Forma parte de una generación de periodistas literarios que ha merecido premios y antologías. Cronista destacado de La República y El Comercio, abandonó los periódicos para aventurarse en un proyecto desafiante: Etiqueta Negra. Más tarde llegarían sus dos libros Llámalo amor, si quieres y Nada que declarar. Instalado en España hace más de una década, Toño Angulo Daneri (Callao, 1970), se ha embarcado siempre en proyectos editoriales marcados por el riesgo. El último es El Estado Mental, una revista online que combina el ensayo con la crítica y el debate de ideas. Ahora enseña cursos de crónica y reportaje en una universidad madrileña. Durante su reciente y fugaz paso por Lima, conversamos con él.
Por: Diego Olivas Arana y Kennek Cabello Candela
Portada: Giovani Alarcón
Está sentado en un sillón en el dúplex del escritor y publicista Gustavo Rodríguez. Desde un noveno piso, en un edificio de Miraflores, disfruta de una impresionante vista al mar. Antonio Manuel Angulo Daneri ha empezado a recordar la accidentada noche del 24 de enero de 2005, cuando presentó su libro Llámalo amor, si quieres en Trujillo. Una de las crónicas de esa publicación, titulada Los disimulos de la soledad, revelaba la intimidad sexual del líder aprista Víctor Raúl Haya de La Torre. “Cuando Luis Jochamowitz leyó mi libro quedó emocionado, y se animó a escribir el texto de la contraportada. Decía que si él hubiera publicado algo así en sus tiempos lo habrían linchado. No era consciente de la gravedad del asunto, pensaba que vivíamos en un país moderno. Luego me invitaron a presentar el libro en Ica e Iquitos. Un colega me llamó para advertirme que tenga cuidado. A él intentaron agredirlo y quemarle el carro sólo por mencionar mi libro en la televisión. Mayte Mujica, mi editora en ese entonces, me dijo que José Murgia, el alcalde aprista de Trujillo, nos invitaba a la segunda feria del libro de esa ciudad. Me recibieron en el aeropuerto y me aseguraron que nada me pasaría. Fui muy ingenuo. El día de la presentación mi idea era no mencionar a Haya de la Torre. De pronto, mi copresentador empezó a vociferar que todos estaban al tanto del texto. Yo no sabía qué hacer. Les decía que conversemos de otra cosa y de pronto se paró un tipo y me dijo: ¡Cállate conchatumadre, cabro de mierda!, y me lanzó un huevo. Me quedé pasmado mirando al público enardecido que comenzaba a insultarme y arrojarme cosas. La agresión no era un arrebato espontáneo, todo estaba premeditado. Descubrí en ese momento que la seguridad que me ofreció el alcalde era una protección post-mortem. Entonces se ejecutó el ‘Operativo Angulo’. Me condujeron por unas escaleras y ordenaron que me cambie de ropa. Estaba encerrado en un cuartito de triplay del área de limpieza. Me obligaron a quedarme allí hasta que llegue la policía. Una masa iracunda golpeaba la puerta con violencia. Estaba solo en la oscuridad y escuchaba sus gritos: ¡Mátenlo! ¡Que no salga vivo! ¡Maricón! ¿Crees que todos son como tú? En eso llegó Alonso Cueto para protegerme y otro policía me alcanzó una gorra para cubrir mi rostro. Cambié mi vestimenta, salí de la habitación y crucé un camino formado por policías con escudos, como en las manifestaciones. Avancé agachado hasta subir a una 4 x 4. Había tres camionetas idénticas. Cada una arrancó y tomó una ruta distinta. En la que yo iba escondido me custodiaban dos guardias. Uno me preguntó: ¿Por qué has escrito contra Haya de la Torre? Le respondí que había escrito un libro con nueve historias, una de ellas era sobre Haya. Pero tú eres el causante de este operativo, estás exponiendo tu vida, me reprendió. En la televisión ya se había transmitido lo del huevazo. Tuve que disculparme ante la prensa trujillana y pedirles que leyeran el libro, pues en verdad no era ofensivo”.
