La crónica es quizás el único género periodístico que no está sometido a la esclavitud de la actualidad. Liberada del vértigo de las noticias, tiene licencia para sumergirse en el pasado y descubrir allí que su misión es construir memoria. Roberto Herrscher (Buenos Aires, 1962), sociólogo, periodista y profesor universitario, es uno de los intelectuales que con mayor afán predica esta idea vigorosa. Para demostrarlo hace una década escribió Los viajes del Penélope, un libro de crónicas que retrata su participación en la Guerra de las Malvinas. Antes de iniciar una clase en una maestría de Barcelona, habla de esa fascinación que los periodistas deben cultivar por revelar aquello que se mantiene en una zona gris y muy rara vez resulta relevante para el periodismo tradicional.
Por: Nilton Torres
Portada: Verónica Lilian Martínez
Roberto Herrscher escribe sobre un papel los nombres de cuatro de sus alumnos. Con el teléfono móvil pegado a la oreja, escucha los requerimientos que al otro lado de la línea le hace una periodista de El País. Luego añade una sección del diario al lado de cada una de los nombres que ha garabateado sobre la hoja. Finalmente resuelve con su interlocutora el lugar idóneo de la redacción donde cada uno de sus pupilos podrá desenvolverse mejor. Cuando cuelga el teléfono el papel parece un juego de palabras cruzadas: los nombres y las secciones anotadas se entrelazan con flechas que señalan los destinos elegidos para los estudiantes.
“El año pasado no pudimos enviar a nadie a deportes. Ahora sí, afortunadamente. Y también nos piden un alumno para fotografía, otro para economía y otro para la web. Saber adónde debo mandarlos para hacer sus prácticas es parte de mi trabajo”.
Hace 18 años que Roberto Herrscher dirige el Máster de Periodismo de la Universidad de Barcelona-Universidad de Columbia, versión europea del prestigioso máster neoyorquino, que acredita la Graduate School of Journalism de Columbia. Son los mismos 18 años que vive en Barcelona.
“La razón por la que vine aquí fue porque en Columbia necesitaban a alguien de la escuela para aplicar el método y hacer un máster como aquel”.
Las clases del máster se imparten en el Instituto de Formación Continua, el IL3, de la Universidad de Barcelona. Más de 500 estudiantes de 41 países han egresado de sus aulas. Aunque por dentro es un edificio moderno y funcional, colmado de enormes ventanales de vidrio, la fachada de ladrillos rojos se conserva tal como le perteneció a la antigua fábrica José Canela e hijos, que a fines del siglo XIX ensamblaba maquinaria para la industria textil.
En la cafetería del IL3 Herrscher pide un café cortado y se sienta en un rincón. El maestro de periodistas, el cronista colaborador de las revistas Gatopardo, Etiqueta Negra, Lateral, Quimera, y autor de libros como Los viajes del Penélope, (2007), Periodismo Narrativo: cómo contar la realidad con las armas de la ficción (2012) y El arte de escuchar. Un viaje por la música clásica (2015), pasa desapercibido en medio del trasiego imparable de estudiantes y profesores.
Es una tarde soleada pero fría de fines de abril. Herrscher tiene el tiempo contado. No solo debe dictar clases, también lo apremia terminar los materiales para el seminario Contar la historia que dictará en Buenos Aires, en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Va a volver a su tierra para compartir las técnicas, herramientas y métodos que él utiliza con el fin de acercarse a personajes y hechos del pasado.
Uno de esos episodios del pasado ocurrió hace exactamente 34 años. Entre abril y junio de 1982 Herrscher vivió una experiencia que le sirvió para escribir Los viajes del Penélope, un libro que registra la historia de la nave en la que él se embarcó ni bien se desató la guerra que enfrentó a Gran Bretaña y Argentina por la posesión de las islas que los ingleses llamaban Falkland y los argentinos, Malvinas. Herrscher se identifica a sí mismo como un “veterano de guerra”, y dice que el ser periodista parte precisamente de esa experiencia, ya que al retornar a casa sintió la gran necesidad de entender el mundo.
“Durante 24 años yo sabía que tenía que escribir sobre eso, pero no sabía cómo. No quería hacer una memoria, en primera persona, de un ex combatiente. Muchos han escrito sus memorias. Los generales escriben memorias para justificarse. Yo encontré en el barco y en la historia de aquellos con los que fui a la guerra, lo que yo quería contar. Yo soy periodista para contar la historia de los demás y en ese libro escribo de mí en relación con mis compañeros, de nosotros -los veteranos de una guerra- como generación y como grupo, y de un barco con más de ochenta años de historia. Hablo de lo que yo viví en el barco, pero también hablo de mi propia búsqueda del pasado”.
