A lo largo de esta década ha surgido una corriente apocalíptica que pronostica el fin de la televisión tal y como la conocemos. La entrada al mercado de Netflix y otros canales digitales de distribución ha cuestionado una tradición que ha sido característica del entretenimiento doméstico por más de medio siglo. Sin embargo, ¿es la situación tan drástica como se cree?
Por: María Paula Torres
Portada: Paula Merino
Para mediados de 2019, Netflix contaba con más de 60 millones de usuarios en los Estados Unidos. A nivel mundial, la audiencia alcanza 158 millones, según estudios de medición de la misma plataforma. Por otro lado, según un estudio realizado por la Administración de Información de Energía de los Estados Unidos, 69% de hogares de este país poseían uno o dos televisores en 1997. Para 2015, sin embargo, esta cifra había disminuido al 58%, mientras que la cantidad de viviendas sin este aparato ha aumentado en 1.3%.
Yuxtaponiendo ambos panoramas, no resulta excesivo cuestionarse acerca del futuro (y presente, también) de la televisión: ¿las familias ya no viven encandiladas a la programación de la televisión? ¿se van a dejar de vender televisores? ¿qué pasará con los programas y canales tradicionales? ¿van a verse forzados a cerrar? Para poder responder estas y más preguntas, es necesario hacer un recuento de la historia de la televisión y, más importante aún, del entretenimiento doméstico. Sin embargo, hay que dejar algo en claro: la gente no ha dejado de ver televisión, sino que ha cambiado sus hábitos televisivos.
Remontándose al periodo victoriano en Norteamérica —mediados del siglo XIX hacia principios del XX—, Lynn Spigel, en su libro Make Room for TV, explica que existía una clara división binaria entre dentro y fuera del hogar. Mientras en la esfera pública reinaba el mundo laboral, la privada era un espacio reconfortante donde las familias se reunían luego de una larga jornada. Las formas más comunes de entretenimiento dentro de casa eran tocar el piano y leer libros en la sala de estar. Estos eran motivados por los valores cristianos de la época, mientras que otras diversiones como salir a bailar o ir al circo eran vistas como inapropiadas.
Sin embargo, para finales del siglo XIX, con la llegada de ideales más progresistas, los medios de entretenimiento en el hogar cambiaron. Para inicios del nuevo siglo, la compañía Victor lanzó al mercado un gramófono doméstico. Manuales de la época sugerían colocarlo en la sala de estar, donde toda la familia podría reunirse y cantar o bailar junto a la música. A principios de 1920, las compañías de electricidad empezaron a ver la radio como una herramienta de difusión masiva de programas.
“Creo que fue la radio la que cambió esa dinámica [de entretenimiento] originalmente: de platicar o hacer otra actividad de descanso, a escuchar una transmisión”, comenta José Soto, profesor de la Escuela de Artes Cinematográficas de la Universidad DePaul, de Chicago, y productor de series y telenovelas para México y Sudamérica. Con su popularización, surgieron programas para todos los gustos: noticieros, novelas, programas de competencias y demás. El aparato se convirtió no solo en un medio de entretenimiento para toda la familia, sino también en un elemento decorativo para la sala de estar.
Finalmente, en la década de los treinta, llegó el televisor. Su historia como un electrodoméstico común (o mainstream) en los hogares inició entre 1948 y 1955, según Spigel. El fin de la Segunda Guerra Mundial facilitó la introducción de esta nueva tecnología de entretenimiento a la organización familiar. Después de todo, la época era una en la que se intentaba reconstruir el ideal de familia. “La televisión no cambió mucho la dinámica familiar: se seguían juntando en la sala, pero en vez de escuchar la radio, estaban viendo la televisión”, explica Soto con respecto al cambio de tecnología y su efecto en el entretenimiento dentro del hogar. Con el paso de las décadas, la experiencia de ver televisión se volvió más placentera para las audiencias: una amplia opción de canales y programas, imágenes a color y programación durante todo el día.
Manuel, un abogado de 53 años, recuerda aquellas épocas de esa manera: “En mi casa tuvimos que esperar hasta el Mundial del 82 para poder comprar una TV a colores: una Hitachi de 14 pulgadas. Por fin le dimos de baja al televisor consola con el que pudimos ver eventos como la llegada del hombre a la luna. Mis recuerdos más relevantes se han grabado en blanco y negro”.
A pesar de la gran revolución en el entretenimiento doméstico que significó la televisión, esta no carece de limitaciones. Soto explica que tanto la televisión de señal abierta como los canales pagados por cable presentan un gran inconveniente: un horario fijo para los diferentes programas. De acuerdo al autor Max Dawson en su artículo “Rationalizing TV in the USA”, este sistema ya no se adecúa al ciudadano neoliberal del siglo XXI, quien busca desatarse de toda dinámica autoritaria.