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En la casa de Toño no había libros. Solo la Biblia y Selecciones de Reader Digest. Pero su padre era un habitual lector de periódicos: El Comercio, El Observador o La Tercera. Una varicela lo tumbó en cama por una larga temporada y lo forzó a devorar la Biblia. Luego seguirían los cómics de la editorial mexicana Novaro. Toño pasó de las tiras de Archie y Tribilín (Goofy) a leer todas las historietas disponibles en uno de los quioscos del picante barrio de Chacarita. Más tarde participó en un concurso de composición en el colegio San José Maristas del Callao. Mientras sus compañeros escribían relatos de media página, él entregó un texto largo y ambicioso. Fue premiado con una ruma de libros; entre ellos, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Desde ese momento cambió los ‘chistes’ de Novaro por los libros de ficción. Así empezó a construir la primera biblioteca de casa, comprando con sus ahorros las novelas de García Márquez y Vargas Llosa.
Leer se había vuelto un acto compulsivo. En las reuniones familiares. En los buses. Incluso en el baño, donde revisaba hasta las indicaciones de los medicamentos y memorizaba extraños nombres como estreptocarbocaptiasol, un componente químico que hasta hoy recuerda. Ahora, más de treinta años después, Toño lee caminando por las calles de Madrid mientras pasea a su hijo Gabriel: con una mano coge el Kindle y con la otra empuja el coche. Este dispositivo ha cambiado su forma de leer. Pero aún sigue visitando librerías de viejo, para ciertos títulos imposibles de hallar en la web, como lo hacía ‘Veguita’, el entrañable personaje que abastecía de libros a las redacciones de Lima. En 1999, en las páginas de la revista Domingo, de La República, le dedicaría la crónica Librero de viejo andante. Esta arrancaba así: “Si todo libro es un cuerpo que existe para ser poseído, Jorge Vega ‘Veguita’ es un proxeneta ambulante que ofrece lujuria de papel para lectores irredentos”. Toño ha perdido la fascinación por los libros impresos, pero aún bucea en librerías añejas en busca de un ejemplar de la primera edición de Mitologías, de Roland Barthes, un conjunto de breves ensayos sobre situaciones cotidianas. Ahora en su Kindle hay e-books abiertos: La broma infinita, del narrador norteamericano David Foster Wallace, y L’identité malheureuse, del ensayista francés Alain Finkielkraut.
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A fines de los ochenta ingresó a San Marcos para estudiar periodismo. Tenía dieciocho años cuando llegó a sus manos el Nuevo manual de periodismo, de Juan Gargurevich. Con ese libro descubrió conceptos básicos del oficio: pirámide invertida, lead informativo y titulares con verbos de acción… París era una fiesta, las memorias que Hemingway escribió sobre sus años más locos y felices, fue otro texto que le enseñó a pulir el arte de narrar. Estas dos lecturas le bastaron para su primer debut reporteril. Fue una temporada en la redacción del desaparecido diario El Callao, mientras en San Marcos los profesores andaban de huelga.
