales sobre los más afamados directores, cinematografías o temas; reseñas y comentarios de los exponentes de la cartelera y los festivales; exhibiciones de cortometrajes; y entrevistas a realizadores o gente relacionada al cine.
La idea del programa surgió en el 2000 como una propuesta del canal 7, entonces Televisión Nacional del Perú. El país vivía el breve mandato de Valentín Paniagua, un gobierno de transición. El canal buscaba renovarse, purgarse de cualquier mácula fujimorista o imagen de lo que fue durante la dictadura. Bedoya recibió la oferta de Bernardo Cáceres, quien en ese momento estaba de Asesor de la Presidencia del Consejo Directivo y tenía entre sus responsabilidades la renovación de la identidad del canal. Quería hacer un programa de cine peruano. Bedoya rechazó la propuesta, mas Cáceres no se rindió. No pasó más de una semana para que arremetiera nuevamente, planteándole la dirección de un programa de cine en general, que sería parte de una franja cultural. Bedoya estaba inmerso en otro contexto: las clases que dictaba en la universidad, su faceta de investigador, las discusiones sobre cine. Nunca había contemplado la posibilidad de trabajar en la televisión. “Lo pensé. Era una oportunidad ajena a mi quehacer, interesante. Terminé aceptando”. Así nació El placer de los ojos, como parte de un bloque de programas culturales: Visiones, un programa sobre fenómenos sociales con Javier Protzel; Vano oficio, de literatura, con Iván Thays; Sucedió en el Perú, de historia, con Antonio Zapata; y Memorias del teatro, de artes escénicas, con Luis Peirano. Cinco programas que conformaban esa franja cultural, emitidos a una determinada hora todos los días de la semana. Ese fue el inicio de todo. Hoy solamente sobrevive el de Bedoya.
“Se proclama un coleccionista compulsivo de películas. En su departamento hay miles de DVD y Blu-ray, acumulados a través de los años, tanto piratas como originales. El cine ha sitiado literalmente su hogar”
Algo muy curioso es la incidencia del programa en la proyección de cortos de jóvenes cineastas. Como afirmó el también reconocido crítico y amigo de Bedoya, Isaac ‘Chacho’ León Frías, “El placer de los ojos se ha convertido, hoy por hoy, en el único espacio que difunde cortos de producción local, lo que tuvo un precedente en el programa Video bizarro, que condujo Jimena Lindo”. Ciertamente, uno de los aciertos del programa es su intensa labor en la difusión de la producción local. Otro elemento inédito del programa en nuestra televisión es la presentación de especiales dedicados a diversos aspectos del lenguaje audiovisual: los planos, los movimientos de cámara, el color, la iluminación, el sonido, entro otros. El discurso del programa va más allá de la mera mención de la cartelera, acaso aditivo publicitario de las distribuidoras. Las entrevistas, a su vez, suelen tener un matiz informativo, de presentación, más que generar crítica o polémica, y pueden darse desde los temas más locales hasta lo más internacional. Hace poco, Bedoya conversó con Paweł Pawlikowski, director de la célebre película polaca Ida, última ganadora del Óscar a Mejor Película Extranjera. Ha entrevistado a otras celebridades como Isabelle Huppert, Carlos Saura o Mario Vargas Llosa. Por último, sus informes abarcan temas infrecuentes en los programas de cine televisivos, como el especial sobre películas históricas que fueron prohibidas en su momento, emitido hace unos meses, donde se tocaron leyendas como El acorazado Potemkin (1925), de Eisenstein o El último tango en París (1972), de Bertolucci, temas que sólo podrías ver en libros, una clase universitaria o un taller de historia del cine.
Así, El placer de los ojos tiene un gran balance de elementos en su repertorio, que han probado que existe realmente en Lima un público que disfruta las historias en la pantalla, que anhela saber más de ellas, sus personajes y creadores. Pero no está dirigido solamente a los aficionados al cine clásico o de autor, tampoco a los enfocados en un solo género. En palabras de León Frías, “Le ha interesado no solamente a los cinéfilos, que le dispensan una atención especial, sino también a esos sectores periféricos que ven una o dos películas al mes en salas públicas y algunas más en DVD o Blu-ray. Es la demostración de que esos espacios se han consolidado y tienen un público que los sigue”. Para Bedoya, la concepción del programa no está enfocada en un público cinéfilo, sino uno que tiene al cine como referente, mas no como especialización. Se trata de un público difícil de determinar. “No diría que el programa está dirigido a una audiencia específica, creo que es muy abierto, para aquellos que les interesa el cine como acontecimiento cultural”.