-¿Por qué esta necesidad de buscar en tu pasado?
-Todos estamos habitados por el pasado. Sin entender el pasado no podemos entender el presente. Sobre todo cuando son pasados traumáticos, ya sean personales o colectivos. España vive con el pasado de la guerra civil y el franquismo, y si decide ocultarlo te surge por algún lado. Sale cuando puede, no puedes decir de este tema no se habla.
-¿El periodismo te ayudó a entender lo que viviste?
-Para mí hay varias formas en las que el periodismo puede dejar de ser la bocina, el portavoz del poder, y ayudar a la gente a entenderse. Una es el periodismo narrativo, otra es el periodismo de investigación. Y también está la mirada al pasado. Son formas en las que podemos ser relevantes, no ser servidores sino ser actores y protagonistas. Es algo que está muy presente en todos lados, pero en América Latina es especialmente relevante.
-Relevante porque existen quienes quieren que olvidemos el pasado…
-El poder quiere que olvidemos el pasado, sobre todo que olvidemos su pasado y es una tarea del periodista recordarlo.
-Solo una cosa no hay, dice Borges, el olvido.
-Él lo decía sobre Dios: “Que salva el metal, salva la escoria y cifra en su profética memoria las lunas que serán y las que han sido”.
-Cuando en tu libro cuentas la historia de la Guerra de Las Malvinas la abordas a partir de tus compañeros pero también de tu vivencia.
-Pongo lo mío en relación con los otros y veo que hay muchas cosas que cada uno recuerda a su manera. Y es importante que eso no sea un problema sino una fuente de riqueza. Cuando uno se acuerda mal, no es decir: vamos a quitar el recuerdo incorrecto porque somos un juez que va a determinar que pasó exactamente. No. La memoria es nuestra materia y entonces cuando nos acordamos mal, muchas veces es por algo, y eso es relevante también porque tiene que ver con cómo queremos recordar las cosas.
-¿Es necesario recordarlo todo?
-No. No podemos seguir adelante si recordamos todo el tiempo lo traumático. Uno de los cuentos de Borges, Funes el memorioso, es la otra cara. Recordarlo todo es desastroso. Que no te puedas quitar de la cabeza las escenas más dolorosas de una vida puede ser la expresión de una enfermedad mental. José Hernández, a través de Martín Fierro, dice: sepan que olvidar lo malo es también tener memoria.
-Hay un dicho: “La historia la escriben los vencedores”. En el caso del periodismo y la memoria, ¿quienes escriben las historias?
-Justamente gran parte del primer periodismo literario de América Latina fue escrito por un par de generaciones de intelectuales que eran novelistas, escritores, activistas y políticos de izquierda, que querían darle voz a los sin voz. La gran tradición del testimonio como Operación Masacre de Rodolfo Walsh; Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet; La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska; los libros periodísticos de García Márquez; todos logran hacer que se escuche la voz de los que han sido silenciados o de los que ni siquiera creían que su voz era digna de ser escuchada.
“Lo que importa son las historias que nos sirven para entender lo que nos pasa; en contraposición con todo aquello que es completamente intrascendente, banal y superficial”.
-¿Esa inmersión en la memoria exige alguna labor adicional al del trabajo periodístico convencional?
-Sí, aprender a escuchar. Meterse en la cabeza del otro no es pintar con pequeñas anécdotas y citas lo que vos ya pensabas, sino realmente entender de qué se acuerda el otro, por qué la lógica y el recuerdo del otro son distintos a los míos. También es un trabajo de preparación. Elegir a los seres anónimos sobre los que vas a escribir requiere un enorme trabajo previo de selección. Concluir: “Este es el que me parece que va a ser la voz de muchos”. Y entonces te preguntas: “¿Por qué los representa?” Todo eso requiere un trabajo. Es el trabajo que haría el director de casting en un programa de televisión.
-¿Por qué los periodistas deben “meter las narices en el pasado”?, tal como dices en la presentación del seminario Contar la historia.