A principios de los noventa Toño escribía en Amauta, un semanario de izquierda dirigido entonces por Raúl Wiener. También colaboraba en la sección cultural del diario El Peruano. Más tarde fue redactor y columnista de El Mundo, un periódico de fugaz pero feliz existencia. De allí saltó a la televisión como jefe de redacción del dominical Panorama. El cargo no reflejaba lo que realmente hacía. Ahora recuerda que se dedicaba a redactar los textos para el teleprompter que leía Guido Lombardi. Las cámaras no eran lo suyo. Un día tocó puertas amigas y encontró una oportunidad en el suplemento Domingo de La República. Fue una etapa fructífera para el periodismo narrativo en el Perú. En ese suplemento confluyó una banda de periodistas que escribían crónicas con profusión e irreverencia: Esther Vargas, David Hidalgo, Miguel Ángel Cárdenas, Raúl Mendoza, Óscar Miranda y Ángel Páez. Duró cinco años y fue un momento único. Luego Toño migró a El Comercio a trabajar con Milagros Leiva y su equipo: Daniel Titinger, Marco Avilés, Gabriela Wiener y Sergio Vilela. Entonces El Comercio tenía en su plantel gente talentosa: Ampuero, al frente de Somos, Jeremías Gamboa y Beto Ortiz escribiendo crónicas. Parte de ese equipo colaboraría con el número cero de Etiqueta Negra, la legendaria edición de la primera revista peruana de periodismo narrativo. Toño participó en forma anónima debido a que su contrato con El Comercio exigía exclusividad. Durante dos años fue editor de la revista, incluso al inicio de su estadía en Barcelona, en el 2005, adonde llegó por amor. Eran tiempos de bonanza económica en España y él necesitaba elevar sus ingresos. Cuando decidió renunciar a Etiqueta Negra, envió un correo a sus contactos españoles que decía: “Señores, no puedo seguir editando una revista de no-ficción teniendo unos ingresos de ficción”. Poco después comenzó a trabajar en la editorial La Fábrica, donde dirigió Ling, una revista de viajes. Parecía instalado en Barcelona, colaboraba con La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. De pronto recibió una oferta que no pudo rechazar: mudarse a Madrid para editar cuatro revistas: Matador, de arte; Ojo de pez, de fotografía documental; Room, de viajes; y Eñe, de creación literaria. A estas se dedicó de lleno pero sólo por algún tiempo. En 2009 la crisis financiera acabó con sus empleos y Toño se las ingenió para vivir como freelancer, gestor cultural y editor. Más tarde dirigió The Objective, un fotoperiódico digital al que estuvo unido por un lapso breve debido al embarazo de su nueva pareja, a quien conoció poco después de llegar a Madrid. Quería pasar más tiempo con ella. Abandonó el proyecto, y como sucede siempre con él, primero renuncia y luego se detiene a imaginar lo qué hará con su vida.
En eso estaba pensando cuando recibió la llamada de Borja Casani, un célebre editor e impulsor de revistas contraculturales. Casani dirigía una publicación que desafiaba los cánones actuales del periodismo y presentaba al lector, por ejemplo, textos de más de diez mil palabras, sin hacer concesión a las exigencias cosméticas del diseño gráfico. Esa revista era El Estado Mental (EEM). Y Toño es ahora el editor de su edición online. Esta es su actividad preferida y la que más tiempo le ocupa, además de la docencia en la maestría de periodismo dictada de manera conjunta por la Universidad Complutense y el diario ABC, y su participación en el Programa Ibermedia, un fondo de ayuda a la cinematografía iberoamericana.
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Para Toño los periódicos tienen los días contados. “Padecen una enfermedad mortal. Mi percepción general es que el oficio se ha envilecido. En la época en que yo era reportero existían los diarios chicha digitados por el fujimontesinismo. Ahora la opinión prima sobre la información. En ese contexto, hacer periodismo narrativo es como pedirle peras al olmo. Sufrimos de una ‘opinionitis’ aguda. Los referentes de la gente son Aldo Mariátegui o Mónica Delta, o ya en otro ámbito Juan Manuel Robles o César Hildebrandt, que es un periodista editorializante. No digo que esté mal pero en ese espacio es muy difícil hacer una crónica, un trabajo que combine lo periodístico con la historia y lo narrativo”.
El Estado Mental es un proyecto multiplataforma que tiene como objetivo la difusión de la cultura y el pensamiento contemporáneo. Se inició en 2010 y tuvo como primer resultado la edición de una revista-libro de 306 páginas, publicada en marzo de 2011, bajo el título de Tenemos que hablar. La segunda fase del proyecto se realizó durante 2012 y 2013 en formato de radio online. “EEM es una acción colectiva que tiene como propósito la revisión apacible del espíritu de la época”. La versión impresa duró siete números que pronto serán de colección. Ahora Toño está a cargo de la edición online. “Aquí sucede aquello que sostiene Martín Caparrós: a veces hay que obrar contra el lector.