Ricardo Bedoya afirma que El placer de los ojos no es en definitiva un programa de crítica de cine. “En la televisión peruana es muy difícil, casi imposible, concebir algo como un programa de crítica cinematográfica. Ello supone otro tipo de acercamiento a las películas. Si bien tiene opinión -pues sí decimos que existen películas buenas y malas-, lo que tenemos es un espacio informativo”.
El crítico José Carlos Cabrejo comenta “el programa es un fiel reflejo de la pasión cinéfila de Ricardo. En sus entrevistas, por ejemplo, nunca ha dejado de articular ideas interesantes, siempre con mucha inspiración”. León Frías agrega: “se ha convertido en el único programa local que toca el cine (el de fuera y el de casa) de manera seria y documentada”. “Es un programa que debería tener equivalentes en todas las artes. En el páramo cultural que es la televisión, es un milagro que exista y más aún que haya llegado a los quince años de vida”, estima Federico ‘Fico’ de Cárdenas, amigo, crítico y colega de la ya clásica Hablemos de cine.
Si El placer de los ojos se ha posicionado como un programa de gran trayectoria, generando una fuerte fidelidad a través de los años, es en gran medida por la erudición y simpatía de su conductor, y su incontenible entusiasmo al charlar sobre cine, lucubrando acerca de diversos temas, esclareciendo conceptos, comentando referencias. ¿Quién es Ricardo Bedoya?
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Ricardo Bedoya se desempeña como docente en la Universidad de Lima, donde dicta cursos de cine. Curiosamente, Bedoya no estudió cine, sino derecho -en la PUCP, donde mucho después haría también una Maestría en Antropología Visual-, licenciándose en los años setenta. Ejerció durante doce años. Pero la cinefilia siempre moraba en sus pensamientos. Así, cual Bruce Wayne, llevaba una doble vida: su performance jurídica diurna y, caído el crepúsculo, se imbuía nuevamente de la ficción, transformándose en un cinépata -como propone Fuguet-, una ‘persona de cine’ nocturna, yendo de filmoteca a filmoteca, discutiendo películas con otros cinéfilos hasta rayar el alba. León Frías todavía recuerda el día en que le reveló su retiro del derecho, hace aproximadamente veinticinco años. Recibió una llamada:
-Dime Ricardo.
-Chacho, lo he decidido. A partir de hoy lo voy a dejar.
-¿Qué?
-El derecho. Ya no voy a ejercer más.
-Pero Ricardo, ¿estás seguro, finalmente? ¿Qué harás entonces?
-Lo que te dije. Me dedicaré a la crítica. A la cultura cinematográfica. Lo haré.
Su determinación fue absoluta. No había vuelta atrás. León Frías lo comprendió. “Ricardo abandonó el terno y la corbata y asumió los riesgos de una actividad menos reconocida en la sociedad y potencialmente más inestable. Se impuso la fuerza de la vocación y el profundo compromiso con lo que más amaba: el cine”. Bedoya nunca pensó articular su carrera con su pasión. “Mi relación con el cine es previa al derecho. No es una relación profesional. Es una relación emocional, de afición y convicción. No recuerdo ninguna época de mi vida en la que haya dejado de ir al cine o ido con menos frecuencia y obsesión”. Para él, ver películas o hacer crítica jamás será una obligación. Sus vacaciones perfectas implican ver muchas películas, todas las que no ha tenido tiempo de ver, las pendientes en su lista -de tener una lista, ha de ser inimaginable-. “Lo hago porque me gusta. Siempre ha sido un placer”.