-Esa es una pregunta de desafío. Creo que tenemos que meter las narices en todo. Justamente cuando nos dicen: “no preguntes eso”, “acá no te metas” o “esto no es para vos”. El periodista de investigación, que es simplemente el buen periodista, tiene que meter sus narices en lo que huele mal. Y precisamente cuando dicen: “Eso ya está resuelto, el pasado ya está, hablemos solo del presente y del futuro”, muchas veces los que dicen eso son los que tienen algo que ocultar, o no quieren que la gente recuerde de dónde venimos para saber a dónde vamos. Creo que el periodismo que incluye los antecedentes y que se fija de dónde viene el presente, es simplemente “el periodismo completo”, como decía García Márquez. Hacer crónica o periodismo narrativo o literario, a veces es solo contar la historia completa. Contar el pasado es simplemente contar la historia completa.
-¿Dirías que los cronistas, sobre todo los latinoamericanos, se han cautivado con las historias del presente y soslayan el pasado?
-Es que estamos atenazados por el presente. De ninguna manera yo propongo hablar del pasado en vez del presente. Los lectores tienen que entender qué está pasando. La primera obligación del periodista es contar, hacer conocer y explicar el presente. No es una lucha de presente contra pasado. Lo que importa son las historias que nos sirven para entender lo que nos pasa; en contraposición con todo aquello que es completamente intrascendente, banal y superficial. El funcionamiento de la economía global o los Papeles de Panamá son historias del presente y del pasado. Y no importa si es presente o pasado, son historias relevantes. La vida privada que se cuenta de los ricos y famosos, que muchas veces son los mismos que tienen Papeles en Panamá, no quiere que se hable de sus negocios sino de la nueva novia, de cuando la toman y la dejan. Eso es centrarse en lo banal, en lo que no sirve y no ayuda a entender qué pasa.
-¿En ese viaje al pasado no existe acaso el riesgo de que terminemos idealizándolo o ficcionándolo todo?
-Todo periodismo tiene riesgo. Inventar es una tentación en el presente y el pasado. Debemos saber perfectamente que la memoria de lo que pasó no es exactamente lo que pasó. Pero tampoco es una basura o un error. Sí, es cierto, es un riesgo la idealización del pasado. Pero tenemos que acercarnos al pasado como nos acercamos al presente, con los ojos abiertos. Aun cuando nosotros nos acordamos, en verdad creemos acordarnos de lo que pasó. Cada sociedad, cada país, necesita una serie de periodistas narrativos que se acerque a los hechos traumáticos de su historia. Proyectos como el de Martin Caparrós y de Eduardo Anguita, en los tres tomos de La voluntad: una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, hacen eso. O La cuarta espada, de Santiago Roncagliolo, en Perú. En Colombia, los libros de Alberto Salcedo Ramos. Esa es la misión del periodista de la memoria.
-¿Cómo construir esa memoria a través del periodismo en un mundo donde la gente, expuesta a tanta tecnología, olvida tan rápido?
-Uno se acuerda de las cosas cuando te las cuentan bien. Hay libros y crónicas de hechos del pasado que son grandes y que están fijados por la forma en que fueron contados. Cuando a mí me dicen elegí un libro, digo Hiroshima, de John Hersey. Hiroshima es un hecho fundamental de nuestra historia, pero además el libro de Hersey tiene una forma maravillosa de contarlo. Hay otros libros sobre hechos que no fueron tan importantes, pero se convierten en importantes por la forma en que han sido contados. Salir del olvido es tarea del buen escritor. Hay que aspirar: yo voy a hacer que mi libro sea memorable porque voy a intentar que mi historia, por la forma en que la cuente, sea clave en la memoria del lector.
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Periodismo Narrativo: cómo contar la realidad con las armas de la ficción, es el libro más celebrado de Roberto Herrscher. Un texto en el que, como si se tratara de una mitológica criatura bicéfala, el autor se explaya en las dos facetas que le dan forma a su vida: la de profesor y la de cronista. El libro es una guía sobre cómo escribir sobre hechos verídicos utilizando las herramientas narrativas de la literatura y, al mismo tiempo, un ensayo enjundioso y reflexivo sobre la obra de los principales exponentes de este género híbrido y fronterizo conocido como crónica periodística.
-Se cumplen 22 años de la creación de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano: ¿Qué papel jugaron Gabriel García Márquez y esta institución en el desarrollo del periodismo narrativo en América Latina?
