Sin bajar la guardia: así se lucha contra el COVID-19 en los pabellones del Larco Herrera

Rolfi Navarro y Janneth Núñez, enfermeros del nosocomio limeño, cuentan las dificultades que afrontan durante la pandemia para atender a personas que padecen enfermedades psiquiátricas. Ambos lamentan el fallecimiento de cinco pacientes internos y ocho trabajadores de salud. 

Por: Aeylin Ocampo
Portada: Archivo personal


Rolfi Navarro Cardenas es un técnico en enfermería que trabaja en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Víctor Larco Herrera. Él relata que uno de los desafíos que enfrentaron en los primeros meses de la pandemia fue evitar que el COVID-19 llegara al hospital. No son pocos los pacientes con enfermedades mentales que padecen de otras dolencias, lo que los vuelve más vulnerables a los efectos del virus.

El enfermero afirma que los primeros casos de coronavirus en el hospital se debieron a que el Ministerio de Salud entregó muy tarde los equipos de protección que el personal debía usar para atender a los pacientes de manera segura. Esta negligencia provocó el contagio de los trabajadores y el de las personas internadas. “El virus entró porque nosotros lo llevamos al hospital”, admite. Navarro lamenta el fallecimiento de ocho colegas y el de cinco pacientes. “Me ha impactado ver morir a personas a las que he cuidado. Me sentí impotente al no poder hacer nada por ellos”, expresa.

El hospital Víctor Larco Herrera es una institución especializada en dar servicios de prevención, promoción, tratamiento y rehabilitación en psiquiatría y salud mental. Antes de la pandemia, la atención se realizaba de manera externa para quienes solo necesitaban medicación y podían ser atendidos en sus hogares. 

También existe un numeroso grupo de personas internadas debido a la gravedad de sus trastornos, el desinterés de las familias, algunas carencias económicas, entre otros motivos. “La mayoría de los pacientes son abandonados por sus familiares y el Estado se hace cargo de ellos. Aquí les damos calidad de vida”, explica Rolfi, quien forma parte del personal de salud del Larco Herrera desde el año 2018. El técnico en enfermería señala que algunos niños que permanecen en el Puericultorio Pérez Araníbar, institución que se dedica a la protección de niños, niñas y adolescentes (situado al frente del Larco Herrera), también son atendidos por el personal médico. 

Pacientes del Larco Herrera caminando en el “pasadizo de relajo”. FOTO: Archivo personal.

Cuando empezó la pandemia, se suspendieron las visitas y la atención externa como parte de los protocolos de bioseguridad que el hospital aplicó. Rolfi explica que se capacitó al personal médico y se dividió el área de Emergencias Psiquiátricas en dos espacios: en uno se aloja a los pacientes que dan positivo al COVID-19 y en otro, a los que no han sido contagiados. Para prevenir la propagación del virus, el personal de salud que tiene contacto con un ‘paciente positivo’ debe someterse a una prueba serológica cada quince días, sostiene el enfermero. 

Rolfi explica que durante el periodo de la pandemia el hospital redujo la cantidad de personal porque había trabajadores de salud y administrativos que, por su edad o por dolencias crónicas, son población vulnerable. Esta reducción cambió la rutina laboral de quienes se quedaron trabajando. Sus jornadas se prolongaron de 12 a 24 horas. Cuando Rolfi deja el hospital y retorna a casa, debe realizar un proceso de desinfección riguroso. “Me baño y toda la ropa que tengo la aíslo en una bolsa o la meto en la lavadora y me pongo ropa limpia para evitar cualquier posibilidad de que el virus entre a mi casa”, detalla.  

Un intento por transmitir tranquilidad 

Janneth Núñez Sifuentes, enfermera técnica del hospital Víctor Larco Herrera, cuenta que, desde el área de Emergencias Psiquiátricas, lo más complicado de la pandemia ha sido conservar la calma entre los pacientes y mantener los protocolos de salubridad, además de convivir con la incertidumbre que implica esperar cada quince días los resultados de la prueba serológica para el descarte del COVID-19. 

“Como personal de salud tenemos que estar al lado de los pacientes para que se sientan tranquilos y seguros de que van a estar bien”, explica Janneth. Ella sostiene que ha sido difícil mantener la calma entre los internos porque algunos conservan cierta lucidez, comprenden lo que observan en los medios y se alarman. «Como cualquier otra persona, sienten temor al contagio y a la muerte, y si se ponen mal, bajan sus defensas inmunológicas. Eso daña su salud”, indica con preocupación.

Janneth explica lo complicado que resulta mantener los protocolos de salubridad en el hospital. Hay pabellones pequeños en los que viven y duermen hasta 15 personas. Algunos pacientes, debido a su severo deterioro mental, no comprenden el contexto en el que viven. “Al más lúcido se le da la mascarilla, se le dice que se lave las manos y que esté distanciado, y este sigue nuestras indicaciones, pero hay otros con los que no se puede hacer eso. Por ejemplo, he tenido un paciente que era ciego, tú le ponías la mascarilla, se la sacaba y la rompía”, cuenta la enfermera. 

Pacientes en la “zona de relajo” del hospital Larco Herrera mirando el noticiero matutino. Foto: Archivo personal.

Janneth también aplica medidas de prevención para evitar transmitir el contagio del coronavirus en casa. Ella opta por bañarse antes de tener algún contacto con sus familiares y usa mascarilla dentro de su vivienda. Recuerda que en agosto, cuando se registró la mayor cifra de infectados por COVID-19, ella se contagió mientras cuidaba a pacientes en una casa hogar a la que, paradójicamente, se los trasladó para estar protegidos. “Nos enfermamos tres compañeras. Yo llevé el virus a casa y contagié a mi mamá y a mi hija mayor”, relata. Tras seguir las indicaciones de los médicos, afortunadamente, las tres se recuperaron. “Ahora trato de darle seguridad a mi familia, les digo que todo estará bien”, expresa. 

Los enfermeros del hospital Larco Herrera también deben lidiar con la incertidumbre de los resultados que dan las pruebas serológicas rápidas. Por lo que Janneth ha visto, estos exámenes son falibles, por lo tanto no se puede confiar en el resultado. “Uno no puede bajar la guardia, tiene que cuidarse en todo momento. Así veas físicamente bien a los pacientes, igual tienes que protegerte el doble”, asegura.