Ya en sus tiempos universitarios existía la Escuela de Cine de la Universidad de Lima, pero a Bedoya nunca le atrajo estudiar algo vinculado con la realización o técnica cinematográfica. “Mi relación con el cine es de espectador”. De haber en esa época una Facultad de Ciencias de la Comunicación, probablemente la habría preferido, afirma el crítico. Si bien no estaba en sus planes hacer cine, sí lo estaba explicarlo. Ojos bien abiertos. El lenguaje de las imágenes en movimiento (2003), es un libro del Fondo Editorial de la Universidad de Lima que escribió junto a Chacho León Frías, donde describe y analiza todos los elementos que componen el lenguaje audiovisual. Una publicación que va por su segunda edición (2011), y es libro de cabecera para muchos estudiantes y aficionados peruanos. “Ese libro no habla del cine desde el punto de vista del realizador. Está más enfocado a mirar, a la visión del espectador. Es el lenguaje de cine visto desde la experiencia de ver películas”. Como miembro del Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima, Bedoya tiene toda una bibliografía publicada, entre las que destacan Un cine reencontrado. Diccionario ilustrado de las películas peruanas (1997), El cine silente en el Perú (2009), entre otras, además de la próxima entrega El cine peruano en tiempos digitales. Entorno, memoria y representaciones (2015). Por si fuera poco, es fundador y editor del blog de cine Páginas del diario de Satán, que se ha vuelto un referente en la actualidad.
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Una tarde de 1970, Ricardo Bedoya tocó la puerta de la oficina de la revista Hablemos de cine para preguntar por algunas ediciones que le faltaban. Era su último año escolar. Tenía dieciséis años. León Frías lo atendió y, aunque casi no conversaron en aquella ocasión, fue el inicio de las visitas del novel Bedoya, quien pasaría a formar parte de la nueva generación de críticos de la legendaria revista. Nacida hace cincuenta años, Hablemos de cine significó la primera aventura editorial dedicada a la crítica y comentario de cine, y originó una suerte de cofradía que duró hasta el último número, veinte años después, en 1985. Fue fundada por cuatro cinéfilos de la PUCP: Juan Bullita, Federico de Cárdenas, Chacho León Frías y Carlos Rodríguez Larraín; con Desiderio Blanco como mentor. Sus primeros números, ahora inhallables, eran mimeografiados.
Melvin Ledgard, docente y crítico de cine, colega de Bedoya, recuerda en un artículo publicado en el número 157 de Quehacer: “cuando llegué a la revista, Ricardo Bedoya era un tercer mosquetero que conformaba su núcleo más permanente e indestructible con Chacho y Fico. En realidad, ellos tres siempre han hablado sobre cine y hoy, cuando me los encuentro, juntos o por separado, siguen haciéndolo”. Las reuniones, como recuerda Bedoya, sucedieron todos los miércoles en la noche durante veinte años, en casa de León Frías Frías -quien también las dirigía-, en San Isidro. Flanqueados por el afiche de Gilda, donde vemos a Rita Hayworth fumando y exhibiendo un sugerente vestido; y la diversidad de matices en los posters del Instituto Cinematográfico del Cine Cubano que invadían una de las paredes, esta congregación de cinéfilos se instalaba a hablar de la revista y especialmente a conversar sobre cine, lo que León Frías denomina ‘debate cineclubístico’. Algunas de las discusiones eran muy intensas, como aquella sobre The deer hunter (1978), de Michael Cimino, polémica película que tenía por ardiente defensor a Reynaldo Ledgard, recuerda Bedoya. A su vez, evoca a Juan Bullita como uno de los eternos factores álgidos del debate, siempre en contra. León Frías, por su parte, rememora al mismo Bedoya por gran polemista, no perdiéndose ninguna reunión y participando con mucha pasión.
“Esas reuniones poseían un carácter casi religioso. Podían durar hasta la madrugada. Lástima que no se hayan grabado, eran muy interesantes”, recuerda Bedoya. Se discutía de todo, durante horas, de los cineastas clásicos y los contemporáneos, de las películas en cartelera, en filmotecas o muestras o que eran motivo de debate. Era un tiempo de grandes cambios en el cine local y mundial: surgía el nuevo cine americano con Scorsese, Coppola o Cimino; el europeo, con Bergman, Fellini o Truffaut; y el peruano, con Lombardi o Federico García, entre otros. Un nuevo cine que se formaba. Estaban Chacho León, Fico de Cárdenas, Carlos Rodríguez Larraín, Juan Bullita, José Carlos Huayhuaca, Augusto Tamayo, Constantino Carvalho, Reynaldo y Melvin Ledgard; eventualmente pasaron por las reuniones Augusto Cavada, Pancho Lombardi, entre otros.