Si alguien coge la última Etiqueta Negra (N° 132) y ve la antología de cartas de los editores, preguntaría: ¿quién lee esto? Quizás sólo para alguien que colecciona la revista o que siente particular pasión por ese tipo de pequeños ensayos, como el del Bistec y las papas fritas, de Roland Barthes. Cosas pequeñas con las que puedes decir algo universal. EEM es incluso más atrevido. Nosotros hemos publicado textos de quince mil palabras. Si no lo lees, si no te interesa, ya está, pasa de lado, busca otra cosa, mira la televisión. No tienes por qué. La verdad es que al final la gente no sabe lo que quiere. Lo que uno hace no le tiene que interesar a todo el mundo, ni siquiera a medio mundo. Te ubicas y ya. Y quizás con el tiempo esto le interese a más gente. EEM continúa creciendo de una forma bastante orgánica. Todo bien, nadie tiene prisa. En el periodismo, mientras todo el mundo participa de la composición y del rebote de la misma tontería, hay gente que hace otras cosas. Siempre la habrá. El tema está en dónde se traza la línea de escisión, si estás haciendo algo diferente. Julio Villanueva Chang ha impedido que Etiqueta Negra se convierta en otra revista, a pesar de la fuerte presión para hacerla más comercial. Es su batalla. En EEM estamos en lo mismo, la única publicidad que tenemos es netamente institucional: centros de arte, museos, editoriales, tiendas de discos. No permitiremos que alguna marca de cerveza por ejemplo llegue y nos diga que hay que poner algo de tendencia”.
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El gran aporte de América a la narrativa contemporánea es la crónica. Toño ha teorizado al respecto: “Europa tiene siempre un pie en el ensayo. La narrativa, la inclinación a contar los hechos, es más característica de Estados Unidos y América Latina. Pero en Europa uno piensa en esa gran tradición francesa del pensamiento. Está la crónica, sí, ¿pero para qué? Recuerden que hay dos verbos centrales en esto: contar y decir. Una crónica que cuenta pero no dice es lo mismo que basura, una nadería, es narrar detalle a detalle esta conversación. Si no unes elementos de sentido no estás contando nada. En Europa, donde los más grandes filósofos están en Alemania, y los más grandes pensadores de las comunicaciones y la sociología en Francia, las revistas incluyen el periodismo narrativo como una ‘parte de’. En Latinoamérica es donde este género funciona con autonomía. Piensen en los ‘Nuevos cronistas de Indias’. Tenemos algo que se arraiga de muchos años atrás, que es inherente a la comprensión del mundo a través de la experiencia de contar. ¿Qué es la Biblia? Una gran colección de historias a partir de la cual adquieres una ideología. En Latinoamérica, ¿cuáles son los grandes filósofos del siglo XX que se estudian en todas partes? ¿Equivalentes a Heidegger, Marx, Nietzsche, Spinoza? Ninguno. Porque aquel equivalente es el género de la crónica. Y esta es como nosotros: la crónica es mestiza, es académicamente bastarda, no necesitas una formación, recién ahora existe una tradición. Muchos de los que hacemos crónica, no todos, hemos leído a Mariátegui o a Martí, o al mexicano Gutiérrez Nájera, así funciona nuestra tradición, es intermitente. Hemos leído a Tomás Eloy Martínez, Caparrós, Juan Villoro, contemporáneos, por supuesto. Pero si nos vamos hacia atrás, esto lleva mucho tiempo. ¿Quiénes realmente han leído los Comentarios Reales, del Inca Garcilaso? Un tipo con una cultura increíble, contando cosas que no son meramente inventadas, son adaptaciones de los modelos discursivos clásicos. Y así, la herramienta del contar la tenemos muy adentro, y además hay otro tema: si existe Gabo es porque existió su abuela. ¿De dónde surge mi vocación por leer? Mi abuela no leía, pero también era una gran contadora de historias. Todos los nietos nos juntábamos a su alrededor en un momento donde la televisión se acababa a determinada