¿Y ahora dónde vamos a bailar?

La incertidumbre del bailarín profesional:  Alonso Palacios, danzante y profesor de bailes folclóricos, explica el impacto que la pandemia y el distanciamiento físico han provocado en su profesión y en Sambos Caporales de Corazón, la fraternidad artística a la que pertenece.

Por: Adrian Calle
Portada: Archivo personal


Alonso Palacios (30) lleva la danza en el cuerpo. Es bailarín profesional desde hace siete años, pero empezó a bailar cuando era un niño. Hoy, sin un lugar dónde mostrar su talento, su futuro a corto plazo luce lleno de incertidumbres. Por eso se anima a recordar sus inicios: “Empecé a los seis años, gracias a mi papá. Él era profesor en el Museo de Arte de Lima (MALI), allí aprendí a bailar marinera”, refiere. Luego aprendió caporales y otras danzas del Altiplano. “Bailaba con tanto gusto que, cuando la gente me veía bailar, quería que yo les enseñara. Por ese fue que también me animé a enseñar”, cuenta Palacios, quien estudió en la Escuela Nacional Superior de Folclore «José María Arguedas». En esta nota, Alonso cuenta sobre su experiencia dentro del contexto de la pandemia.

Quienes se dedican a actividades artísticas como la danza aún no tienen una fecha específica para retomar sus labores. Los bailarines se han visto obligados a brindar clases virtuales; una labor que no es debidamente remunerada. La cantidad de alumnos que puede tener un profesor de baile en una plataforma virtual es mucho menor a la que tenía habitualmente en sus clases presenciales. Y las horas de clase también se han reducido.

La pandemia ha obligado a prohibir, literalmente, toda actividad social y cultural que implique concentración de personas en un recinto cerrado, e incluso abierto. La idea es evitar los contagios masivos. Esta decisión ha perjudicado enormemente a los artistas, dado que su trabajo se realiza, sobre todo, en este tipo de eventos y reuniones sociales. En este contexto, el Ministerio de Cultura anunció que contaba con una partida de 50 millones de soles para entregar bonos a los artistas perjudicados. Sin embargo, hasta la fecha este subsidio no se hace efectivo.

En los últimos tres años Alonso trabajó en las universidades Ricardo Palma y Federico Villarreal, y también en el MALI. Pero llegó la pandemia y se tuvo que dedicar a la enseñanza a distancia. “Ahora ofrezco clases virtuales de manera independiente. Hay una desventaja para mí en esta modalidad. Tengo la mitad de alumnos que solía tener en las clases presenciales. La danza implica estilo y postura, aspectos que es complicado transmitir por medio de una pantalla. Pero he tenido que adaptarme”, admite Palacios. La alta competencia de los talleres virtuales de danzas ha ocasionado que el costo de las clases baje ostensiblemente.

Luego de cuatro meses de emergencia sanitaria, los artistas por fin recibirán un apoyo económico. Sin embargo, Alonso Palacios duda que esta ayuda llegue a los artistas que se dedican a las danzas altiplánicas. “El baile de caporales es un ámbito muy grande e informal. Muchas personas se atreven a enseñar y ejercer como bailarines sin tener una formación profesional. Desprestigian este trabajo”, asegura.

SAMBOS CAPORALES DE CORAZÓN

Esta agrupación fue fundada por Ulices Yupanqui hace 16 años. Desde 2008 Palacios forma parte del grupo. Desempeña el rol de director artístico y se encarga de armar las coreografías, enseñar y corregir los errores del elenco. Sambos Caporales de Corazón es una fraternidad integrada por quienes comparten el gusto por la danza de caporales. “No es un taller, la fraternidad tiene el objetivo y la obligación de formar un elenco de baile para participar en todos los eventos y concursos de danzas altiplánicas. No se paga una mensualidad o membresía pero cada integrante hace un pago anual para que reciba su traje de baile. El costo de cada traje oscila entre 300 y 350 dólares”, precisa Palacios.

La fraternidad está constituida por aproximadamente 40 parejas. La cantidad de bailarines suele variar dependiendo qué festividad o concurso se realiza. Foto: archivo personal.

Antes de la cuarentena, los bailarines ensayaban en el Parque de los Héroes Navales los miércoles y viernes de ocho a diez de la noche. En abril, julio y noviembre los ensayos se realizaban tres veces a la semana dado que durante estos meses se realizan las competiciones más importantes. “Son dos las productoras que organizan la mayoría de los concursos. Jahaira Producciones, dirigida por Willy Veliz, convoca al Concurso Nacional de Sayas en abril y al Tundique de Oro en noviembre. Por su parte, la Asociación Central Folklórica de Puno también organiza un concurso de julio. Esta asociación representa a la Federación Regional de Folklore y Cultura de Puno”, explica Palacios. Este último concurso es el más importante porque es un requisito para participar en la Fiesta de la Candelaria, que se realiza en Lima en la primera semana de febrero.

La pandemia ha impedido que la fraternidad pueda ensayar y realizar presentaciones. Calculan que no se presentarán, por lo menos, hasta el 2021. “Pero estamos viendo la posibilidad de que los ensayos se reanuden de forma virtual. Esta actividad es una manera de relajarse y tomar un descanso de los problemas cotidianos. Hemos reactivado nuestras redes sociales, como Facebook e Instagram, para que podamos acercarnos más a los integrantes y no se pierda la unión del grupo. Algunas personas se retirarán por diferentes motivos, pero de igual manera vamos a continuar trabajando con los que permanecen”, concluye Alonso Palacios.

Pasacalle de la Virgen de la Candelaria realizada en febrero de este año. El recorrido empieza en la Alameda Chabuca Granda hasta la Catedral de Lima. Foto: Imagen Zeta