Años posteriores a la desaparición de Hablemos de cine, surgió La gran ilusión, revista de cine de la Universidad de Lima en los años noventa, en la que Bedoya fungió de director durante su decenio de vida. Luego participaría en los primeros números de Tren de sombras, la revista de cine de la PUCP, que pereció prontamente, y pasó a formar parte del equipo de La ventana indiscreta, segunda arremetida de la Universidad de Lima que continúa en la actualidad, donde forma parte del comité editorial.
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Ricardo Bedoya lee toda la bibliografía cinematográfica posible. Afirma que, probablemente, tenga la mayor biblioteca de libros de cine de la ciudad, después de su amigo Chacho León. Ahora está adquiriendo más e-books. Está suscrito a probablemente las más importantes revistas de cine, en español, inglés o francés. Según León Frías, “Ricardo está al tanto de casi todo lo que se hace en todas partes”.
Ricardo Bedoya se proclama un coleccionista compulsivo de películas, ya sea en Polvos Azules, Amazon, vendedores particulares, envíos del extranjero o intercambios. Lo primero que uno descubre en su departamento es la indecible cantidad de discos de DVD y Blu-ray, acumulados a través de los años, tanto piratas como originales. El cine ha sitiado su hogar, al nivel de tener que poner un estante de películas en la repostería. Hace algunos años, Fico de Cárdenas estaba buscando la versión completa de Out 1, noli me tangere, una película del francés Jacques Rivette, célebre por ser una de las más largas de la historia del cine, con 760 minutos de duración -casi trece horas-. No es fácil de encontrar. Al enterarse, Bedoya no vaciló en prestársela, pues la tenía en su colección.
Ricardo Bedoya no descarga películas de internet ni usa torrents, pero está suscrito a servicios de reproducción online. Ve lo último de los festivales en el mundo en Festival Scope. Últimamente incide en el streaming. “Lo que siempre me ha fascinado es que lee todo, ve todo, y además escribe sobre lo que lee y ve, ¿cómo lo hace? ¿En qué momento?”, sostiene Cabrejo.
Ricardo Bedoya ve películas a un nivel desenfrenado: cartelera, festivales, todo el cine peruano. Calcula que ve alrededor de cuatrocientas películas al año. Por lo general, suele ver al menos una diaria. Muy pocas veces ninguna. A veces muchas. “El cinéfilo más abarcador y tenaz que conozco”, asevera León Frías. Jamás ve películas dobladas. “Creo que el doblaje es una distorsión y, sobre todo, una mutilación”.
“Una tarde de 1970, Bedoya tocó la puerta de la oficina de la revista Hablemos de cine para preguntar por algunas ediciones que le faltaban. Tenía dieciséis años. Pronto se incorporaría a la legendaria publicación”
Ricardo Bedoya aprecia la vasta diversidad del cine, fluctúa entre la densidad del cine de autor hasta la banalidad de la taquilla. Reprueba la idea de elegir solamente el ‘cine culto’ y exalta la importancia del Hollywood clásico y sus formas tradicionales como fundamento del cine. Puede comentar la última película independiente de Apichatpong Weerasethakul y el mismo día escribir una reseña sobre Guardians of the Galaxy. “Actualmente la cinefilia se ha parcelado. Hay cinéfilos que les gusta solamente el terror o el cine experimental, que ahora está de moda. Yo quiero verlo todo. Y es un problema. Un problema serio. Porque no paro”.
Ricardo Bedoya cree que Los amigos -parte de Cuentos inmorales (1978)-, Bajo la piel (1996) y Caídos del cielo (1990), son lo mejor de Lombardi. Mariposa negra (2006) sería su peor trabajo. No le gustó The Godfather (1972) –prefiere sus secuelas u otras de Coppola-. Detestó A clockwork orange (1971), de Kubrick, a diferencia de 2001: A Space Odyssey (1968). Considera que Dancer in the dark (2000) y Dogville (2003), de Von Trier, están sobrevaloradas, prefiere Breaking the waves (1996). Ha visto Psicosis (1960) y Vertigo (1958), de Hitchcock, más de diez veces. Los diez mandamientos (1956), de DeMille, Ben Hur (1959), de Wyler, completas o por partes, alrededor de treinta veces.