hora o la teníamos restringida, una hora diaria como máximo. Terminábamos pidiéndole que nos cuente otra vez la misma historia y ella la repetía. Contaba historias fantasiosas, como las de la abuela de Gabo, donde la gente salía volando, ¡qué se yo! Eso es algo que todavía conservamos: la vocación por el relato para explicar el mundo. Los ‘Nuevos cronistas de Indias’ cuentan relatos para explicar un mundo que no comprenden del todo. En México, los cronistas del narco están contando una historia que todavía no entienden, cuyas ramificaciones están sucediendo. Narramos historias para comprender lo que pasa. Alguien desde la otra orilla, desde una tradición europea, analizaría la realidad desde un púlpito, citando a filósofos y políticos. No está mal, es otra tradición. Todo esto es clave. Si nos preguntamos: de dónde venimos, pues quizás seamos más hijos de Heródoto que de Sócrates. Heródoto viajaba para explicar, Sócrates o Demócrito pensaban. Necesitas vivir para contar. La tradición europea no necesita vivirla, se sitúa por encima, y quizás ello facilite hallar una lucidez que en otro lado no se encuentra. Ambos miradas tienen limitaciones, en realidad”.
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Desde que Toño se inició como profesor en la maestría en periodismo de la Complutense de Madrid con el diario ABC, la docencia se ha convertido en uno sus intereses primordiales. “Enseño cursos de reportaje y crónica. Muchos de mis alumnos han terminado la carrera e inmediatamente después empiezan el posgrado, pues el programa les ofrece puestos de trabajo. Empieza ahí una suerte de darwinismo laboral. En el fondo no deja de ser un negocio. No está mal, pero siendo críticos, los grandes periodistas no salen de las maestrías. Por ejemplo, El País ha fichado a un periodista que es un escritor y es lo más cercano a Villoro o Caparrós en España últimamente. Se llama Manuel Jabois y no tiene nada que ver con maestrías o escuelas de periodismo. Jabois es un gallego que escribía en Galicia y de pronto le ofrecieron un contrato para El Mundo y al final terminó en El País. No ha salido de ningún máster. Hay determinadas cosas que no se fabrican, como el talento innato, además de una formación basada en intensas horas de lectura. En mi experiencia profesional, los mejores periodistas son los que se han formado en otras facultades. Se nota que tienen un marco, una cantidad de conocimiento que nosotros no poseemos. Un periodista sabe por lo general un poco de música, de medicina, de derecho, pero no mucho de un tema en concreto. Yo recomendaría a los que tienen estudios de periodismo especializarse en otra cosa: si te gusta la política, una maestría en ciencias políticas, si prefieres las ciencias, la literatura, hay programas para todo eso. No debemos repetir lo mismo”.
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Toño suele decirle a su pareja que necesita un año sabático. Se despierta a las seis de la mañana y cuida a Gabriel, su hijo, hasta las nueve, hora en que lo lleva a la guardería. A media mañana se sumerge en los textos de EEM y no los suelta hasta las tres de la tarde. De allí salta a las oficinas del Programa Ibermedia o a los salones de clase. No hay mucho tiempo para los proyectos personales. La escritura periodística es costosa. Consideró hacer ficción, pero descubrió cuánto extrañaba la reportería: estar en todos los lugares posibles conversando con la mayor cantidad de gente posible. Ahora quiere escribir un perfil a Antonio Escohotado, el célebre pensador y ensayista y el mayor estudioso de las drogas en España. “Quisiera visitarlo seguido, ver fútbol juntos, jugar ajedrez, fumarme un porro con él, alucinar con alguna droga que le hayan llevado de muestra. Reunir experiencias con miras a incluirlas en un extenso perfil. Pero sólo con pensar en ir a su casa con cierta disciplina me cuesta, por ahora no dispongo de ese tiempo”.