“La gente hoy en día no tiene horarios específicos para ver televisión, sino que lo hace en cualquier momento. Uno tiene la libertad de acceder a los medios en el momento que lo desee: el deseo es lo que lo determina”, comenta Luisela Alvaray, profesora de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad DePaul. Incluso la sala de estar ya no es un ancla para los miembros del hogar, ya que pueden disfrutar de sus programas desde sus smartphones o computadoras en otros espacios, explica Alvaray en su texto “Digital access, genre bending: Four Seasons in Havana (Viscarret, 2016) and the Ibero-American audio-visual space”.
Esta liberación parece haber llegado con la entrada de Netflix al mercado del entretenimiento en 2011. Con una mensualidad básica menor a diez dólares, esta plataforma ha logrado posicionarse como el arquetipo cuando se habla de canales de distribución digitales, aunque no es el único: sus competidores Prime Video, HBOGo y Hulu reflejan la relevancia de estos servicios en la actualidad.
Pero ¿qué significa esta multiplicidad de opciones de entretenimiento para las audiencias? Si ya no hay necesidad de reunirse en la sala de estar frente al televisor para entretenerse, ¿las familias ya no disfrutan de este tiempo juntas? Soto es escéptico frente a esa idea: “Sí se sigue juntando la gente a ver la tele, solo que no en horarios específicos que eran forzados”. Menciona que el hecho de que existan maratones para ver las nuevas temporadas de programas como Stranger Things, y el término TV cheating —adelantarte un episodio de una serie que estás viendo con tu pareja— son pruebas suficientes para creer que no se ha perdido el hábito de ver televisión juntos, solo que ha evolucionado.
Daniela, una estudiante de 20 años refleja este fenómeno:“Yo veo Breaking Bad con mi hermano, pero no es la primera que vemos. Es como una rutina nocturna luego de que llego de la universidad. Es una manera de pasar tiempo juntos y es entretenido”. Otro cambio ha sido la manera de comentar los programas. Alvaray explica que estas conversaciones no solo se dan con quienes tienes cerca, sino también a través de los medios digitales: “Se han creado comunidades alrededor del objeto de deseo del espectador: hay páginas web y chat rooms”, menciona.
Pero no son solo las audiencias y los canales de distribución los que han cambiado en la industria del entretenimiento doméstico, sino también la producción de contenido audiovisual: “En el sistema tradicional, los creadores hacían un piloto para los productores. [Netflix] solo contrata a alguien que tiene alguna trayectoria y por lo cual pueden confiar en que va a hacer algo de calidad. Hay libertad creativa completa”, explica Alvaray. También resalta que un elemento vital en el éxito del contenido original de las plataformas de streaming es el amplio conocimiento que tienen de su audiencia: “Ellos saben qué es lo que ve la gente y en qué zonas”.
Ante la popularidad de estos canales de distribución, ¿está la televisión tradicional en peligro de extinción? Ambos expertos dudan de este pronóstico. Alvaray opina que, si bien se puede argumentar que las plataformas les quitan audiencia a la televisión programada, también los canales se benefician: “Sus programas pueden ser vistos mucho más allá de sus fronteras, y eso les puede traer más público”, comenta.
Soto también cree en los beneficios que las nuevas plataformas traen a los canales tradicionales: “Como hay nuevos canales de distribución, tienen que producir más programas de televisión. Netflix poco a poco está empezando a producir, pero también compra de otros estudios”, explica. Con respecto a la disminución en la venta de televisores como artefactos domésticos, cuestiona el verdadero impacto de este indicador: “Lo que pasa es que están vendiendo pantallas. Hay otras como el teléfono o la computadora, que son más portátiles y no para compartir”, dice. Esto no significa que el consumo en familia haya disminuido: “Yo creo que tienen las pantallas grandes para todos y también las individuales. No es nada más una u otra; al contrario: es una y otra”, asevera.
Entonces, ¿qué depara el futuro para el entretenimiento en los hogares? ¿seguirán creciendo las plataformas de streaming? Soto advierte que puede que, dentro de menos de diez años, estas lleguen a un tope: “Otro limitante que tienen los canales digitales es que requieren de un ancho de banda bastante grande. Esto requiere de una infraestructura en las ciudades que es muy costosa”, explica. A nivel mundial, son pocas las áreas con esta posibilidad, lo cual impide el crecimiento a nivel global. Él resalta este factor como una de las ventajas que tiene la televisión convencional: no requiere una infraestructura tan costosa, lo cual ha permitido su gran alcance.
Pero los canales de distribución digitales aún no han llegado al límite de su expansión: con la próxima entrada al mercado de Apple TV+ y Disney+, la producción de programas aumentará, y se puede pronosticar que las audiencias también. Ya sea en un Smartphone o un televisor, solos o acompañados, los espectadores seguirán disfrutando de la tradición del entretenimiento en casa.