Ricardo Bedoya fue al cine por primera vez con su padre. Era muy pequeño. La película deviene nebulosa en su evocación: la imagen de un tropel de caballos desbocados, a toda velocidad, levantando polvo hacia la pantalla. El pavor devino en un alarido desconsolado y la posterior salida del cine, tras romper en llanto. Bedoya desconfía de su recuerdo. Podría, quizás, ser una ficción, un artificio de su memoria. Pero esa es su construcción, es lo que tiene grabado. Luego recuerda claramente Ben Hur, también con su padre, en el cine Metro. Tenía cinco o seis años. En esa ocasión, salió del cine sonriendo.
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Murnau, Laughton, Mizoguchi, Ford, y muchos más. Bedoya tiene una considerable lista de cineastas predilectos. Siente que sus películas favoritas van cambiando de acuerdo a distintas circunstancias: sus emociones, el cielo gris de algunas mañanas, el abrazo amable de ciertas noches. “Sus preferencias tienen en común esa poesía de los umbrales a partir de las fuerzas del deseo desatado”, sostiene su colega León Frías. Acaso podría decirse, quizás, que su película preferida es Vertigo. La cinta narra la historia de Scottie, un detective de San Francisco que sufre de vértigo y acrofobia y decide retirarse del servicio. Una tarde, recibe la llamada de Gavin, un viejo amigo de la adolescencia, quien lo contrata para vigilar y seguir a su esposa Madeleine. Ello deviene en una serie de oscuros y extraños sucesos que tornan a Scottie al borde de la confusión y la demencia, obsesionándose profundamente con ella. Bedoya la vio por primera vez en un VHS de pésima calidad. Afirma haberla visto más de diez veces. Ha logrado comprender sus muchos matices, conectarse emocionalmente con la película. Comparte, además, la fobia a las alturas, los vuelos y los abismos.
Según Bedoya, existen muchas maneras de ver Vertigo. Una es como una reflexión o ensayo a la mirada y la obsesión de mirar. Otra es como un reflejo a la creación. “Scottie es un creador, trata de acercarse y crear un modelo perfecto, que tiene qué ver con el recuerdo, la memoria, la educación del pasado, incluso la necrofilia; y la reconstrucción de algo que ya no puede ser: una mujer muerta que él trata de recrear”. Pero también se puede ver como esa búsqueda de un fin perfecto. Y la cinefilia tiene mucho de eso. “Uno va al cine con la intención de encontrarse con una historia, una película, mejor que la anterior. Que te satisfaga absolutamente. En el fondo sabes que no es verdad, que cada película tiene sus propias características, que ese ideal no existe, pero lo vas a buscar y lo seguirás buscando en cada película. Esa es la cinefilia”.
Vemos a Scottie en constante stalking, siempre observando. “Él es un mirón, un voyeur, un cinéfilo”, sostiene el crítico. ¿Es el placer de los ojos un placer voyeur? Para Bedoya, el cinéfilo es un mirón además por la funcionalidad del cine mismo en su dispositivo, es decir, la oscuridad en derredor, verlo a través de la pantalla, ya sea la del cine o tu televisor. “La pantalla encuadra, recorta un espacio, algo típico del fetichismo: demarcar, ajustar algo que conviertes en un objeto no solamente de contemplación, sino de deseo. El cine siempre propició eso. La imagen ofrecida de aquello que tú puedes contemplar a través del ojo de la cerradura o mirando indiscretamente a través de la puerta entreabierta”, cual Peeping Tom (1960), de Michael Powell.
El cine permite al espectador observar lo prohibido. “Nos convierte en crueles, excitados, soñadores, románticos, culpables, llorones. El cine te construye. Detrás de la mirada hay un estilo, una personalidad, una escritura, el cine te propone formas de mirar”, agrega Bedoya.
Hace poco, Bedoya vio una película sobre un cinéfilo portugués que retomó su convicción de la cinefilia como un estilo de vida. En un momento de la narración, definen la cinefilia como la forma de organizar tu vida en relación con las películas. “Vas definiendo tu tiempo, tus decisiones, tu modo de ser, todo lo organizas en torno al cine. Construyes tu vida en relación a lo que tienes, y lo que tienes es el cine. Eso hago todo el tiempo. Es mi vida”.