-Mucho. Él trajo a gente que nunca había dictado clases a periodistas. Esa es la primera generación de maestros, con Alma Guillermoprieto, Tomás Eloy Martínez, Sergio Ramírez. Y a los que hay que sumar a los de la Fundación de hoy: Martín Caparrós, Jon Lee Anderson, Leila Guerriero, Juan Villoro, Alberto Salcedo Ramos. Yo, un poco. Todos han hecho mucho por compartir lo que hacen. Esto tiene que ver con la trayectoria y la vida de Gabo. Él hizo periodismo en Colombia, en España, en Venezuela, en México. Varios de sus viajes los hizo como periodista.
-Últimamente la crónica parece haber encontrado en los medios digitales un refugio, un nuevo espacio para desarrollarse y divulgarse ¿Cuáles son las posibilidades y potencialidades que internet ofrece al periodismo narrativo?
-Internet es un espacio para publicar, un espacio para darse a conocer, pero no es un espacio donde se promueva el financiamiento de las investigaciones o se valore el tiempo que te lleva hacer periodismo de inmersión, y ese es un peligro. Antes ni te pagaban ni te publicaban. Ahora te publican, pero no te pagan. Están llenos de opinión, de entrevistas largas, pero crónicas hechas en dos o tres meses, con viajes, ¿quién paga esto? Ese es el peligro. Internet es una forma de encontrar lectores. Yo tengo amigos y exalumnos que han encontrado las formas de financiar sus investigaciones con fundaciones. No es lo mismo. Muchas veces esas fundaciones tienen sus criterios sobre qué es lo que se patrocina. A veces tienen criterios loables y son, en ese sentido, una solución para que tu trabajo se publique y llegue. Internet todavía no es una solución pero es una gran posibilidad. Jon Lee Anderson sigue haciendo sus viajes porque The New Yorker le paga. Eso no ha pasado aun en internet. Las revistas online quieren que escribas como para The New Yorker, pero no te van pagar como The New Yorker.
-Aun así, sostienes que el periodista latinoamericano se convirtió en periodista latinoamericano gracias a internet.
-El legado positivo en la era de la globalización, de la tragedia y el crimen de la conquista y colonización de América hace que seamos unos veinte países que compartimos el mismo idioma. Hasta no hace mucho vos no podías leer, por ejemplo, una buena revista chilena en Perú, a no ser que alguien te la trajera. Ahora entras a internet y allí está, en tu idioma. Hay solo tres idiomas que muchos países comparten: el inglés, el árabe y el español. En ese sentido internet ha hecho que todas las revistas de Hispanoamérica que antes pedías que alguien te las trajera, ahora están allí, en la red, al alcance de todos.
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La biografía de Roberto Herrscher Rovira se puede resumir así: nació en Buenos Aires, tiene 54 años, está separado y tiene un hijo veinteañero. Creció en la dictadura, fue a la Guerra de Las Malvinas y estudió sociología. Comenzó a hacer periodismo en la agencia de noticias Inter Press Services, lo enviaron como editor a Costa Rica, estudió el máster de periodismo en Columbia y se fue a Barcelona para hacer la versión en español de dichos estudios de posgrado. Su abuelo era catalán y llegar a Barcelona fue como volver a sus raíces. Los viajes son parte inherente de su trabajo y su forma de vida. Y esos viajes lo llevan, muchas veces, al reencuentro del terruño.
-¿Y al cabo de casi 25 años fuera de Argentina no te ha asaltado la idea del retorno?
-Muchos de mis amigos y alumnos en Barcelona son latinoamericanos. En cierta forma siento que nunca me fui. Es más, si estuviera enseñando en Argentina o en Colombia, tendría solo alumnos argentinos o colombianos. En cambio aquí, en Barcelona, he tenido alumnos de toda Latinoamérica, y también italianos, españoles. Siento que este es un lugar de encuentro. Barcelona sigue siendo un puerto de encuentro. Por eso no estoy totalmente fuera cuando estoy acá, y cuando voy allá siento que puedo aportar tanto lo que traigo de mi identidad latinoamericana como todo lo que yo he crecido aquí.
-Siempre has dicho que el relato de viajes permite contar una experiencia de descubrimiento, de transformación. Escuchándote percibo que esta afirmación se extrapola a tu propia vida.
-Es que si uno no aprende ni se transforma en el viaje, ¿para qué sirve el viaje entonces? El paseo del turista que dice lo que hizo en Londres y París se contrapone al viajero que dice: “Allí descubrí algo de mí”. Ese es el viaje que me gusta hacer.